15 de enero 2012
EL IMPARCIAL. Hace algunos días, The New York Times revelaba un cambio histórico en la política exterior de EE.UU., en el sentido de que “la administración Obama ha empezado a abandonar décadas de desconfianza y hostilidad e intenta forjar lazos más estrechos” con la Hermandad Musulmana (HM) egipcia, en otro tiempo considerada como irreconciliablemente opuesta a los intereses estadounidenses.
Este cambio fue provocado por la nueva realidad política: los resultados de tres rondas de elecciones que colocaron a la HM como mayoría ganadora en el nuevo parlamento egipcio, y los “mensajes moderados” de la HM, incluida la promesa de construir “una democracia moderna que respetará las libertades individuales, el mercado libre y los compromisos internacionales, entre los que figura el tratado de Egipto con Israel”.
Cabe preguntarse qué es lo realmente nuevo en la política exterior americana, sabiendo que durante décadas los EE.UU. han mantenido unas estrechas relaciones estratégicas, militares y económicas con Arabia Saudí, un régimen teocrático que tiene una política islamista mucho más oscurantista que la propuesta por la HM en su programa oficial [no la política presentada al público egipcio y extranjero como plataforma previa a las elecciones].
¿Qué es lo nuevo, sabiendo que los Estados Unidos proporcionaron apoyo militar, aunque indirecto, a los muyahidines que combatieron a los invasores soviéticos en Afganistán en la década de 1980?
Lo asombroso es el olvido y las vanas ilusiones de los políticos e intelectuales americanos cuando proponen este “acercamiento” a los movimientos islamistas del mundo árabe, que se apropiaron de los levantamientos de las jóvenes fuerzas árabes en Túnez y en Egipto y que, probablemente, hagan lo mismo en Libia y Siria.
Los muyahidines de Afganistán sucumbieron a la influencia de Abdallah Azzam, ideólogo del movimiento global yihadista y mentor de Osama bin-Laden. El concepto acuñado por Azzam de “al-Qa’ida al-Sulbah”, o “la base sólida” de la vanguardia yihadista, más tarde dio nombre a la organización al-Qaeda.
Abdallah Azzam visitó los EE.UU. a finales de la década de 1980, antes de que terminara la guerra en Afganistán y de que se retiraran las fuerzas soviéticas, y predicó allí la yihad contra América.
Cuando los talibanes se hicieron con el control de Afganistán en 1995-1996, Arabia Saudí les proporcionó apoyo económico y reconocimiento diplomático, pese a que los talibanes habían dado permiso a bin-Laden para entrenar a miles de jóvenes yihadistas antiamericanos y antisauditas en terreno afgano. Sorprendentemente, al-Qaeda nunca había atacado intereses saudíes antes de la ocupación americana de Irak en la primavera de 2003.
Igualmente sorprendente es que de los diecinueve secuestradores que atacaron EE.UU el 11 de septiembre de 2001, quince eran saudíes. La Comisión del 11 de Septiembre identificó a otros ocho militantes saudies de al-Qaeda que habían sido personalmente elegidos por Osama bin-Laden para participar en los secuestros, pero que por una serie de razones quedaron fuera del complot.
Los saudíes han estado implicados en los principales ataques terroristas contra los Estados Unidos, en la propia Arabia Saudí y en cualquier otro sitio: el bombardeo de la Guardia Nacional Saudí en noviembre de 1995, el bombardeo de las Torres Jobar en junio de 1996, el bombardeo de la embajada de Nairobi en agosto de 1998, el bombardeo del destructor USS Cole en octubre de 2000.
Además, los ciudadanos saudíes han desempeñado un papel de gran importancia al financiar la infraestructura de al-Qaeda y sus ataques terroristas; asimismo financiaron la insurgencia suní en Irak contra las fuerzas americanas y de la coalición. Aproximadamente el 70% de los terroristas suicidas de Irak eran saudíes.
La justificación de la política exterior de la administración Bush con respecto a Arabia Saudí era que, “pese a todas sus deficiencias”, Arabia Saudí es un socio voluntarioso dispuesto a combatir la mutua amenaza representada por al-Qaeda.
¿Será los Hermanos Musulmanes unos socios voluntariosos en la democratización de Egipto y el mundo árabe en general?
El lenguaje ambiguo de sus líderes no es un buen presagio para el futuro. Las promesas, hechas al inicio de las revueltas egipcias, de optar sólo al 35% de los puestos del parlamento parecen hoy una farsa absurda. Ibrahim Munir, portavoz de la HM, negó que el grupo hubiera dado garantías a Washington de respetar el acuerdo con Israel. Essam al-Erian, el número dos del Partido por la Libertad y la Justicia de la Hermandad Musulmana, declaró que la HM “no está en condiciones de ofrecer garantías”.
El líder de la HM Mohammed Badie, que recientemente se reunió con el primer ministro de Hamás Ismail Haniyeh durante la visita de éste último a El Cairo, declaró que “los Hermanos Musulmanes han contemplado siempre cuestiones relativas a la liberación, especialmente de Palestina” y que Hamás ha servido de modelo para la HM. Haniyeh describía Hamás como “el movimiento yihadista de la Hermandad con un rostro palestino” y afirmó que su visita al centro de la HM desconcertaría y atemorizaría a “la entidad israelí”.
Por cierto, en el propio Israel algunas voces respetadas proponen hablar con la HM de Hamás y de Egipto, en nombre de la realpolitik. El nuevo embajador israelí en El Cairo ha sido instruido para buscar contactos con los líderes de la Hermandad.
En el pasado, Israel fue acusado de haber “inventado” Hamás y de haber apoyado sus actividades.
La realidad es que en los años 70 las autoridades israelíes permitieron a las facciones de la Hermandad Musulmana palestina en Gaza y Cisjordania que actuaran de forma transparente en el terreno religioso, social y económico [la así llamada “actividad da’wa”], dado que en esa época, a diferencia de sus compañeros seculares, no participaban en el terrorismo. La clase política y militar israelí no se tomó en serio las declaraciones de los líderes de la HM de entonces, que afirmaban estar preparando una nueva generación de jóvenes luchadores yihadistas para liberar Palestina y crear allí un Estado islámico.
Hasta 1985 no quedó claro que la HM palestina estaba preparándose para el conflicto armado, pero el arresto de su líder Sheikh Ahmed Yassin no frenó el proceso de militarización, que dio lugar a la transformación del movimiento en la organización terrorista Hamás a comienzos de la primera intifada, en 1987.
Hamás, junto con la Yihad Islámica Palestina [otra facción de la HM que se convirtió en satélite del régimen de Teherán], fueron responsables de la oleada de bombardeos suicidas que se produjeron a mediados de la década del 90 -después del acuerdo de paz de Oslo-, que sabotearon las delicadas relaciones entre los israelíes y los palestinos y, durante la segunda y sangrienta intifada, echaron por tierra la oportunidad de una solución negociada.
La victoria de la HM en las elecciones egipcias plantea en realidad un serio dilema a los líderes estadounidenses, europeos e israelíes. Probablemente no les quede otra alternativa que congraciarse con los nuevos líderes islamistas, lo que permitirá controlar el principal país árabe y los menos importantes.
La cuestión es si serán capaces de combatir a tiempo su cosmovisión religiosa radical islamista y las tendencias autocráticas, pues los nuevos líderes islamistas intentarán imponerlas en el mundo árabe y llevar a la región a una era oscurantista, en grave conflicto con los valores democráticos y liberales occidentales.
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