SARA SEFCHOVICH
EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
I.
En 1994, poco antes de ingresar a un monasterio budista (¿“A lonely wooden tower” ? ¿”A lobby with 900 windows?” ) en el que permanecería durante cinco años, Leonard Cohen escribió: “Vivimos en un mundo que no es perfectible, un mundo que siempre te deja con la sensación de algo no hecho, algo que falta, algo que lastima, algo que enoja. La primera realidad es que hay una herida y hay sufrimiento, una profunda sensación de insatisfacción con la vida. Y la herida no cierra.
Lo que existe es el consuelo de que no hay salida, el consuelo de que esto es con lo que tienes que vivir. En lugar del consuelo de poder curar la herida, de encontrar el tipo adecuado de atención médica o el tipo adecuado de religión, tienes la sabiduría de saber que no hay salida.
Este es el predicamento humano y el único consuelo consiste en aceptarlo. Esta es nuestra situación y el único consuelo consiste en aceptar completamente esa realidad. No importa lo que hagas, las pasiones llegan y se van, y te queman y te secan. Si no es tu amante son tus hijos, si no son tus hijos, es tu trabajo, si no es tu trabajo es envejecer, si no es envejecer, es enfermarse. Es un predicamento que no tiene solución. No hay escape. La aceptación, la resignación, el asumirlo, son mentiras. La herida no va a cerrar, la realidad es el sufrimiento. Aparecen toda suerte de drogas nuevas, de maneras distintas de acercarse al problema, pero nada puede disolver esta sensación de enojo y de insatisfacción que sentimos. Y nadie puede superar eso.”
Insatisfacción, enojo, esa es la vida según Leonard Cohen, y más vale asumirlo porque no hay salida.
Y sin embargo, él la encontró: en la poesía, en la música, en los innumerables romances, en los muchísimos viajes, en las giras con locales atestados y miles de gentes aplaudiéndole y miles de gentes admirándolo-tarareando las letras-venerándolo, en la gran cantidad de películas que usaron sus canciones, en los infinitos homenajes, reconocimientos y premios, los que no aceptaba cuando era joven y los que ahora acepta agradecido.
Y es que por supuesto, como todo ser humano y como todo creador, Cohen está atravesado de contradicciones: le gusta que lo consideren un solitario encerrado, pero siempre está frente al micrófono o la cámara porque como dice en una de sus novelas: “Something in him so loves the world” ; es un glotón que se quiere comer la vida pero jura que lo que busca es renunciar a todo en el sentido monjil y ascético del término; se puso por nombre budista el de Jikan, que significa el silencioso, cuando en realidad siempre está hablando, habla cuando canta, habla en las entrevistas, habla con el público; su poesía se refiere a los sentimientos y las emociones, pero es la de un intelectual totalmente racional, que no construye los poemas con la inspiración del momento sino con el largo y difícil trabajo duro, corrigiendo una y mil veces; dice de sí mismo que es depresivo pero en su imagen pública ríe y brinca, tal vez porque como dice uno de sus biógrafos:“En su depresión encuentra, a la manera nietzscheana, una parte festiva”.
Y sin embargo, Leonard Cohen no miente. Con todo y eso que vemos desde fuera, él ha pasado su vida deseando ser amado, poderse comunicar, no sentirse solo. Se la ha pasado deseando lo que ya tenía, imaginando sufrimientos por suponer que no lo tenía.
Pero qué más da, lo importante es que su poesía habla de algo que nos sucede los demás: lo que afirma la poesía de Leonard Cohen es que el amor, la comunicación y la compañía no son ni pueden ser.
¿Creías que ella te amaba porque te llevó a su casa junto al río y te dio naranjas y té traídos desde China? ¿O creías que tú la amabas porque pasaste la noche con ella o porque habías tocado su cuerpo perfecto con tu mente? ¿Creías que te contaría lo profundo, lo que hay abajo? ¿Creías que las promesas se cumplen?
Pobre de ti: siempre creyendo que es posible.Y siempre dándote cuenta de que nunca sucede lo que se quiere, lo que se espera. O porque no existe o porque no es correspondido, o porque hay engaño, o porque lo hubo pero se terminó.
Lo único que sí existe y está siempre allí es la tristeza, la desesperación, el pánico del que queremos huír: “Dance me through the panic”. Y la locura.
¿Acaso no se volvieron locos el médico que se enteró de los detalles de tu luna de miel y el esquimal que te estaba filmando mientras el viento arrancaba tus ropas?
II.
Eran los sesenta cuando apareció Leonard Cohen y nos empezó a acompañar en nuestro descubrimiento de la vida y del mundo y nos dijo lo que necesitábamos oir: que todo era pasajero (el “también esto pasará” que llevaba escrito el anillo del Rey Salomón) y que el camino no estaba decidido (el libre albedrío que otorga el judaísmo al ser humano). Lo conocimos entonces sentados en el piso, escuchando su voz ronca y su guitarra, en aquel disco prodigioso que en la contraportada tenía a una mujer en fuego, lo que muchos consideraron el ánima solitaria de la tradición cristiana, pero que en realidad era otra cosa, porque en aquella hoguera que ardía la mujer nunca se consumía, lo mismo que vio Moisés cuando Dios se le hizo presente en el desierto.
Judío hasta el tuétano, Cohen hace un esfuerzo por incorporar la espiritualidad cristiana (“Jesus was a sailor when he walked upon de waters” , “You hold to me like I was a Crucifix” ) y la del budismo en su vertiente zen. Pero no lo consigue. “No encontré en el monasterio lo que buscaba, no logré entender la filosofía” le dijo a Elena Pita en una entrevista.
Pero es que lo que buscaba no era otra teología, otro Dios: “No busco otra religión, estoy contento con la mía” sino aprendizajes concretos para poder vivir: fuerza interior, serenidad, disciplina.
El mundo espiritual y mental de Leonard Cohen es el que ha bebido en el primer libro de la Biblia, la Torá, en la liturgia de las Fiestas Mayores, en los rezos y bendiciones: “Baruj Hashem, Bendito seas Tú Dios nuestro y Dios del Universo”.
Hoy, cuando empieza la segunda década de otro siglo, aquí sigue Leonard Cohen con ese mundo interior intacto, aunque con su voz más ronca y envejecida y ahora acompañado de muchos instrumentos: el piano y el violín, el bajo y la guitarra eléctrica, la armónica y el laud, el sintetizador y la batería y más voces femeninas en el coro.
Hoy los discos ya son muchos y siguen siendo prodigiosos, pero en las portadas ya solo llevan el retrato de su autor, tan campante, recordándonos con el Eclesiastés, el libro de Kohelet, que es tiempo de reír y de llorar por lo pasado “Its time that we began to laugh and cry and cry and laugh about it all again”. Y también, inevitablemente, tiempo de cerrar.
En los cuarenta años que corrieron entre los años sesenta del siglo pasado y la segunda década del nuevo siglo, seguimos escuchando a Leonard Cohen y aprendiendo con él a “mirar entre la basura y las flores”, y a apreciar a aquellas parejas cuyo amor dura toda la vida, las que como escribió Elizabeth Wurtzel, conocen el verdadero amor, el que soporta aburrimientos y problemas, el que envejece junto con el otro.
III.
Leonard Cohen nos enseñó que cantar no es gritar, no es dejar que la música suba tanto de volúmen que tape a las palabras, sino que consiste en decir lo que se tiene para decir, recitado y narrado claro y despacio, acompañado apenas por los sonidos, que de todos modos tienen vida propia. Y nos enseñó que no hay que tenerle miedo a repetir, estrofa tras estrofa idéntica, estribillo tras estribillo idéntico, una letanía. La cima de ese proceder: el Prólogo al Book of Longing, con música de Phillip Glass.
¿Cuál es el misterio de ese canto? ¿Está acaso en esa voz extraña? ¿Está en esa combinación de música judía de la vieja Europa Oriental de la que emigraron sus padres, con el folk de los tiempos hippies y algunas armonizaciones de jazz y rock? ¿Está en esas letras en las que se habla de amor pero también de democracia, de paz pero también de que ya es hora de tomar Manhattan para luego tomar Berlín ? ¿Está en esa vocación suya de escritor y de músico y de cantante llevada hasta el extremo y cumplida con dolor, porque como le dijo a Pico Iyer: “Escribir es horrible y es delicioso y es extraño pero es inevitable” ? ¿Está en ese ánimo que pasa de lo más oscuro a lo más luminoso? ¿Está en esa compasión que lo hace dar “una respuesta radical y sagrada al sufrimiento humano” como afirmó en un concierto en Israel ? ¿Está en que cuando lo escuchamos intuimos que es un ser que ha sido tocado por la gracia?
Sí, esto debe ser. Porque si como dijo alguien nombre es destino, su nombre hebreo es Eliezer, que significa mi Dios me ayudó y su apellido es Cohen, que quiere decir sacerdote.
IV.
Los que fuimos jóvenes con Leonard Cohen cantamos con él “Traveling lady stay a while until the night is over” . Los que maduramos con Leonard Cohen compartimos con él aquello de que hay una vida secreta en la que se está solo y hace frío: “I am cold as a new razor blade” y en la que no importa lo que se haga, lo que se diga, lo que se pretenda, somos perdedores y nunca fuimos valientes “I never said that I was brave”.
Y los que hemos envejecido con Leonard Cohen, recordamos con él cuando creíamos que era posible todo: la revolución y la paz, la libertad sexual y el amor duradero; ser, hacer y expresarse y que el poder no se metiera con nosotros; acabar con el racismo como quería Luther King y quitarse el miedo de volar como quería Erica Jong. Somos los que hoy, como él, aceptamos que hicimos lo mejor que pudimos pero que no fue mucho, y buscamos la última oportunidad de amar y de ser queridos: “Mírame una vez más, la última”. Y hasta imaginamos que cuando nuestro cuerpo ya no esté aquí, nuestro espíritu seguirá haciendo de las suyas.
Por todo esto, por habernos acompañado desde el siglo XX hasta el XXI y por habernos dado las palabras para expresar lo que eso significó, es que le han dado un Príncipe al Sacerdote, el Asturias al Cohen.
Se hizo justicia. A la poesía. A una generación toda. A un rey que no quiere serlo: “Te amarro a la silla de la cocina, rompo tu trono y te corto el pelo”. A un judío como los que expulsaron de España en el siglo XV. Al trovador que le canta a los comunes pero recibe también aplausos de la realeza. Quién lo hubiera dicho: un hippie en palacio, un judío en Sefarad, un ciudadano honrado por el Príncipe.
Pero sobre todo, se le hizo justicia a una época que tantas ilusiones y utopías nos dio. Me imagino a los jurados de ese galardón, que hace cuatro años cantaron “The answer my friend is blowin in the wind” y hoy están entonando los coros de “Hey darling, that´s no way to say goodbye” .
Para nosotros, los mortales, solo queda pronunciar un deseo: Maestro: sigue navegando, “Sail on, sail on”. Aunque sientas que ya viajaste demasiado. Pues con todo y tus casi ochenta años a cuestas eres joven y eres faro de luz y queremos hundirnos en tu sabiduría como piedras. Sigue sonriendo para nosotros desde los videos con esa tu sonrisa seductora y pícara, con esa tu cara de nariz puntiaguda como pájaro y tus ojos astutos, con ese tu cuerpo delgado y erguido y tu cabello al ras como monje zen a punto de ponerse el manto y sentarse en el zendo. Pero sobre todo, con esa tu palabra que, sea la que sea, diga lo que diga, “it would still be all right”.
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