MARTIN THOMAS/COMUNIDAD JUDÍA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
Moishe Postone es un académico marxista de la Universidad de Chicago. Así como ha escrito extensamente sobre la economía política de Marx, también ha estudiado el desarrollo de las teorías del “antisemitismo de izquierdas” y el modo en que las posiciones adoptadas por los grupos de izquierda, en particular sobre Israel / Palestina, pueden alimentarse, o basarse, en la hostilidad hacia los judíos. Martin Thomas habló con él.
P(regunta).- Para mucha gente de la izquierda actual, el antisemitismo parece ser simplemente otra forma de racismo, no deseable, pero por ahora bastante marginal, y que solamente tiene un lugar prominente en el debate antirracista porque el gobierno israelí utiliza las acusaciones de antisemitismo para desviar las críticas con las que se enfrenta. Usted sostiene, sin embargo, que el antisemitismo es diferente de otras formas de racismo, y que hoy en día no es algo marginal. ¿Por qué?
R(espuesta).- Es cierto que el gobierno israelí utiliza la acusación de antisemitismo para protegerse de las críticas. Pero eso no quiere decir que el antisemitismo no sea un grave problema en sí mismo.
La forma en que se distingue la lucha contra el antisemitismo, y debe distinguirse, de la lucha contra el racismo, tiene que ver con el tipo de imaginario del poder que se atribuye a los judíos, al sionismo e Israel, y que está en el corazón del antisemitismo. Los judíos son vistos como una entidad abstracta con un inmenso poder, el cual, de forma global e intangible, le permite controlar el mundo. No hay nada similar a estas ideas en el corazón de las otras formas de racismo. El racismo, en mi opinión, en raras ocasiones constituye todo un sistema que trata de explicar el mundo. Por el contrario, el antisemitismo sí constituye una crítica primitiva del mundo y de la modernidad capitalista. La razón por la que me parece especialmente peligroso para la izquierda es precisamente la pseudo-dimensión emancipadora que posee el antisemitismo y que otras formas de racismo rara vez contienen.
P.- ¿En qué grado cree usted que el antisemitismo actual está vinculada a la actitud hacia Israel? ¿No le parece que ciertas actitudes hacia Israel por parte de algunas fuerzas de la izquierda tienen implicaciones antisemitas? Dentro de ese capítulo, existe el deseo no sólo de criticar y cambiar la política del gobierno israelí hacia los palestinos, sino de suprimir a Israel como tal, y ello en un mundo donde podrían existir todos los restantes Estados-nación excepto el de Israel. Desde ese punto de vista, ser un judío, y sentir cierta identidad o afinidad común con otros judíos, y por lo tanto generalmente con los judíos de Israel, es contemplado como “ser un sionista”, lo cual les resulta tan abominable como ser un racista.
R.- Mucha cosas tienen que ser desglosados sobre ese aspecto. Hay una especie de convergencia fatal de una serie de corrientes históricas en la forma contemporánea de antisionismo.
En principio, el origen (del antisionismo) no es necesariamente antisemita, tiene sus raíces en las luchas entre los miembros de la intelectualidad judía en la Europa oriental de principios del siglo XX. La mayoría de los intelectuales judíos – ¿incluyendo los intelectuales secularizados? – consideró que alguna forma de identidad colectiva formaba parte integrante de la experiencia judía. Esta identidad se fue convirtiendo cada vez más en una definición nacional tras la ruptura de las anteriores agrupaciones imperiales de la colectividad – es decir, el desmoronamiento de los antiguos imperios de los Habsburgo, los Romanov y el prusiano -. Los judíos de la Europa oriental – en oposición a los judíos de la Europa occidental – en gran medida se consideraban a sí mismos como una colectividad, no sólo como miembros de una religión.
Existían distintas formas de esta autoexpresión nacional judía. El sionismo sólo fue una de ellas. Hubo otras, como los judíos que buscaban una autonomía cultural, y el Bund, un movimiento socialista autónomo de los trabajadores judíos, mucho más grande que cualquiera de los restantes movimientos, y que se separó del partido socialdemócrata ruso en los primeros años del siglo XX.
Por otro lado, también había judíos, muchos de ellos miembros de los partidos comunistas, que consideraban la expresión de una identidad judía como una especie de anatema con respecto a lo que yo llamaría sus propias nociones abstractas e ilustradas de la humanidad. Por ejemplo, Trotsky, en una fase previa, se refería al Bund como unos “sionistas mareados”. Tenga en cuenta que la crítica en esos momentos del sionismo no tenía nada que ver con Palestina o con la situación de los palestinos, ya que el Bund buscaba exclusivamente una autonomía dentro del imperio ruso, y rechazaba el sionismo. Más bien, la ecuación de Trotsky de “Bund y/o sionismo” implicaba un rechazo a cualquier forma de autoidentificación de la comunidad judía. Trotsky, según mi parecer, cambió de opinión más adelante, pero que su actitud era bastante típica. Las organizaciones comunistas tendían a expresar una muy fuerte oposición a cualquier forma de nacionalismo judío, ya fuera un mero nacionalismo cultural, un nacionalismo político, o el propio sionismo. Esta es una de las cadenas del antisionismo. No es que fuera necesariamente antisemita, sino que rechazaba la autoidentificación colectiva de los judíos en nombre del universalismo abstracto.
Sin embargo, y con bastante frecuencia, esta forma de antisionismo es inconsistente, ya que está dispuesta a conceder la autodeterminación nacional a la mayoría de los pueblos pero no a los judíos. Es en ese punto donde lo que se presenta como un universalismo abstracto se convierte en algo ideológico. Por otra parte, el significado del universalismo abstracto en sí mismo ha variado con el contexto histórico. Después del Holocausto y el establecimiento del Estado de Israel, este universalismo abstracto sirve para encubrir la historia de los judíos en Europa. Esto responde a una muy útil “depuración histórica del pasado” con una doble función: la violencia perpetrada históricamente por los europeos contra los judíos se borra, y al mismo tiempo los horrores del colonialismo europeo se trasladan a los judíos. En estos casos, el universalismo abstracto expresado por muchos antisionistas actuales se ha convertido en una “ideología de legitimación que ayuda a constituir una especie de amnesia” con relación a la larga historia de acciones políticas e ideológicas europeas contra los judíos, mientras que en esencia continúan con dicha historia.
Los judíos vuelven a ser el “objeto singular” de la indignación europea. La solidaridad que la mayoría de los judíos sienten hacia los otros judíos, incluso de Israel, por muy comprensible que sea tras el Holocausto, ahora es denunciada. Esta forma de antisionismo se ha convertido en una de las bases de un programa que trata de erradicar verdaderamente, no solo verbalmente, la actual autodeterminación de los judíos. Converge con algunas formas de nacionalismo árabe, ahora codificado singularmente como progresista.
Otra rama del antisionismo de la izquierda – esta vez profundamente antisemita – apareció en la Unión Soviética, especialmente tras los acontecimientos sucedidos en la Europa del este tras la Segunda Guerra Mundial. Dentro de estos acontecimientos, fue especialmente dramático el caso del juicio de Slansky, cuando la mayoría de los miembros del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia fueron juzgados y luego asesinados. Todos los cargos contra ellos fueron básica y clásicamente acusaciones antisemitas: todos los acusados eran desarraigados, eran cosmopolitas y formaban parte de una conspiración mundial genérica. Debido a que la Unión Soviética oficialmente no podía utilizar el lenguaje propio del antisemitismo, comenzó a utilizar la palabra “sionista” para nombrar exactamente lo que los antisemitas suelen decir cuando hablan de los judíos. Esos líderes del PC de Checoslovaquia, que no tenían nada que ver con el sionismo – la mayoría de ellos eran veteranos de la Guerra Civil Española -, fueron fusilados como sionistas.
Esta línea antisemita-antisionista fue exportada al Oriente Medio durante la Guerra Fría, en parte por los servicios de inteligencia de países como Alemania del Este. Así pues, dicha forma de antisemitismo fue introducida en el Oriente Medio, la cual era considerada “legítima” por la izquierda europea, y se la llamó antisionismo.
Su origen no tenía nada que ver con un movimiento en contra de los asentamientos israelíes. Por supuesto, la población árabe de Palestina reaccionó negativamente ante la inmigración judía y se resistió a ella. Eso es muy comprensible. Eso en sí mismo no es ciertamente antisemita. Pero estos aspectos del antisionismo convergieron históricamente.
En cuanto a una tercera forma de antisionismo, se ha producido un cambio en los últimos diez años, comenzando en el propio movimiento palestino en sí, con respecto a la existencia de Israel. Durante años, la mayoría de las organizaciones palestinas se negaron a aceptar la existencia de Israel. Sin embargo, en 1988 la OLP decidió que aceptaría la existencia de Israel. La Segunda Intifada, que comenzó en 2000, fue políticamente muy diferente de la Primera Intifada y conllevó una inversión de dicha decisión.
Creo que eso ha sido un error político fundamental, y creo que es muy notable y lamentable que la izquierda se haya envuelto en dicha actitud y, cada vez más, solicite la abolición de Israel. Sin embargo, hoy en el Oriente Medio hay aproximadamente tantos judíos como palestinos. Cualquier estrategia basada en analogías con situaciones como las de Argelia o Sudáfrica, simplemente no funcionan, tanto por factores demográficos, como por razones políticas e históricas.
¿Por qué la gente de la izquierda no quiere ver la situación real actual, y por el contrario trata de ver similitudes en su resolución (Sudáfrica) cuando esencialmente se trata de un conflicto nacional que se podría solucionar con políticas progresistas? Subsumir el conflicto bajo la rúbrica del colonialismo supone reconocer erróneamente la situación. A diferencia de aquellos que han subsumido e integrado la política progresista con las luchas nacionales, creo que mientras la lucha se centre en la existencia de Israel y en la existencia de Palestina, se neutralizan las luchas progresistas. Las personas que se involucran en la lucha contra la existencia de Israel como si fuera algo progresista están adoptando y apoyando algo reaccionario, redefiniéndolo como progresista.
En la última década ha habido una campaña concertada por algunos palestinos, trasladada a Occidente por la izquierda, para poner la existencia de Israel sobre la mesa. Entre otras cosas, esto tiene el efecto de reforzar a la derecha de Israel.
Entre 1967 y 2000, la izquierda de Israel siempre ha sostenido que lo que los palestinos querían era su autodeterminación, y que la noción de la derecha israelí de que lo que en realidad querían los palestinos era erradicar a Israel sólo era una fantasía. Lamentablemente, esa fantasía, en el 2000, demostró ser no tal fantasía, lo que ha fortalecido inconmensurable a la derecha israelí en sus intentos de impedir el advenimiento de un Estado palestino. La derecha israelí y el irredentismo de ciertos palestinos se refuerzan mutuamente, y la izquierda en Occidente, con su apoyo a lo que considera como el derecho de los palestinos, refuerza a los ultranacionalistas y a los islamistas.
La idea de que a todas las demás naciones exceptuando a los judíos se les debe permitir la autodeterminación nos devuelve a la Unión Soviética. Uno sólo tiene que leer a Stalin sobre la cuestión de las nacionalidades.
P.- Lo curioso acerca de ciertos sectores de la izquierda actual son sus actitudes de cara a Israel, proyectando su imagen como la de un país misterioso y con un poder enorme. Por ejemplo, se suele tomar como axiomático que Israel es la potencia dominante en el Oriente Medio, y a menudo se argumenta que Israel tiene un poder enorme en los círculos gobernantes de EEUU y Gran Bretaña.
R.- Israel está lejos de ser tan poderoso como se afirma. Sin embargo, hay personas como mis colegas actuales y antiguos de la Universidad de Chicago, John Mearsheimer y Stephen Walt, que fuertemente sostenidos por círculos del Reino Unido argumentan que lo único que impulsa a la política estadounidense en el Oriente Próximo es Israel, por mediación del lobby judío. Ellos realizan esta acusación radical en ausencia de cualquier intento serio de analizar la política norteamericana en el Oriente Medio desde 1945, la cual ciertamente no puede ser ciertamente entendida como determinada por Israel. Así, por ejemplo, ellos ignoran por completo la política estadounidense hacia Irán en los últimos 75 años. Los verdaderos pilares de la política norteamericana en Oriente Medio tras la Segunda Guerra Mundial fueron Arabia Saudita e Irán. Eso ha cambiado en los últimos decenios, y los estadounidenses no están seguros de cómo tener garantizado el Golfo Pérsico para sus propósitos. A cambio, tenemos un libro escrito por estos dos académicos en el cual se afirma que la política norteamericana en el Oriente Medio ha sido impulsada principalmente por el lobby judío, sin tomarse la molestia de analizar seriamente las políticas de la Gran Potencia en el Oriente Medio en el siglo XX.
He afirmado en otra parte que este tipo de argumento es antisemita. Esto no tiene nada que ver con las actitudes personales de las personas involucradas, pero ese tipo de enorme poder global que atribuyen a los judíos es típico del pensamiento antisemita moderno.
Más generalmente, está ideología representa lo que defino como la “forma fetichista del anticapitalismo”. Es decir, el poder misterioso del capital, intangible y global, y que controla las naciones y la vida de las personas, y que se atribuye a los judíos. La dominación del capitalismo abstracto se personifica en los judíos. Así pues, el antisemitismo resulta ser una rebelión contra ese capitalismo global y desconocido, tal como son los judíos. Este enfoque también podría ayudar a explicar la difusión del antisemitismo en el Oriente Medio en las últimas dos décadas. Creo que no sería una explicación suficiente apuntar al sufrimiento de los palestinos. Económicamente, el poder del Oriente Medio ha disminuido notablemente en los últimos tres decenios. Sólo el África subsahariana ha ido peor. Y esto ha ocurrido en un momento en que otros países y regiones, designados como parte del Tercer Mundo en los años cincuenta, hoy se están desarrollando rápidamente. Creo que el antisemitismo en el Oriente Medio es actualmente una expresión no sólo del conflicto palestino-israelí, sino también de un sentimiento general de enorme indefensión a la luz de los acontecimientos mundiales.
La derecha de Alemania, hace un siglo, utilizó el dominio global del capital para achacárselo a los judíos y a Gran Bretaña. Ahora la izquierda achaca ese dominio a Israel y a los Estados Unidos. El patrón de pensamiento es el mismo. Ahora tenemos una forma de antisemitismo que, pareciendo ser progresista y “antiimperialista”, resulta ser un peligro real para la izquierda.
El racismo es rara vez un peligro para la izquierda. La izquierda tiene que tener cuidado con no ser racista, pero el racismo no es un peligro constante ya que no posee la dimensión emancipadora aparente de antisemitismo.
P.- ¿La identificación del poder capitalista mundial con los judíos y con Gran Bretaña se remonta a antes de los nazis, a sectores de la izquierda británica en el momento de la guerra de los Boers – cuando se la condenó como una “guerra judía” – y al movimiento populista en los EEUU en el siglo XIX.
R.- Sí, y ese movimiento volverá ahora a los Estados Unidos. El llamado “Tea party”, la definida como ala extremista de la derecha, está furiosa con las raíces de la crisis financiera, y ya se han definido con matices antisemitas.
P.- Usted ha sostenido que la URSS y los sistemas similares no eran formas de emancipación del capitalismo, sino que se habían centrado en una forma de capitalismo de Estado. De ello se deduce que la actitud general de la izquierda europea de aliarse con la URSS – a veces muy gravemente – contra los EEUU, resultó autodestructiva. Usted ha indicado paralelismos entre el antiimperialismo que hoy en día preconiza una alianza con el Islam político en la lucha contra el poder de los EEUU, y el antiimperialismo de la vieja Guerra Fría. ¿Cuál cree usted que son las características comunes de esas dos polarizaciones políticas? ¿Y las diferencias?
R.- Las diferencias son mayores que cuando el antiamericanismo estaba vinculado a la promoción de la revolución comunista en Vietnam, Cuba, etcétera. Lo que uno puede pensar de aquel momento, es que más o menos contribuyó a un proyecto emancipatorio. Los Estados Unidos fueron duramente criticados, no solamente porque eran una gran potencia, sino porque también se opusieron al surgimiento de un orden social más progresista. Esta fue la autocomprensión de muchos de los que se solidarizaron con Vietnam o Cuba.
Hoy en día, dudo incluso que las personas que gritan “Todos somos Hezbollah” o “Todos somos Hamas” consideren que esos movimientos representan un orden social emancipador. En el mejor de lo casos, se trataría de una identificación orientalista de los árabes o musulmanes como El Otro, esta vez de manera positiva o afirmativa. Es otro indicio de la impotencia histórica de la izquierda, de su incapacidad para llegar a un imaginario de lo que podría ser un futuro post-capitalista. Al no poseer una visión de un futuro post-capitalista, muchos han sustituido la noción cosificada de la “resistencia” por la de cualquier concepción de transformación. Cualquier cosa que “resiste” a los Estados Unidos se considera positiva. Creo que esto es una forma muy cuestionable de pensamiento.
Incluso en el período anterior – cuando predominaron la solidaridad con Vietnam, Cuba, etcétera -, la división del mundo en dos bandos tuvo consecuencias muy negativas para la izquierda. La izquierda, con demasiada frecuencia, se encontró en la posición de ser el anverso de los nacionalistas occidentales. Así que muchos dentro de la izquierda se convirtieron en los “nacionalistas de la otra parte”. La mayoría de ellos – hay algunas excepciones significativas – fueron muy apologéticos sobre lo que estaba sucediendo en los países comunistas. Su mirada crítica estuvo mitigada. En lugar de desarrollar una forma de internacionalismo que fuera crítico con todas las situaciones existentes, la izquierda se convirtió en “defensores de los de un lado”, en otra versión del “gran juego”.
Esto tuvo efectos desastrosos en las facultades críticas de la izquierda, y no sólo en el caso de los comunistas. Es absurdo que Michel Foucault fuera a Irán y considerara que la revolución de los muláhs poseía algunas dimensiones progresistas.
Una de las cosas que promovió que la visión de dos campos enfrentados fuera tan seductora es que los comunistas en Occidente tendían a ser muy progresistas – eran a menudo gente muy valiente -, gente que sufrió por sus intentos, en espíritu, de crear un mundo más humano y progresista, y tal vez incluso una sociedad socialista. Esas personas fueron completamente instrumentalizadas, pero, debido al carácter doble del comunismo, resultaba muy difícil para algunas de esas personas ver todo esto. Los segmentos socialdemócratas de la izquierda, que se oponían a los comunistas, comprobaron como ellos mismos fueron manipulados y se convirtieron en los ideólogos de la Guerra Fría del liberalismo.
No creo que la izquierda debiera haber estado en ambos lados de la divisoria. Pero también creo que la situación de la izquierda es hoy peor que nunca.
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