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lunes 25 de noviembre de 2024

El engaño de Asad a Occidente

ASAF ROMIROWSKY/LA RAZÓN.ES

La presente confusión en Siria está suscitando una gran inquietud en Israel aún mayor que su preocupación por el reciente cambio de régimen en Egipto. A diferencia del caso de Israel y Egipto, Israel y Siria no tienen acuerdo de paz, y Siria, con un enorme arsenal de armamento sofisticado, es uno de los enemigos jurados del estado judío.

Durante las últimas semanas, el presidente Bachar al Asad ha vuelto a demostrar al mundo, al igual que hizo su padre Hafez Asad, qué se entiende por brutalidad siria. Ordenaba a los efectivos sirios respaldados por tanques que entraran en las ciudades de Talkalakh, Deraa, Baniyas y Homs para sofocar las protestas contra el régimen a base de matar civiles inocentes en la calle.

En febrero de 1982, Hafez Asad actuó de una forma parecida al enviar al Ejército sirio a Hama con una política de firmeza contra los residentes de la ciudad con el objetivo de aplastar la revuelta de la minoría musulmana suní contra su régimen. El número estimado de muertos se calcula que rondó los 40.000, según el Comité Sirio de Derechos Humanos (CSDH).

Siria supone desde hace tiempo un dilema para la política exterior norteamericana, para Oriente Medio y para Israel. Con su maridaje de grupos étnicos y religiosos rivales, de ideologías radicales y de represión política, es una bomba de relojería de 186.000 kilómetros cuadrados a punto de detonar.

Esta realidad se ha hecho cada vez más evidente por sí misma desde que Bachar al Asad llegó al poder en el año 2000. Sin aspiraciones políticas reales, Bachar no se convirtió en el sucesor de su padre. Fue a raíz de la muerte de su hermano Basil en un accidente automovilístico cuando Bachar tuvo que abandonar sus estudios londinenses y regresar a Siria en 1994 para continuar la dinastía Asad en el poder. Fue preparado para ocupar el trono sirio mientras aprendía el refinado arte de la dictadura, que a su vez se convirtió en su manual de administración pública.

El radicalismo de Siria es especial, pues arraiga en la necesidad del régimen de validar su propia existencia. Se trata de la dictadura minoritaria de una reducida minoría no musulmana que no ofrece ni libertades ni beneficios personales. Necesita de la demagogia, de chivos expiatorios como EE UU o Israel, de saquear periódicamente Líbano y de una entrada hacia Irak, convirtiéndose por todo eso en la razón de ser de la existencia del régimen.

En consecuencia, Asad es uno de los grandes financieros del islamismo en la región a pesar de encabezar un régimen árabe secular. El testimonio de los últimos meses demuestra que está utilizando de forma táctica el apoyo al islamismo para movilizar la animadversión contra Israel y Estados Unidos, en una apuesta por desviar la atención de sus problemas internos de corrupción, economía en caída libre y ausencia de derechos civiles.

Los israelíes no han olvidado las lecciones de 1973 y no tienen ninguna intención de repetir los errores cometidos en lo que respecta a la amenaza siria sobre su supervivencia. La Guerra de Yom Kippur fue el Pearl Harbor israelí y se cobró las vidas de casi 3.000 efectivos regulares del Ejército. Por tanto, es seguro pensar que el Israel de 2012 adoptará cualquier medida necesaria para garantizar su supremacía militar cualitativa en la frontera norte, como ilustra el ataque por su parte a las instalaciones nucleares sirias de Al Kibar en septiembre de 2007.

Además, los vínculos de Siria con Irán, con Hamas y con Hizbula avalan la actual inquietud israelí en la frontera norte. Por contra, Bachar está convencido de que su pulso con Washington y su desprecio hacia Israel acabarán consolidando su posición dentro del país en conjunción con los vínculos más estrechos con Irán, con Hizbula y con Al Qaeda.

Sin embargo, muchos altos funcionarios electos de Washington presentes y pasados –como la ex presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, el legislador, Arlen Specter o el ex presidente, Jimmy Carter–, han acudido a rendir pleitesía a Asad, creyendo de forma ingenua que su presencia haría que Asad se abriera a Occidente.

En conclusión, la Siria de Bachar Asad representa una amenaza para la inestabilidad regional mucho mayor que la Siria de Hafez Asad, en concreto por ser tan volátil. Esto debería de indicar a Washington que ir diciendo que es hora de que Bachar Asad abandone el poder sin más dista mucho de ser suficiente.

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