ARNOLDO KRAUS/ EL UNIVERSAL
Ni las radiografías simples ni las sofisticadas revelan todas las verdades del cuerpo. Las primeras muestran hallazgos simples. Las segundas, tomografías computadas, resonancias magnéticas, penetran profundo pero son falibles. El cuerpo sano y, sobre todo el enfermo, contienen resquicios y verdades en ocasiones inalcanzables para las modernas y cada vez más sofisticadas tecnologías médicas. Con el mundo se puede establecer un parangón: los diseñadores de los G (G-7, G-8… G-20 y G ad nauseam) han intentado, sin éxito, mejorar la salud del mundo. Para los pobres, ni las G, ni los números, han penetrado donde debían.
Las radiografías permiten mirar. Las auto radiografías, sin rayos X de por medio, requieren otra parafernalia. Para quienes dedican parte de su tiempo a escribir, lápices, papeles y gomas son elementos fundamentales. Quien los utiliza escruta su interior y traza un mapa, primero interno, y después, si se tiene suerte, de algunas porciones del mundo externo, del mundo que nos vive y en el cuál vivimos. Este escueto texto intenta ofrecer una pequeña auto radiografía, escrita a lápiz y con ayuda de las gomas de borrar, cuyo destino, en mi caso, es achicarse hasta desaparecer.
Aunque una auto radiografía es un reto complicado, las radiografías que uno lleva en su maleta, son indispensables. Sobre todo cuando uno se muda y deja la que fue su casa muchos años. Escribí en otro periódico durante veinte años. Cuando el hábitat deja de ser lo que fue, mudarse es sano. Tanto por la certeza de no caber en el hogar primigenio como por la fortuna, y el reto, de renovar palabras e ideas en busca de otras caras y de otros guiños.
Las mudanzas dejan algunos enseres muy queridos imposibles de renovar. Dejan agradecimiento y enseñanza, y entierran, en el mundo del olvido, desencuentros, rencores y el desagrado por sentirse incomodo, fustigado. Es una gran fortuna y un regalo de la vida mudarse motu proprio. Mi mudanza ha sido voluntaria.
Soy médico de profesión y escribo por necesidad; el encuentro con la palabra y los libros es un ejercicio vital. Tengo, además, la fortuna de nutrir la escritura a partir del lenguaje de la enfermedad. Ejerzo la medicina clínica y privilegio la relación médico paciente sobre la tecnología. No desprecio a la segunda pero apuesto primero, y después, por la escucha. Lo que demuestran las pruebas sofisticadas de laboratorio y la biotecnología, es fundamental pero no definitivo. El diálogo, lo que quiere y no quiere el enfermo, lo que revela y no revela el encuentro entre dos personas, el tiempo para escoger un camino u optar por otro sendero es, además de imprescindible, determinante. Esa faena se logra escuchando.
A partir de la escucha, de las miradas y de los reclamos de los enfermos, de la literatura del dolor cuya narración es esencial en la construcción de la historia, he tenido la oportunidad de esbozar algunas opiniones y de construir, un modesto escenario de las enfermedades de las personas, y de los quiebres de la condición humana y de la sociedad. Ese tinglado se edifica, en ocasiones arropado por la mirada médica, otras veces impulsado por los lamentables traspiés de nuestra especie.
Si fuese posible obtener una radiografía simple, o incluso una resonancia magnética de mis escritos en periódicos o en revistas (colaboro en Letras Libres y en la Revista de la UNAM), en busca de una palabra guía, de una obsesión y un credo, ética sería el primer hallazgo y laica el segundo. Ética laica, sin matices religiosos, es disciplina rectora y simiente de muchos de mis artículos. A esa disciplina dedico parte de mi tiempo: es el core de mis apuestas.
Los principios éticos han sido sepultados y violentados. Cualquier radiografía objetiva de la Tierra y de sus pobladores, desde cualquier ángulo, sin importar la hora o el lugar, con equipos rudimentarios o sofisticados, mostrará cuán fracturada se encuentra nuestra casa y cuán amenazado pervive el ser humano. Ser o no ser escéptico no depende de la voluntad, basta mirar y analizar.
Algunos pensadores sugieren, tras el fracaso de la inmensa mayoría de los modelos imperantes, económicos, sociales o religiosos, que a partir de la ética laica, de su enseñanza y contagio, podrán sobrevivir la Tierra y el ser humano. Apuesto por esa vía.
Una auto radiografía intitulé este artículo. Borré el título en más de una ocasión. Difícil periplo dirigir hacia uno mismo los rayos X sin radiarse ni quemar a otros. Difícil saber qué decir y no decir cuando uno es objeto y sujeto. Los rayos X penetran y desnudan. Las palabras, las palabras periodísticas, tienen esa función e incontables obligaciones: desvelar y exponer, sin maniqueísmos, los sucesos que amenazan al ser humano y a la Tierra.
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