La narrativa de la victimización perpetua de los árabes, en el llamado conflicto árabe-israelí

SHELBY STEELE

El conflicto árabe-israelí, no es, en verdad, un conflicto. Es una guerra; una guerra de los árabes contra los judíos. Desde muchos puntos de vista, es un conflicto entre narrativas diferentes. Los que apoyamos a Israel actuamos, con poca eficacia, al no poder armar una narrativa que desarme la historia mítica difundida por la otra parte. Deberíamos hacer las cosas mucho mejor. Las conferencias de Durban, el pedido a Naciones Unidas de una declaración unilateral del estado palestino y la atmósfera general en Medio Oriente y el mundo en relación a los judíos ¿Qué significan realmente? ¿La conferencia de Durban y el reclamo que Israel es una nación racista buscan reformar al pueblo de Israel y curarlo de su presunto racismo?

Pienso que su objetivo es explicar la situación del pueblo palestino en el marco de una narrativa de victimización y verse, a sí mismos, y lograr que otros los vean como víctimas del colonialismo y de la supremacía blanca. Su lenguaje es el de la opresión colonial. El líder palestino Mahmud Abbas sostiene que, los palestinos, estuvieron ocupados durante 63 años. El término “opresión” es constantemente explotado. En esto hay una verdad poética, como en una licencia poética donde el autor tiende a quebrar las reglas para hacerla más efectiva. Daré solo un ejemplo de verdad poética que proviene de mi grupo étnico: los negros norteamericanos. Nosotros solemos sostener que,
Estados Unidos, es una sociedad intratablemente racista. Esto no se dice tanto hoy como antes. Sin embargo, esa afirmación sigue siendo una creencia arraigada y una barrera, entre nosotros y el sueño americano.
Para contradecir ese planteo podría afirmarse, con claras evidencias que, el racismo en los Estados Unidos, es solo el problema número 25 en la lista que deben enfrentar los negros norteamericanos. Podrían citarse otras historias reales que desmienten la acusación racista y prueban que existió un crecimiento moral que llevo, en gran medida, a superar el problema. Eso no significa que el racismo esté extinguido, pero ya no es un impedimento para el progreso de cualquier negro en los Estados Unidos. La discriminación no existe como en el pasado. Sin embargo, sigue siendo un factor fundamental en la identidad negra americana, y siguen vigentes tanto la idea que somos víctimas como que vivimos en una sociedad incurablemente racista.

Las verdades poéticas son maravillosas porque derrotan a los hechos y a la razón. Quienes apoyan a Israel luchan contra una verdad poética, invulnerable ante los hechos y la lógica. Quien sostiene una verdad poética cree tener la razón tan absoluta, que derrota a los argumentos más lógicos y racionales. ¿Por qué no? La verdad poética es la fuente de su poder. En lo que respecta a los palestinos ¿Quienes serían si no fueran víctimas de la supremacía blanca? Serían solo otro pueblo pobre del Medio Oriente. Estarían atrasados al igual que otros. Estarían muy atrás de Israel en todo sentido. Por ello, esa narrativa es la fuente de su poder y de su dinero. El dinero les llega de todo el mundo.
Es la fuente de su auto-estima. Sin él ¿Podrían competir con la sociedad israelí? Tendrían que admitir una cierta inferioridad en relación a Israel, del mismo modo en que, otras naciones árabes, se confrontaron con su inferioridad y deberán responsabilizarle por ello.

La idea que el problema es Israel y los judíos protegen a los palestinos de la confrontación con esa inferioridad y les permite eludir el difícil esfuerzo de tratar de superarla. La idea que, los palestinos, son víctimas significa más que cualquier otra idea. Constituye la base de su identidad y los define como seres humanos en el mundo. No es poca cosa. Ninguna lógica, ninguna razón es capaz de horadar una coraza tan fuerte.

¿Cómo es que el mundo acepta de modo legítimo esa verdad poética, basada en tan obvias falsedades? Una de las razones es que el mundo occidental carece de autoridad moral para proclamar que se trata de una mentira. El mundo occidental no tiene el coraje de decir que el verdadero problema es la inferioridad, el subdesarrollo. Esto no fue dicho (ni lo será) porque el mundo occidental fue un mundo colonial, racista, que practicó la supremacía blanca. Hoy está tan avergonzado de su pasado y es tan vulnerable a esas acusaciones que no se atreve a decir una palabra. No dirán lo que piensan por lo cual la “verdad poética” de los palestinos sigue siendo admitida como verdadera en la comunidad internacional.

Los medios de prensa internacionales sienten que no tienen autoridad moral para informar lo que ven. Por el contrario, tienden a reforzar la verdad poética. ¿Cómo desarrollar una narrativa real (y no poética) basada en la verdad?
Debería comenzar reconociendo que el problema del Medio Oriente no es la supremacía blanca sino el fin de la supremacía blanca. Después de la Segunda Guerra Mundial los imperios comenzaron a contraerse. Inglaterra y Francia se fueron a casa y, el mundo árabe, se quedó solo, gozando de una libertad que nunca antes conoció. La libertad es una experiencia que puede ser frustrante. La libertad permite ver el mundo con claridad. Esto no es un fenómeno exclusivo de Medio Oriente. También fue la experiencia negra cuando se aceptó la Ley de Derechos Civiles (1964). Si alguien fue portero en 1963 y sigue siéndolo en 1965 debe sentir que, la libertad, no cambió su vida. Su experiencia diaria tiene mucho de humillante y se siente degradado en la escala social. Como el portero siente que no puede competir porque no está preparado para hacerlo, comienza a odiar la libertad ya que ésta implica auto-humillación.

Grupos que fueron oprimidos suelen desarrollar lo que llamo mala fe. La mala fe implica, por ejemplo, decir: “La verdad es que no soy libre. El racismo existe. El sionismo es mi problema. El Estado de Israel es mi problema. Por eso estoy tan atrás y no puedo avanzar”. La cultura de la mala fe se basa en la premisa de que quien la profesa es menos libre de lo que es realmente. Esa es la verdadera historia de los palestinos y el Medio Oriente. Nunca aceptarán verdades lógicas si no superan la mala fe, esa especie de verdad poética que los eterniza como víctimas de una nación israelí racista y agresiva.

Es necesario desmentir esa narrativa para que la verdad se abra paso. Hasta ahora, los hechos y la razón no fueron suficientes para que esto sucediera. Durban es un perfecto ejemplo de mala fe porque Durban significa reafirmar que, los israelíes, son racistas y constituyen nuestro problema. Durban significa decir que no somos libres. Sigo siendo una víctima. La pretensión palestina del reconocimiento de Naciones Unidas es un perfecto ejemplo de mala fe. Si los palestinos van al Consejo de Seguridad serán rechazados y su reacción será: “Somos víctimas, una vez más. Esto confirma que Occidente es racista” etc., etc. De esta manera se refuerza esa identidad basada en la frustración. La tragedia y, al mismo tiempo, la ironía es que esos grupos nunca se confrontan con la verdad. Eso se transforma en una segunda forma de opresión. Fueron oprimidos antes, ahora son libres y, sin embargo, crean una verdad poética que vuelve a oprimirlos.

¿Cómo es posible tener una actitud de buena fe si la educación parte del principio que aquel con quien se pretende competir es calificado de racista? Siempre son los palestinos los que sufren (y los que continuarán sufriendo) debido a que todas sus energías están dedicadas no a solucionar sus problemas sino a perpetuarlos. La mala fe está ligada en algunos lugares con una ética de la muerte. Como lo expresó Osama bin Laden: en Occidente temen la muerte, nosotros la amamos ¿Por qué amar la muerte? Porque crea una presunta superioridad. Quien no teme morir es poderoso. El terrorismo significa poder, el poder de las armas. Esa verdad poética lleva a la terrible fascinación por la muerte y la violencia que causa, cada día, estragos en el mundo y reemplaza los aspectos aburridos de la vida cotidiana (ir a la escuela, criar hijos, inventar software y ganar dinero). Esa es la manera en la que debemos enfrentar a esta alienante y destructiva narrativa.

*El autor es un periodista, escritor y cineasta afro-americano. Este artículo está extractado de una conferencia dada en Nueva York el 22 de setiembre de 2011 en el marco de la conferencia sobre “Los peligros de la intolerancia global: las Naciones Unidas y Durban III” organizada por el Instituto Touro de Derechos Humanos y los institutos Hudson y del Holocausto

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