Rosalind Else Franklin o La científica del ADN

JOSÉ KAMINER TAUBER EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

“La ciencia y la vida diaria no pueden ni deben ser separadas. La ciencia, para mí, provee una explicación parcial de la vida. Hasta donde puedo observar, está basada en los hechos, la experiencia y el experimento”. Desde tiempos ancestrales hasta nuestros días, siempre han existido mujeres destacadas en las ciencias que no han sido reconocidas y no son estudiadas en los libros. El trabajo de búsqueda en la historia de estas mujeres no es fácil. Su participación en la Ciencia forma parte de lo que se conoce como la Historia invisible. Mujeres como Hipatía, María la judía, Rosalind Franklin y Marie Curie nos han demostrado que con trabajo y dedicación cualquier barrera se puede saltar, incluso la impuesta por sus semejantes, los hombres. Ellas han sido las grandes luchadoras, que con sus aportaciones valiosas contribuyeron para el desarrollo de la ciencia y el avance de la humanidad. Rosalind Else Franklin nació el 25 de julio de 1920 en Kensington, Londres. A pesar de haber nacido en una casa adinerada, en el seno de una familia judía que decían ser orgullosos descendientes del Rey David. La científica tuvo que luchar con los problemas de ser mujer a principios del siglo XX. Los parientes de Rosalind acogieron durante el régimen y la ocupación Nazi a muchos judíos refugiados. En una ocasión, la joven compartió su habitación con un jovencito cuyos padres habían sido enviados a campos de concentración. A los quince años, Franklin decide estudiar ciencias y toma el examen para entrar a la Universidad de Cambridge. Lo pasó con honores. Sin embargo, su padre no aprobaba que las mujeres fueran a la universidad y se negó a pagar sus estudios. Por suerte, una tía lo desafió y decidió encargarse de las cuentas. Al final, la tía junto a la madre de Rosalind convencen al padre, quien no sólo paga por sus estudios sino que se convierte en el confidente de su hija. Rosalind se graduó en 1941 y pronto comenzó su doctorado. La especialidad fue en la química y la física molecular. Antes de cumplir 26 años ya había publicado cinco experimentos sobre la composición molecular del carbón y la mejor manera de utilizarlo durante la guerra. Los que la conocieron dicen que adoraba los hechos. Era terca, directa, rápida y no vacilaba para tomar una decisión. Se doctora en el año de 1945, al finalizar la guerra en Europa, Franklin se va a Francia donde permanece tres años en el Laboratorio Central de los Servicios Técnicos del Estado, en París, ciudad en la que pasó los años más felices de su vida. Hasta que es invitada por la Universidad de King’s College de Londres para que continúe con sus investigaciones como investigadora asociada en el laboratorio de John Randall (premio Nobel). La ciencia de la genética estaba por nacer. Sin embargo, la estadía de Rosalind en la universidad británica no comenzó bien. Para Rosalind era la oportunidad de aplicar sus conocimientos a la biología y el laboratorio de Randall se encontraba en el mejor nivel de desarrollo. En el laboratorio de Randall ella cruzó su trayectoria con la de Maurice Wilkins, aunque ambos estaban referidos al DNA. Un malentendido administrativo originó una antipatía con su compañero de trabajo, Maurice Wilkins. Rosalind pensaba que el proyecto era solo de ella, Maurice sostenía que él estaba a cargo. Ella lo trataba como a un asistente mientras él intentaba tomar las riendas. Lamentablemente, la misoginia y la competencia llevaron a la relación a un conflicto permanente con Wilkins. Este llevaba largo tiempo trabajando en ADN y había tomado la primera fotografía relativamente clara de su difracción cristalográfica. Wilkins había sido el primero en reconocer en ésta los ácidos nucleicos y no estaba dispuesto a la competencia interna. Las imágenes cristalográficas del ADN le fueron robadas por su misógino jefe y colega Maurice Wilkins, quien consideraba a Rosalind “conflictiva” y “nada femenina”. Wilkins mostró las fotografías a los científicos James Watson y Francis Crick, con las cuales se orientaron y lograron armar un informe con la información genética y los resultados de Rosalind, que apareció en la revista Nature de 1953. A principios de 1953 Wilkins mostró a Watson una de las fotografías cristalográficas de Franklin de la molécula de DNA, cuando Watson vio la foto, la solución llegó a ser evidente para él y los resultados fueron publicados en un artículo en Nature casi inmediatamente. Sin autorización de Rosalind, Wilkins mostró primero las imágenes de la forma B (hidratada)- a James Watson y, posteriormente, un informe de Rosalind Franklin a Sir John Randall fue entregado a Watson y Crick. Hasta el momento, no existe evidencia alguna de que Rosalind se enterara posteriormente que Watson y Crick habían visto su trabajo a través de Wilkins y Max Perutz del Laboratorio Cavendish, antes de publicar sus experimentos. La corta vida de Rosalind Franklin estuvo llena de obstáculos, murió sin ser reconocida por sus logros. Curiosamente, Franklin, Watson y Crick se hicieron buenos amigos. Los tres científicos comenzaron a colaborar luego de que se publicaran los estudios sobre el ADN en la revista científica Nature. Más tarde viajarían juntos por Europa y Rosalind se refugiaría en la casa de Crick en los peores momentos de su enfermedad. Pero ellos nunca le agradecieron directamente por su trabajo ni mencionaron haberlo visto antes de publicar los suyos. En 1962, cuatro años después de su muerte y durante la entrega de los premios Nobel a la medicina, el nombre de Franklin brilló por su ausencia. Curiosamente, su trabajo fue decisivo en el descubrimiento del ADN en 1953. Los homenajes al trabajo de Rosalind Franklin llegaron muy tarde. La madre de la genética murió en 1958 de cáncer en el ovario. Tenía 37 años. Cuatro años más tarde, tres hombres disfrutarían del premio más alto a la labor científica gracias a ella. Pero nadie mencionó entonces su nombre. Las leyes del premio tampoco permitían que lo recibieran científicos después de morir. Sólo años después de la muerte de la mujer, Watson y Crick confesarían, durante entrevistas y biografías, que sin el trabajo de Rosalind Franklin les hubiese sido imposible publicar sus experimentos tan rápidamente. Irónicamente, la Universidad de King, el lugar donde Rosalind pasó sus peores momentos, le ha dedicado un edificio a la científica. El plantel se llama Franklin-Wilkins, en honor a la “pareja-dispareja”.

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