MAY SAMRA, ENRIQUE RIVERA Y DAFNA OPALÍN EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
“Heinrich Himmler, mi tío abuelo, estaba convencido de que lo que hacía era decente y que era muy importante hacerlo. No mataba por odio ni por sadismo: era simplemente una labor que se tenía que realizar”: es parte de lo que explica Katrin Himmler acerca de su tío abuelo, en una entrevista exclusiva para Enlace Judío, antes de su ponencia en el centro comunitario Bet El donde, ante casi 3000 personas, comparte el escenario con Bedrich Steiner, sobreviviente del Holocausto, Michael Berenbaum, ex director del Museo del Holocausto en Washington y Sally Hardag, hijo de un Justo entre las Naciones.
Entrevistar a Katrin Himmler no es fácil. Una mujer que, por instigación de su padre, tuvo que hurgar en el pasado de su familia para encontrar “la banalidad del Mal”: todos podemos ser asesinos, simplemente falta un buen motivo. Una mujer de ojos claros y aspecto juvenil e inocente, madre de un hijo de 12 años que hay que criar a sabiendas de que es una mezcla rara de perpetradores y víctimas- pues Katrin se casó con un judío israelí ¡descendiente de sobreviviente del Holocausto!.
No es fácil tampoco para ella, me imagino, enfrentarse a un público entre abiertamente hostil y fríamente respetuoso, como una criatura extraña que lleva en los hombros la dualidad de una culpa monstruosa y de un arrepentimiento que a muchos les ha de parecer ingenuo y no desprovisto de interés.
Exhibirse en conferencias donde se cuentan horrores y tragedias, pero desde el estrado de los perpetradores. Una especie de Nuremberg amable y cordial, donde ella no debe caer en la tentación de pedir disculpas, si no explicar con sinceridad su verdad, la del otro, en aras del acercamiento y la reconciliación.
“Desde muy joven, mis padres me hicieron leer libros sobre los nazis y sus crímenes, así que me identificaba con las víctimas y me avergonzaba de mi apellido, sintiéndome culpable de una forma difusa”, dice Katrin Himmler en El País.
Jacinto Antón afirma: “En su libro, Katrin Himmler muestra ampliamente y sin ambages que toda la familia simpatizó con el régimen, que padres y hermanos estaban muy orgullosos del éxito de Heinrich y que se aprovecharon de los privilegios del notable pariente. Ernst, que era ingeniero, se colocó en la Radiodifusión del Reich -bastión de la propaganda nazi- por puro nepotismo. Para los padres, el ascenso social a lomos del temido hijo jefe de las SS significó una manera de sentir que volvían a estar entre la élite alemana, de la que habían sido descabalgados traumáticamente tras la I Guerra Mundial. Inicialmente, el progenitor había visto con cierta inquietud las andanzas de su vástago Heinrich en los grupos derechistas de Baviera, pero siempre compartieron padre e hijo la oposición y el desprecio por la República de Weimar y la democracia, que une mucho. En la familia pasó a ser una estampa heroica la imagen de Heinrich sosteniendo el estandarte de la Reichskriegsflagge, la bandera de guerra del Reich, durante el fracasado putsch de 1923, un suceso en el que estuvo también presente el arribista Gebhard, el mayor de los hermanos, que sobrevivió a la guerra y, dice Katrin, siguió siendo un pedazo de nazi y antisemita”.
Me imagino qué sintió al saber, por ejemplo, que sus abuelos, dispusieron de una casa bonita requisada a unos polacos y de una muchacha ucrania trabajadora forzada. “En el más puro estilo SS, el abuelo Ernst le dio a su mujer al final de la guerra cápsulas de veneno por si ella y los niños caían en manos de los rusos”.
Por tanto, es admirable el valor de esta mujer, empeñada en redimir un pasado que otros hubiesen tirado bajo la alfombra, y no nos extraña que su respuesta a la pregunta “¿Qué sientes al finalizar la ponencia?” sea “Cansancio, mucho cansancio….”
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