El último amigo de Bashar

ANDRÉ MOUSSALI
PARA ENLACE JUDIO

Habitualmente, las banderas incendiadas por las multitudes de Oriente Medio son israelíes o estadunidenses, pero esta vez la tela quemada pertenecía a un poder regional distinto: Rusia.

Los manifestantes reunidos en la plaza principal de la ciudad siria de Homs protestaban en contra del apoyo ruso al régimen de Bashar Al-Assad. Un año antes, estas mismas personas habían descrito a Rusia como un verdadero amigo de los sirios y de todo el pueblo árabe. Pero mucho ha cambiado en Siria desde la erupción de las protestas contra Assad en marzo de 2011, que provocaron violentas represalias por parte del gobierno y han cobrado ya más de 5,000 vidas.

Sin embargo, los políticos del Kremlin se han mantenido inamovibles ante tales muestras de descontento popular en Homs, del mismo modo que se han negado a ceder ante las amenazas sin precedentes de los diplomáticos occidentales, en el sentido de que Rusia podría enfrentar el aislamiento internacional si continúa defendiendo a su aliado sirio. Rusia se ha negado rotundamente a apoyar cualquier resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pida la salida de Assad, o incluso a condenar la violencia que ha desatado contra su pueblo.

Vitaly Churkin, embajador de Rusia ante la ONU, denunció que las naciones occidentales habían socavado la posibilidad de una solución política, impulsando a la oposición hacia el poder. Churkin dijo a los reporteros que “cuando las fuerzas del gobierno sirio se retiran, los grupos armados entran”.

Cohen Davis, del Instituto de Estudios Internacionales, dice que Rusia sufrirá la caída de Assad, pero al mismo tiempo ganará algún prestigio por apoyarlo, incluso entre sus enemigos.

Para el Kremlin, el inevitable colapso del régimen de Assad será una gran pérdida, dice Cohen. “Rusia todavía se aferra a los Estados parias, lo que confirma que para el Kremlin la expansión de su influencia y los beneficios económicos son significativamente más altos en su lista de prioridades que la cooperación con Estados Unidos y la estabilidad en la región”.

Ésta no es la primera vez que Rusia ha manejado su propia agenda política frente a los cambios trascendentales de la Primavera Árabe. En febrero de 2011, Rusia apoyó a regañadientes al movimiento revolucionario en Egipto; pero al mes siguiente, Moscú se abstuvo en el voto decisivo del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la intervención extranjera en Libia. En el caso de Siria, Rusia sigue siendo inflexible.
En Túnez y Egipto, los islamistas ganaron las elecciones libres. Por ahora estos partidos se describen a sí mismos ante la prensa como “moderados”, pero sólo el tiempo y un análisis sustancial dirán más adelante si continúan honrando este título.

El 9 de enero dos barcos de guerra rusos llegaron al puerto sirio de Tartús y permanecieron ahí durante varios días; un recordatorio al mundo de hasta qué punto Rusia está dispuesta a intervenir si Siria se ve amenazada. Tartús es la única base naval rusa en el Mediterráneo. Creada en la década de 1970, el Kremlin la considera claramente como un activo estratégico importante en la región.

Recientemente, el puerto ha sido renovado y modernizado, una medida que los expertos rusos explican como una reacción a la decisión de Estados Unidos en 2008 de desplegar un escudo de misiles de defensa en Polonia. Aparte de la importancia de Tartús, el comercio de armas de Rusia con Siria es de miles de millones de dólares cada año.

Los rusos previeron con precisión el aumento de la influencia islamista en Libia, donde muchas figuras del Consejo Nacional de Transición tienen vínculos con Al-Qaeda. Ellos tampoco estuvieron encantados con la revolución en Egipto, como los americanos y europeos, anticipando correctamente la victoria islamista en las elecciones egipcias. Hoy en día los funcionarios rusos no ocultan su pronóstico fatalista de una Siria post-Assad.

No creo que se dé una segunda ola de revoluciones árabes tan significativa como la primera; pero en general la situación en todos esos países es sumamente volátil. Los pueblos revolucionarios son impacientes y no sabemos todavía si los cambios que proponen serán para mejorar. Vista desde la barrera, la Primavera Árabe más bien nos recuerda al otoño.

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