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“Quien le escupa a una niña porque no le gusta cómo viste tiene que ir a la cárcel”, afirma tajante Joshua, un joven rabino de Jerusalén que decidió acudir este martes por la tarde a la llamada de varios grupos seculares israelíes a través de una red social. Convocaban para denunciar el fanatismo creciente en esta pequeña ciudad cercana a Jerusalén donde menos de un centenar de extremistas ultraortodoxos acorralan desde hace semanas a las niñas y las mujeres de un colegio aledaño a sus viviendas por considerar que visten deforma indecente ( o lo que es lo mismo, dejando al descubierto partes de su cuerpo como antebrazos o rodillas).
El epicentro de la manifestación se desarrolla en una plaza situada en el espacio de un triángulo donde confluyen tres pequeños barrios de comunidades religiosas distintas, cada uno con sus cánones y normas. “Es un polvorín de problemas desde hace mucho tiempo”, afirma Ilan Haber, un ciudadano de Beit Shemesh que se define a sí mismo como toránico, una de las comunidades que vive en uno de los tres vértices. “Por ejemplo seguimos los preceptos de la Torá, como respetar el shabat [día festivo para los judíos], pero trabajamos y vamos incluso a universidades laicas”, dos tareas prohibidas para sus radicales vecinos de enfrente, para quienes no debería existir ni un gobierno ni un Estado hasta la llegada del Mesías.
“Estamos aquí la derecha y la izquierda, laicos y religiosos, para que una minoría no nos imponga sus normas a los demás”, grita un manifestante, megáfono en mano, desde un escenario improvisado. “Queremos justicia social en Beit Shemesh”, resuena de forma estridente por los altavoces, una consigna que recuerda los lemas coreados por los indignados israelíes que se manifestaron el pasado verano. “En Mea Sharim [el barrio de los ultraortodoxos de Jerusalén] pueden hacer lo que quieran, es su gueto, pero no pueden hacerlo en todo el país”, se queja Liav Hen, una joven llegada desde Tel Aviv que condena la creciente discriminación impuesta por la comunidad religiosa más radical de esta ciudad, que incluye la segregación de género en calles, colegios y lugares públicos.
Una discriminación que quedaba patente esta semana cuando docenas de ultraortodoxos rodeaban a varios oficiales de policía e inspectores municipales que acudieron a la ciudad para retirar una señal en el barrio de Nahala Vemenuha, que obligaba a hombres y mujeres a caminar por aceras diferentes. Los haredim (ultraortodoxos) intentaron impedírselo violentamente, llamándoles nazis y bailando en círculos a su alrededor.
Horas antes de la manifestación el presidente de Israel, Simón Peres, llamó a la ciudadanía —”religiosos, seculares y tradicionalistas”— a defender la naturaleza plural del Estado “frente a un pequeño grupo que compromete la solidaridad de la nación”.
En la concentración, en la que según la policía participaron 5.000 personas —10.000 para los organizadores—, también han participado la jefa de la oposición, Tzipi Livni; la líder del Partido Laborista, Sheli Yejimovich, y la ministra de Cultura, Limor Livnat, del partido gobernante Likud. También estaba presente Na´ama Margolese, la niña de 8 años protagonista del reportaje emitido el viernes pasado en el canal 2 israelí que desencadenó esta oleada de protestas. Margolese contaba en el reportaje las constantes agresiones que sufría cada día al ir al colegio por parte de jóvenes radicales que le gritaban y escupían por no ir cubierta de pies a cabeza, de acuerdo con las estrictas normas de los extremistas religiosos.
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