MAY SAMRA
Entra un hombre exsangue acompañado de un soldado, quien expresa, a tropel “¡Señora, por favor esconda a este hombre! Es judío como ustedes. Lo quieren ejecutar, pues por su culpa, un francotirador mató a un musulmán. ¡Lo salvé de milagro! Tengo que irme, antes de que me busquen… Por favor ¡que no lo encuentren! Sería también un problema para ustedes.
Antes de poder darle una respuesta, el soldado se despide: “¡Hasta luego! Buena suerte”.
“¡No me maten, por favor, no me fusilen; no he hecho nada! ¡No, por favor… yo sólo quería levantarlo!” Con el semblante descompuesto, el condenado a muerte llora y balbucea.
Estamos todos tratando de calmarlo; un vaso de agua detiene el temblor que lo agita y le devuelve algo de color. Se sienta en silencio.
Parecería imposible que nuestra situación empeorara, y sin embargo, así es: nuestro invitado inesperado, buscado por todo un ejército, constituye para nosotros un verdadero peligro.
Consternados, nos miramos unos a los otros.¿Qué hacer?
-¡Ya lo tengo! -dice mi mamá- ¡El departamento contiguo!
Efectivamente el departamento vecino está vacío, ya que sus habitantes huyeron y lo dejaron, con todo y llave, a nuestro cuidado.
– Ahí podremos esconder a nuestro “huésped”. Aceptará, estoy segura…
Es nuestra única esperanza. Si lo logro, si me salvo, algún día escribiré esta historia, para que la gente sepa que he sido testigo de un milagro, que los milagros existen y con ellos la protección de Dios. ¿Pero …existen?
Líbano, 1976,12:00 a.m.
El prisionero se dejó guiar. Está solo. Da vueltas en el departamento oscuro. Sabe que se salvó de la muerte pero no sabe por cuánto tiempo. Esta mañana, se declaró una tregua; se despidió de su esposa y salió a la calle. Frente a la sinagoga yacía un cadáver. Era un correligionario que conocía; el viejo no tenía hijos ni familia. Había que llevarlo a enterrar, darle digna sepultura en el panteón judío y decir Kaddish por su alma, como uno de sus hijos.
Había pedido la ayuda de un musulmán para poder arrastrarlo hasta el carro. ¡Maldito francotirador! Había dado en el blanco: ahora ya eran dos los cadáveres -aparte del suyo- si lo llegaban a encontrar.
Mientras, el hombre piensa en su esposa; imagina su cara aterrorizada cuando llegue la noticia de su muerte. Sara, hogar del hogar,centro de la vida, hijos creciendo en sus brazos. Sus hijos. La niña de los grandes ojos que siempre le abre la puerta antes siquiera que toque y le acaricia el cabello, que ríe cuando él le dice novia te vea, hija a lo que contesta no me quiero casar, papito, quiero estar siempre contigo.
Y el niño que vuelve loca a la madre y que le trepa por las piernas ¡Papá, papá,léeme otra vez el cuento!
¿Quién verá por ellos? ¿Quién le pondrá el tefilín al niño el día de su Bar-Mitzvah? ¿Quién llevará a la niña al altar el día de su boda? No, no puede ser, falta mucho por hacer, falta mucho por vivir, falta mucho por decir.
Si solamente pudiera hablarles…
Sus ojos escudriñan la oscuridad y buscan a través de las sombras de los muebles. Se dirige hacia una mesita. Sus dedos encuentran el objeto negro. Empiezan a marcar.
Líbano 1976, 2:00 p.m.
El carro vuela por las calles desiertas de Beirut. El conductor está desesperado. En sus oídos suena todavía la llamada de la esposa de su hermano entrecortada de sollozos: “¡Está atrapado… Habló para despedirse… Lo quieren matar… Se ha escondido”!
¿En qué se habrá metido ahora su hermano? ¿Qué podrá hacer él, un maestro que la guerra ha jubilado? Su trabajo es la educación de los niños, son las letras, las risas y las tareas, no las armas y las granadas. Pobres niños que han cambiado sus cuadernos por rifles y que están jugando a la guerra con balas auténticas. Los hospitales están llenos de pequeños lisiados que se disparan uno al otro por un chocolate o un juguete…
Se acerca al barrio judío: ante sus ojos aparece una barricada y ¡claro! un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos, piensa furioso- dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, 1976 Abdallah. 10:00 p.m. Barricada al oeste del barrio judío.
-¡Lo vamos a encontrar, lo juro! Debe estar por aquí en estas calles del barrio judío, que tenemos cercadas. Ahora comienza la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando cada rincón y maltratando “cautelosamente” a los judíos, pues parece que Radio Israel ¡esos malditos sionistas! sacaron al aire un comunicado en donde advertían que si algo le sucedía a un judío, se iban a desquitar atacando las posiciones palestinas.
¡Es una tontería tomar a esta gente en serio! pero órdenes del alto mando son órdenes. Ya veremos, más adelante cuando el Líbano sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y arrojaremos al mar a sus habitantes. Sin embargo concedí permiso a mis hombres de llevarse lo que gusten de las casas que registren, ¡ni falta que les va a hacer a esta gente podrida en dinero!
Un grupo ya está en la sinagoga destruyendo todo y quemando los libros sagrados de los infieles ¡un poco menos de basura! Limpiaremos al fin Líbano de sus herejes.
Entretanto me encuentro esperando a que el perro judío trate de escapar: ésta es la entrada Oeste, la que lógicamente escogería para la huida.
Se aproxima un carro. ¡”Alto”! le grito al conductor, un hombre canoso de lentes-¿A dónde cree que va? ¿Tiene pase?
-Vengo aquí por un asunto de vida o muerte.
– ¿Ah, si?¿Qué asunto es ése?
– Mi hermano está muy enfermo y lo llevaré al hospital.
– Éste no es un asunto de vida y de muerte, toda la gente está muriendo, ¿no se da cuenta que estamos en guerra? Identifíquese: ¿A qué partido pertenece?
– A ninguno, yo simplemente soy judío, mire, si me permite…
– No señor, no le permito, y menos a un maldito judío. Uno de mis tíos acaba de fallecer por culpa de ustedes y sospecho que aquí hay gato encerrado. Ningún judío se reportó enfermo y nadie ha pedido permiso de salir para el hospital. ¿A qué viene usted?
– Es que yo…
– ¡La verdad! ¡Quiero la verdad! -exclamo impaciente.
– Bueno, la verdad es que mi hermano me llamó y está en peligro. Lo están persiguiendo y…
Su hermano, ¿el fugitivo es su hermano? Hoy es mi día de suerte… -Y ¿dónde está?
– No se lo puedo decir…
– Claro que lo vas a decir, eso va por mi cuenta. ¡Maldito traidor! ¡Sionista desgraciado, ya veremos si hablas!
En seguida lo saco del carro por el cuello de la camisa y lo muelo a patadas mientras lo voy arrastrando a la oficina de mi padre, pensando, la suerte está de mi lado.
Lo empujo por la puerta de la oficina, llena de compañeros ¡Claro que lo haré hablar! y exclamo con gran orgullo:
– Padre, te traigo al hermano del traidor.
Mi padre levanta la cabeza y su semblante muestra una mezcla de alegría y de sorpresa. Volteo y veo al aprehendido sonreír. Sí, sonreír …¿Qué está sucediendo aquí?
Mi padre sale detrás del escritorio y abraza al judío.
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