Los dirigentes de Hamás viajan estos días por países de Oriente Próximo y el norte de África para explicar sus nuevas posiciones. Ismail Haniya, primer ministro de Gaza y teórico número dos del movimiento, se reunió el lunes en Estambul con el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, una de las figuras más poderosas de la región y símbolo del islamismo democrático. Irán interrumpió en julio sus donativos al grupo islamista, ya reducidos en 2009. Haniya no salía de Gaza desde 2007, cuando asumió el poder tras la breve guerra civil que enfrentó a Hamás y Fatah.
Jaled Meshal es esperado a su vez en Jordania, el país del que fue exiliado en 2000, en una visita que supone la reconciliación con el rey Abdulá, aliado de Estados Unidos. La gira de los líderes de Hamás comenzó en Egipto y Sudán a finales de diciembre y seguirá en Túnez, Catar y Bahréin.
Los cambios en el mundo árabe, y muy especialmente la crisis en Siria, han tenido un impacto profundo en Hamás. El movimiento demostró durante dos décadas su flexibilidad ideológica, presentándose como la sección palestina de los Hermanos Musulmanes sin que ello impidiera que el jefe de su Politburó, Jaled Meshal, residiera en Damasco, donde ser miembro de la sección siria de los Hermanos Musulmanes suponía la cárcel o la muerte. La misma flexibilidad permitía recibir a la vez subvenciones de Irán y Arabia Saudí, las dos potencias enemigas en el mundo musulmán.
Meshal, sin embargo, intuyó muy pronto que la gran Intifada árabe iba a acabar con esos ejercicios de equilibrismo. Su primer gesto, en marzo, consistió en enviar señales conciliatorias a Fatah, plasmadas en abril en un acuerdo para formar un Gobierno de unidad (que según fuentes de Fatah podría constituirse finalmente en unas semanas) y preparar unas elecciones generales palestinas. El segundo gesto consistió en vaciar poco a poco el cuartel general de Damasco y en trasladar dirigentes a Gaza y a Egipto.
En julio, Irán interrumpió sus donativos a Hamás (bastante reducidos desde 2009, cuando empezaron a aplicarse sanciones internacionales al régimen iraní) como represalia por la negativa de Meshal a organizar actos de apoyo al Gobierno sirio, similares a los celebrados por Hezbolá en Líbano. Meshal intuía que el régimen del presidente sirio, Bachar el Asad, carecía de futuro, y que no le convenía seguir confiando en la protección del eje Teherán-Damasco. El jefe de Hamás apostó por su propia familia ideológica, los Hermanos Musulmanes, que adquirían un poder creciente en Egipto y Túnez y se perfilaban como la fuerza en ascenso en todo el mundo árabe, incluyendo Siria. Eso implicaba alejarse del resistencialismo a ultranza.
No parece haber completa sintonía entre Jaled Meshal e Ismael Haniya, los dos principales dirigentes políticos de Hamás. La semana pasada, mientras Meshal hablaba de lucha popular y resistencia civil, adoptaba un tono moderado respecto a Israel (en concordancia con el próximo ingreso del movimiento en la OLP y en el Gobierno palestino) y anunciaba la interrupción de los ataques con cohetes contra poblaciones israelíes, Haniya mantenía la habitual retórica bélica y respaldaba la lucha armada.
“Hay algo de reparto de papeles entre ellos, hay algo de rivalidad personal y hay una diferencia importante: Haniya gobierna en Gaza, mientras Meshal no gobierna en ningún sitio y dispone de más libertad”, comentó ayer de forma anónima un dirigente de Hamás en la franja. Resulta significativo, en cualquier caso, que Meshal no vaya a Gaza, pese a que Egipto mantiene abierto el paso de Rafah y se puede entrar y salir sin problemas.
Varios países árabes y Turquía han respaldado los pasos de Hamás hacia el pragmatismo aceptando las visitas de sus dirigentes. El Gobierno y el Ejército israelíes, por su parte, consideran que Hamás es una organización terrorista que no cambiará nunca y hablan con insistencia de una nueva invasión de Gaza, aún más cruenta que la Operación Plomo Fundido de hace tres años.
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