WALTER OPENHEIMER/EL PAÍS
22 de febrero 2012- No eran ni su presencia física, ni su voz grave, ni siquiera el parche que cubría las heridas provocadas por la esquirla de mortero que le voló el ojo izquierdo hace más de un decenio en Sri Lanka lo que de verdad imponía de Marie Colvin. Lo que de verdad impresionaba de ella eran sus crónicas desde primera línea, esos relatos periodísticos en los que explicaba con crudeza las injusticias de la guerra.
Miembro de una peculiar casta de mujeres reporteras de guerra, Colvin murió el martes con las botas puestas: le alcanzó uno de los obuses lanzados por las fuerzas de Bachar el Asad en el barrio de Bab Amro, en la ciudad de Homs, convertida en el centro del martirio de la oposición siria. Dicen las agencias que murió cuando ella y otros compañeros intentaban huir del improvisado centro de prensa montado por la oposición a El Asad para facilitar la tarea de quienes intentaban explicar al mundo los horrores de estos días.
Junto a ella murió el fotógrafo francés Remi Ochlik, de 28 años. Otros tres reporteros resultaron heridos: Paul Conroy, el fotógrafo británico que trabajaba en ese momento con Colvin para el Sunday Times, la reportera de Le Figaro francés Edith Bouvier, y una periodista estadounidense no identificada que estaría en estado muy grave.
Marie Colvin, que estuvo casada con Juan Carlos Gumucio, otro mítico corresponsal de guerra que durante muchos años trabajó para EL PAÍS y que falleció hace 10 años en su Bolivia natal, había denunciado apenas horas antes la masacre de Homs en unas declaraciones a la BBC y a CNN en las que definió como “absolutamente enfermiza” la carnicería de Homs. “Hoy he visto como moría un bebé. Absolutamente horroroso. No hay más que proyectiles, misiles y tanques disparando en las áreas civiles de esta ciudad y es algo simplemente implacable”, explicaba.
De edad imprecisa entre los 50 y los 60, Marie Colvin nació en Oyster Bay, en el Estado de Nueva York, pero se consagró como periodista de guerra en el Sunday Times, con el que empezó a trabajar en 1986 y con el que ha cubierto todo tipo de conflictos, desde Kosovo a Chechenia y por todo el mundo árabe.
En 2010, cuando pronunció unas palabras en el homenaje a 48 periodistas británicos fallecidos en las trincheras, explicó de alguna manera la razón de ser de esta casta tan especial y esencial del oficio periodístico. Un homenaje celebrado en la iglesia de Saint Bride, junto a Fleet Street, centro espiritual del periodismo londinense. “A pesar de los videos que vemos del Ministerio de Defensa o del Pentágono y de todo ese lenguaje aséptico describiendo las bombas inteligentes y la precisión de los ataques, la escena sobre el terreno es sorprendentemente semejante desde hace cientos de años. Cráteres. Casas quemadas. Cuerpos mutilados. Mujeres llorando por sus hijos y sus maridos. Hombres llorando por sus esposas, sus madres, sus hijos”, relató.
“Nuestra misión es informar sobre esos horrores de la guerra con precisión y sin prejuicios. Siempre tenemos que preguntarnos si el nivel de riesgo que corremos es parejo al interés de la historia que queremos contar. Distinguir entre lo que es valentía y lo que es bravuconería”, dijo entonces. “Nunca ha sido más peligroso ser correponsal de guerra porque ahora los periodistas en zona de combate se han convertido en un objetivo primordial”, denunció, intuyendo quizás su propia muerte.
Su muerte ha provocado una catarata de elogios hacia su persona. “Ha sido una de las corresponsales de más extraordinarias de su generación”, la ha definido Rupert Murdoch, propietario del Sunday Times. “Es un terrible recordatorio de los riesgos que corren los periodistas al intentar informar al mundo de lo que está ocurriendo en Siria”, ha sintetizado el primer ministro británico, David Cameron, en los Comunes. “Era una figura extraordinaria en la vida del Sunday Times, empujada por una pasión por cubrir las guerras con la creencia de que lo que ella hacía importaba a la gente. Creía profundamente en que la información puede mitigar los excesos de los regímenes brutales y alertar a la comunidad internacional. Pero, por encima de todo, como hemos visto en sus crónicas de la semana pasada, sus pensamientos estaban con las víctimas de la violencia”, ha proclamado su director en el Sunday Times, John Witherow.
Quizás el mayor elogio llegó por boca de quienes competían con ella sobre el terreno: “Cuando llegaban los demás, ella ya estaba allí o ya se estaba marchando de allí…”.
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