CARLOS PAGNI / LANACION.ORG.AR
El tumor que se le descubrió a Cristina Kirchner actualiza el problema del vínculo entre enfermedad y poder. La cuestión es inquietante: la enfermedad descubre lo que el poder quiere ocultar. La fragilidad, el límite.
Durante la Segunda Guerra, Stalin, Roosevelt, Churchill, Mussolini y Hitler padecían, cada uno, su dolencia. En América latina, Chávez, Lugo, Lula, Dilma, Uribe, ahora Cristina, fueron afectados por el cáncer. Nelson Castro escribió que el poder enferma por las tensiones que genera. Para la psicoanalista Elsa Aisemberg, aquellos que no pueden simbolizar el dolor tramitan su duelo con el cuerpo. Suele ser gente que valora más el éxito y lo perentorio que la reflexión.
El experto Alberto Lederman invierte el vínculo: “Hay una idealización según la cual el poder es un medio para alcanzar determinados fines. Antes que eso, el poder es una estrategia defensiva para resguardar una vulnerabilidad emocional del mundo del sujeto. Detrás del poder va el que lo necesita.”
El poder, entonces, no es la causa. Es el síntoma.
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