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miércoles 18 de diciembre de 2024

Caos: El nuevo “Status Quo”

AYMENN JAWAD AL-TAMIMI/POR ISRAEL .ORG

Un año después del derrocamiento de Hosni Mubarak como presidente de Egipto, ¿qué conclusiones podemos sacar acerca de la actual ola de disturbios en Medio Oriente y África del Norte?

Alrededor de ésta época, el año pasado, en la Conferencia de Herzliya, el historiador israelí Prof. Martin Kramer arremetió contra la administración Obama por considerar que el “status quo” en la región ya no era sostenible e, incluso, llegó tan lejos como para acusar al gobierno de EE.UU. de “arrojar a Mubarak debajo del autobús”.

Sin embargo, la crítica de Kramer estaba equivocada, incluso entonces, porque el hecho es que el “status quo” – es decir, el orden aparentemente estable, impuesto por los hombres fuertes que prevalecían en Medio Oriente y África del Norte antes del estallido de la así llamada “Primavera Árabe”- nunca fue sostenible. El malestar que sobrevino, y caracteriza ahora a la región, se puede comparar a una onda de marea: Es simplemente imparable.

Como Oskar Svadkovsky me lo señaló, Estados Unidos ya no podría haber salvado a Mubarak, así como el presidente Nicolás Sarkozy no podría haber salvado al ex dictador tunecino Zine el-Abidine Ben Ali, a quien el gobierno francés estaba ansioso por verlo conservar el poder, aún cuando estallaron las protestas masivas en Túnez. Al difundir la noción de que el gobierno de Obama lanzó a Mubarak “debajo del autobús”, Kramer, inadvertidamente, se hizo eco de los pensamientos y el legado intelectual de un erudito a quien, con razón, puso en vereda en su libro “Torres de Marfil sobre la Arena”: Edward Said.

Los escritos de Said – especialmente su libro más conocido, “Orientalismo” – lamentablemente, han difundido una visión paternalista de que en el mundo árabe, la responsabilidad, tanto por lo que va mal como por arreglar las cosas, recae sobre los hombros de las potencias occidentales.

Lo que llevó a la renuncia de Mubarak en Egipto no fue que el gobierno de EE.UU., de alguna manera, lo abandonó, sino más bien que los militares, sintiendo el calor de las protestas masivas, llevaron a cabo un golpe de estado. Lo mismo puede decirse de Ben Alí en Túnez, aunque ahí los militares optaron por retirarse de la política.

En cualquier caso, un problema generalizado con el análisis de los acontecimientos actuales en el mundo árabe, es una tendencia a imponer falsas dicotomías. Por ejemplo, sobre el tema del futuro de Egipto, demasiada tinta se ha gastado en preguntar si ese país surgirá como un estado islámico en toda regla o como una sana democracia. De hecho, es tiempo de apreciar que una nueva norma dominará la región: el caos. Con demasiada frecuencia, los comentaristas pasan por alto la demografía, la economía, las afiliaciones tribales y el cambio climático, en sus evaluaciones de las tendencias actuales y las probables tendencias futuras.

Por ejemplo, en Egipto, las protestas actuales en la plaza Tahrir han llevado a la economía a un paro total. Además de una disminución considerable en los ingresos del turismo y perjudiciales huelgas, tribus beduinas están causando problemas en el Sinaí, apoderándose del complejo vacacional Aqua Sun – una vez un destino favorito para los israelíes – a fines del mes pasado, con demandas de rescate de $660.000.

En términos más generales, con una población en rápido crecimiento de más de 80 millones, apiñados alrededor del Nilo en un área que es sólo unos 2,5 veces el tamaño de Israel, y con profundas divisiones entre los partidos políticos con respecto a la forma de resolver la crisis económica que enfrenta la nación – los egipcios seguirán siendo rápidos para la ira, al darse cuenta de que el derrocamiento de Mubarak no ha dado lugar a una mejora real en la calidad de vida, desencadenando un círculo vicioso de nuevos disturbios. Del mismo modo, pocos se han dado cuenta de que Siria parece que va a enfrentar un colapso al estilo de Malthus, en el caso de la caída del régimen de Bashar Assad. La región sunita es probable que sucumba a las presiones demográficas y ambientales que contribuyeron a desencadenar la insurrección en primer lugar.

Una política tradicionalmente favorable a la natalidad por parte del gobierno, ha significado que las periferias de Siria dominadas por tribus, en particular, han experimentado un crecimiento acelerado de la población, especialmente entre las tribus armadas de Deir ez Zor, que contiene la mayor parte de las reservas de petróleo, cada vez más escaso, de Siria.

Con Assad fuera, estas tribus, seguramente, exigirán su justa parte de los ingresos del petróleo, desencadenando, potencialmente, otro conflicto “periferia versus centro” como los que han caracterizado a gran parte, hasta el momento, de la sublevación en este país, o dejando al resto de Siria con menos dinero para gastar para ellos – por encima de todo en lo que respecta a la importación neta de petróleo y productos derivados del petróleo.

Además, los barrios carenciados suburbanos de las principales ciudades de Siria están abarrotadas de cientos de miles de inmigrantes desplazados, debido al cambio climático y a la grave escasez de agua, con 500.000 personas desplazadas de las zonas habitadas por la tribu Inezi en Siria oriental, debido a la sequía causada por los cambios en los regímenes de lluvia.

En 2007-8, 160 aldeas en el norte de Siria fueron abandonadas por las mismas razones. Todo esto aumenta significativamente la posibilidad de que el país se vendrá abajo cuando Assad se vaya, sobre todo cuando se toman en cuenta las tensiones sectarias que han plagado a ciudades como Homs.

Para Israel, el caos es, en última instancia, una buena cosa. Esto significa que los islamistas y otras fuerzas hostiles, estarán demasiado distraídas por las luchas internas como para prestar alguna atención a combatir a Israel. En cuanto a la política, Israel sólo tiene que adoptar una fuerte estrategia de disuasión. Es decir, emitir una severa advertencia de que cualquier agresión extranjera se encontrará con una fuerte represalia, y actuar según esa advertencia si ocurriera tal agresión. La disuasión, sin embargo, debe ser constante, como Grayson Levy me lo señaló en una ocasión, porque lo que Daniel Pipes denomina simples “muestras episódicas de fuerza” crean la impresión de que Israel se encuentra en un estado de pánico.

Mientras tanto, debemos aceptar que el caos será la principal tendencia en la región por bastante tiempo, en lugar de preocuparse constantemente de las falsas dicotomías “democracias liberales versus teocracias islamistas”.

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