JULIÁN SCHVINDLERMAN
Las últimas semanas han sido vertiginosas para la complicada relación entre Teherán y Occidente. El 8 de noviembre último, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) publicó un lapidario informe sobre el estado del programa nuclear de Irán, en el cual denunció que las autoridades del país persa trabajaron “en el desarrollo de un diseño local de un arma nuclear”. Que esta conclusión haya provenido de un ente que declaró, en el calor de las discusiones sobre la guerra en Irak, que para el año 2003 Saddam Hussein ya no tenía armas de destrucción masiva, la exime de todo cuestionamiento de servilismo político. Luego, entre el 12 y el 28 del mismo mes, dos explosiones sacudieron a Irán. La primera provocó diecisiete muertos en un depósito de misiles, la segunda ocasionó destrozos en Isfahan, localidad que alberga una planta de enriquecimiento de uranio. Al día siguiente, hordas de militantes del movimiento paraoficial Basij coparon y saquearon la embajada de Gran Bretaña en Teherán, lo que derivó en la expulsión de diplomáticos iraníes asentados en Londres. Finalmente, el 4 del corriente, el gobierno iraní afirmó haber derribado un avión espía estadounidense y el presidente del país anunció que los Estados Unidos e Israel “serán erradicados del globo”.
Una década aproximadamente ya ha pasado desde la revelación de la existencia del programa nuclear iraní. Durante los primeros años posteriores al hecho, Europa orientó los esfuerzos mundiales hacia su denominado “diálogo crítico” con Irán. Atareada con las guerras en Irak y en Afganistán, Washington cedió el liderazgo en este campo a la tríada compuesta por Paris, Londres y Berlín. Solamente durante los primeros tres años de conversaciones con Irán, las que no llegaron a ningún lado, el comercio entre la Unión Europea y la república islámica casi se ha triplicado. Empresas europeas firmaron contratos comerciales con Irán aún después de la adopción de sanciones internacionales contra Teherán. La última reunión del Grupo de los Seis (compuesto por los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, China, Rusia y Alemania) con Irán ocurrió a principios de año. Al cabo de dos días, las negociaciones colapsaron. Desde entonces no hubo contactos públicos entre las partes.
A partir del 2006, sanciones comenzaron a ser impuestas sobre Irán. El Consejo de Seguridad ha adoptado seis resoluciones de condena, tres de las cuales comprendían sanciones. Rusia y China han actuado como protectores diplomáticos de Irán en la ONU, garantizando que los textos aprobados carezcan de la robustez necesaria para tener un efecto real sobre el país persa.
Las motivaciones de ambas naciones coinciden en algunas áreas y divergen en otras. China fundamentalmente necesita petróleo, y lo necesita de manera cada vez más acuciante para su enorme economía en constante crecimiento. Hasta 1993, Pekín exportaba petróleo, ahora necesita importarlo. Dos años atrás, Irán reemplazó a Arabia Saudita como el principal proveedor de petróleo a China. Rusia tiene fuertes lazos económicos con Irán pero también tiene ambiciones geopolíticas que la hacen competir con los Estados Unidos. La cuestión iraní le es funcional para presionar o castigar a Washington y a Europa, según el caso. En conjunto, ambos países han priorizado sus intereses nacionales por sobre la seguridad global y demorado la acción efectiva contra el programa atómico de Irán.
Años de diálogo han fracasado en persuadir, y rondas de sanciones punitivas en disuadir, a Teherán. Operaciones encubiertas parecen haber obstaculizado, pero no frenado, el progreso atómico iraní. De fama legendaria, el virus Stuxnet con el cual el software iraní fue presuntamente contaminado, parece haber tenido un impacto limitado. Hoy la comunidad internacional parece estar dividida en dos campos: por un lado, aquellos que creen en la necesidad de cambiar el rumbo y adoptar acciones decisivas, y por otro lado, aquellos que prefieren continuar transitando, con algún refuerzo, la senda ya caminada. La familia de las naciones no tiene tiempo ilimitado para definir su postura colectiva. Como el reporte escalofriante de la AIEA ha demostrado, las manecillas del reloj nuclear iraní continúan avanzando.
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