VICENTE POVEDA/LA GACETA
En mis tiempos como corresponsal de LA GACETA en Jerusalén, mi casera me puso una condición para renovarme el alquiler: que sus nietos pudieran usar mi apartamento, dotado de un generoso búnker, ante el hipotético estallido de una nueva guerra.
En tal caso, a sus casi 80 años, ella misma pensaba en refugiarse en la casa de sus hermanos en Nueva York.
Los temores por la seguridad dominan el día a día de los israelíes y su actuación en el conflicto regional. En la memoria colectiva pesa Auschwitz tanto como las constantes amenazas a la existencia del Estado judío, en guerra desde el mismo día de su nacimiento.
Es cierto que Oriente Próximo nunca ha sido un idilio, pero la constelación que se da hoy por hoy pone los pelos de punta hasta a experimentados veteranos de guerra hebreos.
No se trata ya sólo del conflicto con los palestinos. En Egipto, Israel ha perdido con Mubarak a uno de sus contadísimos aliados árabes, y ahora se escuchan las voces de los que ya no creen intocables los acuerdos de paz. Irán apoya a Hezbolá y Hamás, mientras sigue adelante con sus planes nucleares. Y en Siria se tambalea Bashar el Asad, que sí, es un tirano y ni mucho menos un amigo de Israel, pero hasta ahora ha sido un factor medianamente controlable. Si Assad cae y también en Siria llegan al poder islamistas, sería un motivo más de preocupación. Y es que, hasta hoy, no existe ningún plan que haga compatible la Primavera Árabe con el respeto al derecho de existencia de Israel.
Por el momento, Occidente no parece dispuesto a llevar a cabo en Siria una acción como la que ayudó a derrocar a Gadafi. El país es un nudo geoestratégico vinculado con prácticamente todos los focos de conflicto de la región. Además, al contrario que Libia, dispone de un Ejército fuerte y (todavía) intacto contra el que la oposición, dividida y militarmente débil, poco puede hacer. Quizás sólo Moscú podría contribuir a mejorar la situación, pero a tan poco tiempo de las elecciones Putin no hará nada que pueda ser considerado un signo de debilidad, como por ejemplo ceder en la ONU.
Con respecto a Irán, EE UU y la UE apuestan por las sanciones. Pero mientras China e India se mantengan como los principales compradores de su crudo, Teherán apenas notará el embargo. Por ello, Irán sigue retando a Occidente y ha hecho fracasar la última visita de los inspectores internacionales, negándoles el acceso a instalaciones nucleares. La vía pacífica se agota.
Israel teme que pronto los tanques y las máscaras de gas ya no sean suficientes para proteger a su población, y no esperará a que Teherán, después de otros meses más de tira y afloja, anuncie sus primeros test con cabezas nucleares. Las condiciones para una operación militar parecen adecuadas, pues con Siria e Irak hundidas en el caos, nada puede evitar que cazas y misiles israelíes sobrevuelen su territorio.
Irán tiene en su mano frenar la escalada poniendo sus cartas sobre la mesa. De lo contrario, la próxima guerra en el Golfo no será por petróleo. Para Israel se trataría de mucho más: su existencia.
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