Juntos venceremos
lunes 23 de diciembre de 2024

La culpa y la disculpa, dos vertientes del alma judía.

 

MAY SAMRA. En la Rusia zarista, dos judíos van a ser fusilados. Cuando llega el verdugo para vendarles los ojos, uno de ellos, valientemente, rechaza la venda. Es cuando el otro recrimina: “¡Acéptala! ¿Por qué siempre te gusta causar problemas?”

Uno de los judíos más famosos del mundo dijo alguna vez: “Quien esté excepto de culpa, que tira la primera piedra”, lo que demuestra, por supuesto, que conocía a la perfección uno de los rasgos más característicos y más dolorosos del pueblo judío, he nombrado aquí- la culpa. Antes de que Woody Allen y La Niñera comenzaron a hacer guiñes cómicos hacer del tema y que otras religiones escogieran la absolución de tal culpa como uno de sus más atractivas propuestas -la culpa ya estaba presente en nuestras creencias ya que está presente en Génesis. O sea, en un principio, acompañada de su inseparable amiga, la disculpa. D-os puso a los reyes de su Creación -Adán y Eva- en un jardín mítico y perfecto en el que podrían pasar a gusto sus inmortales días. Solamente había una sombra a este idílico panorama… una sola prohibición, que por su misma naturaleza, estaba destinada a arrojar fuera del paraíso a los primeros humanos sin poder llevar nada con ellos más que la más pesada y duradera emoción jamás ideada -ya que los unió por siempre con una fuerza quizá mayor que el mismísimo lazo del amor: la culpa.

Aquí también se dio por primera vez la disculpa- la que iba a ser de la humanidad por los siglos de los siglos: la de “yo te lo juro que yo no fui”. Por supuesto, Adán dijo que fue Eva; Eva que la serpiente, la serpiente no encontró a quién echarle “la pelota”, al fin que acabó al ras del suelo.

Es así como nuestra madre, Eva, inventó el concepto de echar la culpa a quien no tuviera a quien echársela a su vez. Ironía de las ironías, uno de sus hijos predilectos, el mismo pueblo judío fue víctima de esta táctica a lo largo de su historia. ¿Saben cómo se llama esta táctica? Pues sí, “chivo expiatorio”, ya que en la antigüedad, cuando los conflictos abundaban a tal punto que no se sabía cómo resolverlos, el Gran Sacerdote traía un chivo sano y fuerte, lo detenía de la cabeza, leía todos los problemas a resolver, y lo soltaba hacia el desierto.

Otro ritual es el del sacrificio del gallo en vísperas de Yom Kipur, que aún se realiza en muchas familias judías. El gallo se hace girar sobre la cabeza de cada uno de los miembros de la familia y luego es sacrificado, llevando con él los pecados las condenas correspondientes… y las culpas.

 

Una culpa histórica.

Si es cierto que las experiencias vividas por un pueblo a lo largo de su historia se transmiten de forma genética, traemos la culpa en la sangre, ya que fuimos considerados responsables de casi todo tipo de crisis o catástrofes naturales ocurridas en el mundo. Se nos achacó la crucifixión, la Peste Negra, las crisis económicas, los problemas políticos, etc…

 

Pero esto era en la Diáspora. ¿Acaso nos hemos liberado de ella con el nacimiento del Estado de Israel? ¡No!. Primero, existe la culpa de haber sobrevivido a la matanza de seis (o más) millones de judíos. Luego el hecho que Israel, como nación, también se declara culpable ya que siente la necesidad de justificar su existencia ante los demás países, pidiendo ser parte “de la gran familia de las naciones”. En ello, apela al sentimiento de culpa de los demás países, indicando la forma como fuimos maltratados por exceso de cariño. Pero.. ¿qué sentimiento de culpa? Ya que muchos de nosotros hemos decidido que la culpa del Holocausto es nuestra debido a nuestros malos actos…. Creo que aquí me estoy confundiendo un poco, así que mejor paso a otro renglón.

 

Y hablando de Israel, cabe mencionar otra emoción “negativa” de quienes vivimos en la Diáspora y tenemos el papel de “espectadores” frente a la lucha diaria del israelí en todos los ámbitos de la vida. Si añadimos a ello el fardo que nos imponemos, todos los mexicanos, al no poder ayudar a solucionar problemas como el hambre o la pobreza. Si, al  terminar del leer el presente artículo, no siente usted nada, no se preocupe: ya se sentirá culpable de no sentirse culpable. Pero ¡Cuidado! Leerlo no lo eximirá de culpas.

 

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