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miércoles 18 de diciembre de 2024

Carta Abierta a Chevra Hatzalah

CARTA ABIERTA A CHEVRA HATZALAH

México DF a 5 de enero de 2012

Queridos amigos de Chevra Hatzalah:

Escribo este mensaje como un tributo de gratitud. También, inspirada en la necesidad de compartir información valiosa que puede ayudar a salvar otras vidas como sucedió el pasado 20 de diciembre con mi hermano David, un joven de 52 años que estuvo al borde de la muerte y quien, gracias a ustedes y a una serie de engranajes que se concatenaron milagrosamente, gozó de la oportunidad de reescribir un libro nuevo de su existencia esperando casar a sus hijos, abrazar nietos y dejar huellas francas en su camino. Sin más, volvió a nacer.

Ese día, alrededor de las 6 de la tarde, al volante, de regreso de hacer ejercicio en el Deportivo, comenzó a sentir un dolor punzante, perversamente agudo en el pecho. Por el lastre genético -tres tíos y un primo muertos de un infarto fulminante en su quinta década de vida; y el resto de los hermanos de mi padre que sobreviven, inclusive él, operados del corazón-, David identificó inmediatamente sus síntomas: infarto cardiaco. Sudando, a punto de desmayo, con los dos brazos dormidos, encontró un lugar para estacionarse en la calle Tres Picos, reclinó el asiento y alcanzó a hacer un par de llamadas. Entre ellas a Hatzalah y a mi mamá, a quien le dijo lo que le pasaba.

Cuatro minutos después la ambulancia de Hatzalah, que estaba estacionada en Horacio y Anatole France, ya lo estaba recogiendo. Ese día, para su suerte, bajó el intenso tráfico que tenía paralizada la ciudad por la temporada navideña. Octavio Cervera y Emilio Stambouli realizaron un electrocardiograma. La evidencia era contundente: severas anormalidades en el trazo apuntaban al infarto masivo que lo aquejaba. Llegaron tres rescatistas más: Jaime Varón, Alejandro Yampolsky y Salomón Dahab, quienes intentaban estabilizarlo suministrándole oxígeno y aspirina para adelgazar su sangre. Emilio Stambouli, que a diferencia de David no logró encontrar donde estacionar su coche, se quedó en Polanco.

Jaime Varon respondió a mi llamada en el celular de mi hermano y me confirmó lo que imaginábamos: era el corazón. Localicé al Dr. Víctor Manuel Ángel, jefe de Cardiología del Inglés, quien casualmente estaba saliendo del hospital. Diecisiete minutos después de haber recibido la llamada de alerta, Hatzalah bajaba la camilla en Urgencias del Hospital Inglés de Observatorio. El Dr. Ángel y su equipo estaban a la espera de David.

Para hacer corta una historia larga: todo sucedió en absoluta sincronía. El médico nos informó que medio corazón ya estaba comprometido, tenía uno de los peores infartos, uno masivo en la coronaria descendente anterior. La única manera de salvarlo era meterlo de inmediato al quirófano para hacer un cateterismo con la intención de liberar la presión del corazón y restablecer el flujo sanguíneo. Era riesgoso, pero no había otra opción.

El objetivo era recuperar la función cardiaca y detener la muerte progresiva de los tejidos del corazón. Como el infarto no tenía aún ni una hora de haberse iniciado, la troponina, es decir la proteína que detecta un infarto, aún estaba en cero. Tenían enormes posibilidades de reanudar la circulación y revertir la lesión. Cada minuto, dijeron los médicos, equivale a músculo; es decir a la posibilidad de salvar, o no, el tejido del corazón que se necrosa irremediablemente. Afortunadamente aún había dolor: tejido sufriente, tejido vivo.

Nuevamente para la suerte de David, la Unidad Coronaria, una de las más avanzadas del país, estaba libre y también estaba en el hospital el Dr. Ernesto Ban Hayashi, socio del Dr. Ángel, con quien realiza las angiografías coronarias (cateterismos para ver el funcionamiento de las venas y arterias), las angioplastías (insertar un globito en la arteria ocluida a fin de destaparla) y la colocación de stents (resortes para mantener abierta la arteria en cuestión). Se necesitaban cuando menos dos expertos y ahí mismo estaban los dos.

Empezaron a las 6:50 de la tarde. Tres horas después de haber iniciado el procedimiento, salieron sonrientes. Fue un éxito oportuno y puntual. Destaparon la coronaria afectada, pusieron dos stents para dejarla funcionando y al día siguiente con un ecocardiograma sabríamos que el daño en el corazón fue mínimo. Sólo quedó afectado el septum, el tabique que separa el lado izquierdo del derecho, un pequeño punto donde se inició el infarto. La arteria coronaria derecha, también con una severa oclusión, la dejaron para ser intervenida en enero. El riesgo de un nuevo infarto estaba aún latente.

Hoy David ya está casi como nuevo gracias a su voluntad de vivir porque fue él mismo quien actuó para salvarse. Gracias también a Hatzalah, una bendición en nuestra Comunidad. Gracias a los médicos que fueron ángeles en su camino. Y gracias, por supuesto, a Dios que acomodó las situaciones para que su suerte fuera venturosa.

Esa noche del 20 de diciembre, noche de Janucá, mi hermana Sary llevaba en su cajuela pasteles y velas, quería reunirnos a toda la familia a festejar el cumpleaños 80 de mi papá que ella celebra dos veces: el 12 de diciembre que es su fecha en el calendario y el día de la primera vela de Janucá que es cuando su madre, que lo registró un par de años después, decía que realmente nació. Con el tráfico intenso previo a las vacaciones y la necesidad de concluir una vorágine de pendientes, no todos aceptamos ir a su casa en Interlomas. Sin embargo, el destino nos obligó a estar juntos para festejar a la vida. Ahí en la sala de espera de Terapia Intensiva, mi papá prendió las velas de su pastel y las de la janukiá, y juntos, rodeados de familia, consuegros y amigos, agradecimos a Dios. Esa noche fue noche de milagros.

Mil gracias, de corazón gracias de parte de toda la familia Cherem Sacal, Cherem Saltiel y Shabot Cherem. Ustedes determinaron la diferencia.

Afectuosamente,

Silvia Cherem de Shabot

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