LA RAZÓN.ES
Heike B. Görtemaker narra en una biografía el papel que jugó la mujer de Adolf Hitler en el Tercer Reich y cuál fue la relación que mantuvo con el Führer y sus colaboradores.
Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Pero ni él era un gran hombre ni ella, probablemente, fuera una gran mujer. Eva Braun, la sombra de Hitler, arrastra una leyenda de amante inconsciente, alejada de la política, más vividora que comprometida, alegre, desentendida y desenfadada. ¿Pero es cierta esa imagen? Siempre detrás de la figura del Führer, retirada del primer plano político, Eva Braun parece que representa la figura de una esposa entregada a los arbitrios de un destino que le condujo al búnker más famoso de la historia en compañía del hombre que encarna la maldad y los horrores del siglo XX. Pero este eco estereotipado no es real. «No sólo los hombres, sino también las mujeres del entorno de Hitler, se identificaron con la cosmovisión antisemita y racista y con la agresiva de «espacio vital del régimen nazi, que Hitler les explicaba en largas veladas nocturnas ante la chimenea. Eso es válido especialmente para Eva Braun», asegura Heike B. Görtemaker en una de las biografías más extensas y detalladas que se han escrito sobre la amante del líder del Tercer Reich.
Una relación oculta
Unas palabras que, precisamente, contradicen las que dejó escritas Albert Speer: «La política no le interesaba, no intentó prácticamente nunca influir sobre Hitler». Es interesante comprobar cómo la autora coteja unas fuentes con otras, sacando las contradicciones para intentar recomponer el enigmático rostro de Eva Braun y desmintiendo otras afirmaciones, como las del arquitecto de Hitler. Un ejercicio que le ha conducido también, de forma inexorable, a esbozar el panorama del género femenino durante esa época. El nazismo intentó dar una visión sesgada. Las palabras que Hitler pronunció el 8 de septiembre de 1934 en Nuremberg son muy ilustrativas: «El mundo de la mujer es un mundo pequeño. Pues ese mundo es su esposo, su familia, sus niños y su casa». Pero la realidad, una vez más, contradice los deseos y la retórica, como Görtemaker demuestra: «En 1932, había más mujeres que hombres con un empleo a tiempo completo. Así que la vida real de mas mujeres en el Tercer Reich fue, más allá del “culto a la madre”».
En este contexto hay que cuestionar el papel de Eva Braun. Realmente se mantuvo al margen o la mantuvieron a propósito en un discreto segundo plano. Lo cierto es que Hitler siempre intentó disimular su relación con ella. ¿Por qué? «(ella) amaba la moda, el cine y el jazz, leía obras de Oscar Wilde, –autor prohibido en Alemania a partir de 1933–, le gustaba viajar y practicaba deporte en exceso. Así pues, su vida apenas encajaba en el modelo de la mujer alemana propagado por la ideología nacionalsocialista, según el cual esta tenía que ser en primer lugar madre y vigilar el hogar del hombre». Una razón más que significativa. De hecho, «como la existencia de Eva Braun no se ajustaba del todo a la imagen del Führer oficial, no se le permitía aparecer en público, del mismo modo que se silenció el hecho de que Hitler era abstemio y vegetariano, no fumaba, no tomaba café y –sobre todo una vez iniciada la guerra– consumía enormes cantidades de pastillas y, al igual que su amiga, mantenía una limpieza corporal extrema». Esta relación, no obstante, está sumida en el misterio por la falta de documentación oportuna que ilumine ciertas zonas oscuras. Hitler ordenó que se destruyera la escasa correspondencia privada que dejó.
Un papel en la Historia
Eva Braun intentó preservar esa memoria escrita, salvándola del abismo del último asalto soviético a Berlín. De hecho, puso mucho énfasis, y le encargó a una amiga que salvara las cartas y su diario, como si fuera consciente de la imagen que iba alegar a la Historia y quisiera defenderse. De nada sirvieron sus preocupaciones y molestias. Ese material ha desaparecido en los ajetreos de la guerra o en sus posteriores desahucios.
Lo que resulta evidente es que ella pasó por un proceso de transformación. De ser una «una muchacha sencilla y marginada de una familia pequeño burguesa a una caprichosa e intransigente defensora de la fidelidad incondiconal al dictador». Pero en su relación existían más voluntades, como afirma esta historiadora: «Tuvo “muchos enemigos”, afirmaría más más tarde en una declaración su amiga Herta Schneider. Ciertamente, entre los seguidores de Hitler cundió la opinión de que Eva Braun no era suficientemente buena para el Führer, de que no daba la talla para figurar a su lado». Pero de todas, la voz más firme, sin embargo, sería la de su marido: «Fue el propio Hitler quien asignó a su amiga un papel desagradecido que revelaba no tanto su incapacidad como los miedos y la falta de soberanía de una arribista».
Eva Braun –de la que es imposible aclarar si tuvo conocimiento del Holocausto– encontró a Hitler cuando ella tenía apenas 17 años y él frisaba la cuarentena. Pero sería el final lo que realmente les uniría. A pesar de que su pareja le insistió para que no acudiera a Berlín, ella se presentó en el búnker. Quería pasar esas últimas horas junto a él. Los dos se casaron de manera repentina, sin que nadie lo previera. Ya fantaseaban con suicidarse. «Quiero ser un cadáver hermoso, voy a tomar veneno», dijo supuestamente ella. Él ya había pensado en pegarse un tiro. Así se cumplió. «Ella mordió una cápsula de ácido cianhídrico y murió ante él, mientras que él se llevó también una cápsula de veneno a la boca y se descerrajó al mismo tiempo un balazo en la sien derecha». Luego los llevaron al jardín de la Cancillería. Y les prendieron fuego.
Dos mujeres en el búnker
La historiadora cuenta en esta semblanza la relación que Eva Braun mantuvo con Hitler. Pero también explica su relación con sus inminentes colaboradores, como Goebbels, Speer o Martin Boorman, quien controlaba la vida privada de Hitler y la única persona que se sentaba, como Eva Braun, a la izquierda del líder del Tercer Reich. En este repaso, la autora también se acerca a las otras esposas de los principales ministros del nazismo. Se detiene de manera especial en Magda Goebbels (es innegable la franca amistad que tenía con Hitler). Los vínculos que unían a Magda y Eva no están claros. Pero, desde luego, fueron ellas las dos únicas mujeres que estuvieron en el búnker en las últimas horas. Las dos quisieron acompañar a sus maridos hasta el final. Y las dos se suicidaron para evitar ser apresadas por las tropas soviéticas.
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