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jueves 21 de noviembre de 2024

Brasilia y Teherán: de Lula da Silva a Dilma Rousseff

JULIÁN SCHVINDLERMAN

La relación de Brasil con Irán ha causado una gran sorpresa en algunos rincones. Como potencia regional y referente mundial emergente junto a China, India, Rusia y Sudáfrica, Brasil se ha posicionado como un nexo entre el primer y el tercer mundo capaz de jugar un rol global constructivo. Solamente entre 2005-2010, Brasil dio USD 5000 millones en asistencia mundial: USD 3200 millones en préstamos y cancelaciones de deudas a países pobres y USD 1900 millones en ayuda humanitaria, becas de estudio, capacitación técnica y otros. Domésticamente ha cosechado logros apreciables: Brasil será sede del Mundial de Fútbol en 2014 y de las Olimpíadas en 2016, su economía ha crecido notablemente, y tanto Lula da Silva como su sucesora Dilma Rousseff han gozado de índices de aprobación popular elevados (Lula tenía un 80% de apoyo popular al dejar el poder mientras que la primera presidente mujer del país, al cumplir los primeros cien días de mandato, era respaldada por el 73% de los brasileros). ¡Incluso Walt Disney Company ha ambientado uno de sus últimos films animados –Rio– en Brasil!

Sin embargo, durante los tramos finales de su segundo mandato, el presidente Lula pareció girar en U de modo dramático, llegando a desafiar los intereses de los Estados Unidos en la región en varias áreas y consolidando un vínculo con Irán que parecía inconcebible poco tiempo antes. Al igual que Hugo Chávez, Lula respaldó los dudosos resultados electorales de Irán, invitó al presidente iraní a su país y él mismo visitó Teherán. También apoyó el derecho de Irán a tener un programa nuclear “civil”, se opuso a la aplicación de sanciones contra el régimen ayatollah y abrió un diálogo con Teherán que fue seriamente cuestionado por varios actores globales. Durante la reunión de la Asamblea Anual de INTERPOL en Marruecos, en 2007, Brasil se abstuvo en la votación que validó la emisión de “notificaciones rojas” contra figuras prominentes del gobierno iraní por su relación con el atentado contra la AMIA en la Argentina, república hermana del Brasil que había iniciado el pedido. Nuevamente se abstuvo Brasil, en el 2009, en la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), en Viena, cuando se debatió la cuestión nuclear iraní a contrapelo de los votos favorables de la Argentina, Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea. En mayo de 2010, Brasil se unió a Turquía en un intento de proteger diplomáticamente a Irán de la inminente adopción de sanciones internacionales patrocinadas por Washington. Incluso en aspectos simbólicos desvinculados de la cuestión iraní, como ser visitar la tumba de Yasser Arafat en Ramallah, pero negarse a visitar la tumba de Theodor Herzl en Jerusalem, durante una visita a la región en 2010, puede apreciarse la orientación ideológica que Lula había dado a su política exterior.

El Brasil de Lula también se abstuvo en votaciones en el seno de la Comisión de Derechos Humanos contra Sri Lanka, Congo y Corea del Norte, aunque votó contra Sudán en el Consejo de Seguridad. Lula definió a Chávez como “sin duda el mejor presidente venezolano en los últimos cien años”, mientras que su última visita a Fidel Castro quedó recordada como un gran bochorno al coincidir con la muerte de un opositor encarcelado en huelga de hambre. Lula, cuyo Partido de los Trabajadores fue uno de los creadores del Foro Antiglobalización de Porto Alegre, evitó ser premiado en el Foro de Davos alegando un impedimento médico a viajar a último momento. Además, Lula contrarió a la Casa Blanca al apoyar la reincorporación de Cuba a la Organización de Estados Americanos (OEA), cuya Carta Magna explicita que sólo democracias pueden ser miembros; dio cobijo diplomático al depuesto presidente de Honduras y aliado chavista Manuel Zelaya; protestó el acuerdo entre Estados Unidos y Colombia para el uso estadounidense de bases militares en el país centroamericano; y adoptó un tono público tercermundista que contrastaba con su imagen anterior más moderada.

Al asumir la presidencia a comienzos de 2011, Dilma Rousseff despertaba dudas dado su pasado guerrillero y marxista. Su cercanía con Lula, quién la eligió como sucesora, podía sugerir una continuación de las políticas controvertidas de su mentor. Pero sus primeros pasos en la arena internacional han resultado ser mucho más centristas que los de su predecesor, hasta el momento al menos. Su pasado feminista y de militante torturada por militares la llevó a condenar las prácticas de derechos humanos en Cuba e Irán, y en un giro respecto de las últimas votaciones en la ONU, Dilma hizo que su país votara a favor de crear un relator de derechos humanos para Irán y censuró el programa nuclear del país persa. Nombró como canciller a Antonio Patriota, un bien reputado ex embajador en Washington. Por su parte Estados Unidos dio señales claras de su interés en rescatar a Brasil del legado de Lula. La Secretaria de Estado Hillary Clinton estuvo presente en la asunción de Dilma como presidenta, un 1 de enero, lo que seguramente la obligó a limitar los festejos del año nuevo. El presidente Barack Obama ha viajado a Brasil a mediados de marzo, aún cuando estaba ya iniciada la contienda bélica en Libia. Ello fue interpretado como un signo de aproximación de Washington hacia Brasilia, primera capital visitada en un programa que incluía tan sólo a Chile y El Salvador además. Incidentalmente, Lula fue el único ex presidente brasilero en no asistir al almuerzo ofrecido en honor de Obama en el Palacio de Itamary.

Dilma condenó el bombardeo de la OTAN sobre Libia y obstaculizó durante meses una condena de Siria fomentada por Washington en el Consejo de Seguridad, Obama no apoyó las aspiraciones brasileras a obtener una banca permanente en dicho Consejo, lo cual -junto con desacuerdos comerciales pendientes- sugiere que habrá tensión en la relación. No obstante, es evidente que el Brasil de Rousseff se ha apartado de la diplomacia populista de Da Silva en torno a Teherán.

 

 

 

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