El jazán Leibele Jinich relata la historia del cántico “Maoz Tzur”

ENRIQUE RIVERA

Ya sea en la sinagoga, pero especialmente en la intimidad de la casa el entonar esta antigua canción, luego de haber encendido las velas de Janucá, es un momento que encierra gozo, alegría, orgullo, acompañado de un dejo de tristeza.

Y es que, cuando uno trata de explicar a los pequeños el significado de la mayoría de nuestras fiestas, celebraciones o conmemoraciones, el factor guerra, defensa, lucha por nuestra fe, muerte, surge con mucha frecuencia.

Enfocándonos en Janucá, la lucha se centró en la libertad de credo y el combate a la imposición de culto que pretendía Seleuco Nicator. Cómo lo señala el libro de los Macabeos: “El mundo entero era griego y sus ejércitos señoreaban sobre la Tierra, imponiendo su cultura y su tradición”.

En el año 137 a.C. Antíoco IV Epífanes, hijo de Antíoco III Megas y usurpador de su hermano, Seleuco IV Filopator, comenzó a reinar tomando una serie de medidas que llenaron de angustia a los pueblos sojuzgados, en especial los hebreos, obedientes de la Fe y los mandamientos del Señor.

Ambicionando las tierras vecinas, volteó su rostro el soberano hacia Egipto, deseoso de las ricas comarcas del Nilo y hacia allí marcharon sus huestes, conquistando el país y capturando a su rey. Sin embargo, temeroso de ofender a Roma, donde en su adolescencia había sido rehén, liberó a aquél y se retiró, aunque sin abandonar sus planes de expansión.

Tras un segundo ataque a Egipto en el 168 a.C., entró Epífanes en Jerusalén profanando su Santuario e imponiendo leyes que ofendían a D-os.Fue tan terrible la persecución que desató, que una parte importante del pueblo de Israel prefirió apostatar y adoptar las costumbres de los griegos.

En aquellos tiempos, se dejaron ver unos inicuos israelitas, que persuadieron a otros muchos, diciéndoles: ‘Vamos, y hagamos alianza con las naciones circunvecinas […] Inmediatamente construyeron en Jerusalén un gimnasio, conforme al estilo de los gentiles; y abolieron el uso de la circuncisión, y abandonaron el Testamento, y se coaligaron con las naciones, y se vendieron como esclavos a la maldad”.

Y, ahí, es donde comienzan los milagros: los menos triunfaron sobre los más y la luz sobre la oscuridad.

Personalmente, a mí me ha llamado mucho la atención el hecho de que Janucá no es una celebración que festeja el triunfo guerrero sobre la que fuese una de las potencias bélicas de la época. No, la conmemoración está referida al milagro del aceite, el cual en lugar de durar solamente un día, se extendió por 8 días, permitiendo así, producir aceite puro para el servicio del templo. Y, como lo comentó recientemente el rabino Leonel Levy: “la persona más importante de este episodio fue una persona anónima, quien escondió el jarrito de aceite para que no fuese profanado”.

Por ello, como lo explicó el Jazán Emeritus de la Comunidad Bet-El México, Leibele Jinich: “En la parasha de Janucá se consigna que no por las guerras ni el poder, sino por el espíritu (de D-os) que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia, hemos sobrevivido como pueblo”.

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