ESTHER SHABOT
¿Es capaz una figura especialmente carismática de hacer virar de manera significativa el rumbo político de un país? Esta es una pregunta sobre la que muchos israelíes reflexionan hoy ante la reciente emergencia de Yair Lapid, un periodista, literato y comunicador de 48 años de edad, hijo de un polémico político ya desparecido de nombre Tommy Lapid. Desde hace un par de meses Yair anunció su intención de dejar las pantallas y los micrófonos para lanzarse a la arena política de cara a los comicios nacionales que oficialmente están programados para dentro de un año y medio, pero que muy probablemente podrían adelantarse.
Yair Lapid es un hombre atractivo, de modales refinados y culto, quien mediante un discurso no carente de ambigüedades ha logrado convertirse en un polo de atracción para un amplio sector social israelí inconforme con el actual gobierno en funciones integrado básicamente por fuerzas de derecha y religiosas. La sorprendente popularidad que obtuvo Lapid tras anunciar su decisión de entrar a la política se ha concentrado en el nutrido público secular, democrático y genuinamente interesado en la paz que hoy por hoy no sólo no se siente representado por el gobierno en turno, sino que abriga un profundo descontento hacia el estado de cosas que priva en el país en muchas áreas. Tal descontento se hizo patente en las multitudinarias manifestaciones del verano pasado, cuando los “indignados” de Israel protestaron decididamente contra el orden social vigente que ha privilegiado a ciertos segmentos específicos de la sociedad tales como las fuertes corporaciones económicas, los colonos de los territorios y los sectores ultrarreligiosos, en detrimento de las condiciones de vida de las grandes mayorías integrantes de las clases medias y liberales que cargan sobre sus hombros el grueso de la carga impositiva y de la defensa cotidiana del país sin una retribución justa, sino todo lo contrario.
Es un hecho que en los años recientes las corrientes israelíes de centro e izquierda se han visto reducidas en virtud de su fragmentación y del deterioro sufrido a partir del fracaso de las diversas iniciativas de paz con los palestinos que en ciertos momentos constituyeron su eje ideológico-político más importante.
Ello facilitó sin duda la alianza de sus rivales de la derecha secular y religiosa la cual logró imponerse en las elecciones pasadas de tal suerte que su agenda es la que prevalece en los actuales mandos gubernamentales en manos del Likud de Netanyahu junto con su ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman y el partido ultraortodoxo Shas.
La pregunta que muchos israelíes se hacen ahora es si Yair Lapid va a ser capaz de aglutinar a las fragmentadas fuerzas liberales del centro político para convertirlas en un bloque capaz de arrebatarle el poder a quienes hoy lo detentan, o si su incursión en la arena pública será finalmente fallida al funcionar como un factor que le reste adeptos a los partidos de centro e izquierda hoy existentes, generando con ello una división todavía mayor –y por tanto mayor debilidad- de tales fuerzas. Por lo pronto el discurso de Lapid ha sido claro en cuanto a la cuestión de las demandas sociales insatisfechas aún cuando los “cómos” para resolver los problemas están todavía ausentes. Y es un hecho también que ha sido bastante ambiguo en lo concerniente a los asuntos existenciales que enfrena el país incluidos por supuesto el de la paz con los palestinos y el del desafío que representa la nueva configuración regional a partir de los desarrollos de la “primavera árabe” . De cualquier manera para muchos israelíes ha sido refrescante ver una nueva cara en las gastadas filas del establishment político nacional ya que al menos por ahora representa una esperanza de cambio ante el panorama que ha privado en los últimos tres años.
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