Olimpiadas y Racismo

JOSÉ KAMINER TAUBER

Cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo o de otro tipo es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico

La olimpiada de 1936

Cuando Alemania logró la sede para los Juegos Olímpicos del año 1936 en Berlín, la capital del país, Adolf Hitler aún no estaba en el poder. Eso no impidió que él usara el evento para tratar de confirmar su teoría de la raza superior. En las calles de Berlín, estaban banderolas con la suástica, el símbolo nazi, unido con la bandera olímpica.

Los nazis rápidamente (a partir de abril de 1933) instauraron una política de segregación racial en el deporte así como en otros aspectos de la vida social.

Los judíos, en particular, fueron expulsados sistemáticamente de los clubes y federaciones deportivas, y tenían prohibido entrar en las instalaciones deportivas

Durante las dos semanas de agosto de 1936, tiempo de duración de la olimpiada, el régimen de la dictadura nazi de Adolf Hitler camufló su carácter racista y militarista mientras era anfitrión de los juegos de verano. Dejando de lado su política antisemita y sus planes de expansión territorial, el estado explotó las Olimpíadas para impresionar a miles de espectadores y periodistas extranjeros presentando la imagen de una Alemania pacífica y tolerante.

Por la Villa Olímpica, estaban colocados posters con mensajes como “juden unerwuenscht” (judíos indeseables). Que fueron retirados, pero el ambiente de intolerancia racial se mostraba evidente

El boicot

En Estados Unidos, el presidente del comité olímpico nacional, Avery Brundage, fue el primero en proponer retirar la organización de los juegos a Alemania, intercediendo por que se organizaran en otro país. Brundage estaba particularmente preocupado por las limitaciones a la labor deportiva de los judíos en Alemania. En su opinión, los fundamentos del Espíritu Olímpico dejarían de estar vigentes si los países decidiesen quién puede participar en función de criterios sociales, religiosos o raciales. No obstante, tras una visita a Alemania, Brundage declaró que los judíos alemanes estaban siendo bien tratados y que los juegos debían tener lugar como estaba previsto.

Del lado de los partidarios del boicot, Jeremiah Mahoney presidente de la Federación Estadounidense de Atletismo. Mahoney blandía que Alemania había quebrado el Espíritu Olímpico al imponer discriminaciones raciales y religiosas; participar, según él, implicaba apoyar a Hitler. Las llamadas al boicot de Mahoney fueron particularmente escuchadas por la comunidad católica de Estados Unidos. Ernst Lee Jahncke, otro de los activistas favorables al boicot fue expulsado de Comité Olímpico Internacional por manifestarse en contra de la participación de Estados Unidos en los juegos.

Las propuestas de boicot fueron también vivamente discutidas en otros países, especialmente en el Reino Unido, Francia, España, Suecia, Checoslovaquia y en Holanda. Los alemanes exiliados por motivos políticos también se manifestaron a favor del boicot. No obstante, con la excepción de España, todos estos países terminarían por participar, pese a que atletas, tanto judíos como no Judíos. De varias delegaciones se negaron a asistir

La atleta judía

La atleta judía-alemana Gretel Bergmann deseaba participar en esos Juegos, aunque no estaba motivada por el éxito deportivo, sino por el deseo de romper con el estereotipo de los judíos que ampliaban los nazis: de gordos, con las piernas torcidas y miserables.

La familia Bergmann, expulsada de Alemania por ser judía se había instalado en el Reino Unido. Allí le llegó una carta a la atleta que le anunciaba su posibilidad de inscribirse en la competencia.

Gretel, obligada a disputar una ronda de clasificación un mes antes del inicio de los Juegos Olímpicos, saltó 1,60 metros -su mejor marca personal- y logró ser una de las tres clasificadas de Alemania para el evento.

Poco después, Estados Unidos aceptó los gestos de Adolf Hitler para con los judíos y anunció que declinaba su boicot en los Juegos. Inmediatamente, los 21 judíos preclasificados fueron “no elegidos” -salvo Helene Mayer-.

“Nunca más me permitieron poner un pie en el estadio, ni como espectadora”, aseveró la atleta y recordó los carteles denigrantes que se leían en estadios, locales y comercios de toda Alemania: “No se permite la entrada ni a judíos ni a perros”.

Tras la denegación del permiso para participar en los Juegos Olímpicos de su país natal, Gretel abandonó el país esta vez rumbo a Estados Unidos, junto al que posteriormente sería su marido, el corredor judío Bruno Lambert.

Gretel Bergmann, que pasó a llamarse Margaret Lambert, si hubiera repetido su salto de clasificación, hubiera conseguido la medalla de plata, sin embargo el III Reich tuvo que conformarse con el bronce.
En 1999, la antigua saltadora en altura volvió por primera vez a Alemania, a Laupheim, su ciudad natal.

“Cuando escuché que darían mi nombre al estadio para que los jóvenes se preguntaran ¿Quién fue Gretel Bergmann? y les contaran mi historia y la de aquellos tiempos, creí que era importante recordar, por lo que acepté regresar al lugar al que juré que nunca estaría de nuevo”, aseguró Lambert.

Aunque la privaron de la posibilidad de obtener una medalla por ser judía, Gretel Bergmann ha podido elevar su voz y contar su historia a las generaciones, para que nunca más se repita ni en Alemania ni en el mundo, un hecho semejante.

Jesse Owens

Los negros siempre eran discriminados en las Olimpíadas. Muchos no llegaban a participar del desfile en la ceremonia de apertura. Esto ocurría principalmente en la delegación de los Estados Unidos. En 1936, los negros consiguieron su espacio. En los juegos de Berlín, los negros vencieron gran parte de las competiciones. Como Jesse Owens, que conquistó 4 medallas de oro. Hitler molesto, se negó a entregar las medallas para el atleta negro. Pero sus medallas le fueron entregadas. Sin embargo el Führer saludó al principal rival de Owens en el salto.

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