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domingo 22 de diciembre de 2024

Una década después del día en que la Paz murió

PETRA MARQUARDT-BIGMAN
COMUNIDAD JUDÍA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS

Cuando estaba leyendo el más reciente artículo de Ari Shavit en el Haaretz me preguntaba si recordaba su entrevista con el ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Shlomo Ben-Ami, hace unos diez años. Bajo el título “El día en que murió la paz”, la entrevista fue publicada en la edición de fin de semana del Haaretz el viernes 14 de septiembre 2001 – por lo tanto, tan sólo tres días después del 11-S, pero esa fecha también estaba próxima a un aniversario por aquel entonces aún en curso, la “Intifada de Al-Aksa”.

Mientras que Shlomo Ben-Ami y Ari Shavit hablaban sobre las negociaciones en Camp David y Taba, uno de los instigadores de la Intifada de Al-Aksa, Marwan Barghouti, marcaba el primer aniversario de esa violencia sin sentido dando una entrevista al diario Al Hayat, donde explicaba que había aprovechado “una oportunidad histórica para encender el conflicto. El mayor conflicto es el que se inicia en Jerusalén debido a la sensibilidad que desprende la ciudad, su carácter singular y su lugar especial en los corazones de las masas que están dispuestos a sacrificarse [por ella] sin ni siquiera pensar en el coste”.

En su reciente columna, Shavit sostiene “que la vieja paz ha muerto” y que “debemos apresurarnos a sustituirla por una paz nueva y realista”. Las implicaciones políticas de su argumento supone un reconocimiento de que la derecha israelí estaba en lo cierto, y que la visión de Netanyahu (y Lieberman) de que el conflicto con los palestinos “actualmente sólo puede gestionarse (no resolverse)” es el único enfoque realista para el futuro previsible.

Ni que decir tiene, Shavit todavía trata de proporcionar una “imagen equilibrada”, por ejemplo, cuando afirma: “la desesperación de los israelíes por lograr alguna vez la paz, no ha supuesto un golpe menor para dicha paz que el golpe asestado por la intransigencia palestina”.

Sin embargo, todo lo demás que argumenta deja en evidencia que los israelíes tenían todas las razones para desconfiar de que se lograra alguna vez dicha paz y, de hecho, los primeros párrafos de su columna proporcionan un breve resumen del proceso que la mayor parte de los israelíes vivieron desde mediados de la década de 1990:

En primer lugar la vieja paz fue herida levemente. Después de que Israel diera los palestinos la mayoría de Gaza, el primer autobús explotó en la plaza Dizengoff. Después de que Israel otorgara Naplusa y Ramallah a los palestinos, los autobuses comenzaron a volar por los aires en el centro de Jerusalén y Tel Aviv. Y después de que Israel sugirió que los palestinos establecieran un Estado soberano en la mayoría de los territorios ocupados, ellos respondieron con una ola de terror. Y como los terroristas suicidas estaban haciendo estragos en nuestras ciudades, el pueblo israelí comenzó a darse cuenta de la gente que tal vez había algo defectuoso en esa promesa de una gran paz.

Y la vieja paz siguió sufriendo heridas moderadas. Después de que Israel se retirara del sur del Líbano, una base de misiles chiíta se instaló allí amenazando a todo el país. Y después de que Israel se retirara de los asentamientos de Gaza, la zona se convirtió en un Hamastan armado que atacaba continuamente el sur de Israel.

Ambas retiradas unilaterales y justificadas dieron unos resultados dificultosos. Cuando los cohetes Qassam cayeron sobre Sderot y los Grad comenzaron a aterrizar en Ashdod, y misiles Fajr golpearon Haifa, desaparecieron las mariposas en el estómago con respecto a lo que podríamos esperarnos tras una retirada mayor (Cisjordania).

Después de eso, la vieja paz quedó herida de gravedad. Tzipi Livni se sentó con Ahmed Qureia (Abu Ala) durante un año completo, pero Qureia no firmó nada. Ehud Olmert ofreció Jerusalén a Mahmoud Abbas, pero Abbas desapareció. El hecho de que los palestinos moderados fueran dando la espalda a las ofrendas de paz más generosas que Israel haya hecho nunca levantó grandes sospechas sobre sus verdaderas y sombrías intenciones. ¿Estaban realmente dispuestos a dividir el país en dos estados nacionales donde convivirían en paz lo unos con otros?

Finalmente, la vieja edad había sido herida de gravedad. Después de soportar un sinfín de golpes, incluso los israelíes más razonables y moderados perdieron su fe en la reconciliación. A pesar de que aún estaban preparados para entregar los territorios ocupados y dividir Jerusalén, tenían la dolorosa sensación de que no había nadie a quien entregar esos territorios o con quien dividir Jerusalén.

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