RABINO YERAHMIEL BARYLKA/DELACOLE.COM
Así como Pesaj festeja la libertad y Kipur la posibilidad de reparar nuestros errores, Purim es nuestra celebración de la respuesta a la tiranía. Cuando enviamos regalos unos a otros, y todos a los pobres, comprendemos que la solidaridad social no es sólo un modo de ayudar al prójimo, sino de unirnos contra peligros mayores que nos pueden acechar desde afuera.
Purim debe ser recordado todos los años y, agregaría, todos los días.
Esta fiesta pertenece a aquellas fechas cuya causa amerita ser perpetuada, sus consecuencias meditadas, repasada su historia, y su desenvolvimiento estudiado.
Con ese fin, por ejemplo, conmemoramos Pesaj, para recordar la libertad de manera de no renunciar a ella, y la absolución de Kipur, para saber que tenemos la potencialidad de rectificar nuestros errores para lograr oportunidades de reparación.
Purim nos sirve para recordar cómo comportarnos frente a los regímenes despóticos, para aprender cómo actuar frente al odio irracional, para saber que podemos salir en autodefensa. Para recordar la necesidad de la unión nacional y de la solidaridad social como imperativos de supervivencia y no sólo como otra forma de ayuda al prójimo. Al socorrer al otro en realidad nos auxiliamos a nosotros. Al alegrarnos con la salvación, nos preparamos para redimirnos de las agresiones.
En Isaías (49:8), leemos: “Así dice el Eterno: En tiempo favorable te escucharé y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas…”. Hay tiempos favorables para el recuerdo, en esos momentos somos escuchados. En ellos somos más sensibles para oír.
Lo que evocamos aquí en la tierra, será perpetuado en las Alturas, y en la historia. Hay tiempos favorables, pero somos nosotros los que al recordar las lecciones de la tradición, permitimos que lo sean. Volvemos a las circunstancias beneficiosas. Nos formamos a partir de las experiencias cuando podemos hacerlas propias.
El ruido durante la lectura del nombre del opresor, no nos debe impedir oírlo para tenerlo muy bien identificado.
Ya el Talmud en Meguilá 15b, nos dice: “¿Qué vio Ester que invitó a Hamán? –Para que Israel no diga, ‘tengo una hermana en la casa del Rey'”, para que el pueblo no confíe en “la hermana” que había ocultado su rostro de ellos, que no se encomiende en el milagro de su ayuda, sino que renueve su seguridad en el Creador para tomar fuerzas de esa fe y defenderse. Quien se confía en el auxilio de los “amigos” cuando su vida se ve amenazada, carecerá de medios para defenderla. Ester, al recibir a Hamán, ocultándose, nos enseñó que el pueblo debía ignorar su presencia si quería salvarse.
“Oh D’s, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la obra que Tú hiciste en sus días, en los días antiguos”, dice el Salmista (44:2). Festejar Purim como lo indica la tradición, permite que nuestros oídos vuelvan a escuchar, para que el mensaje de los padres vuelva a ser actual, para que atestigüemos la obra del pasado, como si fuera similar a la de nuestros días. Que lo es.
Hay quienes pensaron que los sucesos de Purim se debieron a que Mordejai no se prosternó ante Hamán. Que ese acto de rebelión fue el que causó la desgracia evitada milagrosamente a último momento. Que si el judío hubiera bajado la cabeza, su enemigo no se hubiera ensañado con él.
Hay quienes creen que no importa la manera de reacción de Mordejai. Hiciera lo que hiciese, de todas maneras lo habrían culpado.
La primera postura, podría sintetizarse como una tendencia clara de culpar a la víctima por las acciones del victimario.
La historia está llena de dilemas de este tipo. Es fácil recorrerla para saber qué actitud es la mejor, la más noble, y a fin de cuentas, la que sirve.
Bajo gobiernos cristianos e islámicos los judíos fueron perseguidos sin importar lo que hicieran. También bajo regímenes cuyas acciones antijudías no estuvieron impulsadas por razones religiosas. Como si al faltarles razones no tuvieran la creatividad de inventarlas…
Primero se tomó la decisión afectiva de perseguir a los judíos y luego fue fácil inventar una razón.
También en los acontecimientos que nos tocan vivir en nuestros días en el Cercano Oriente y en más de un país, la “causa última”, es menos importante que la decisión agresiva. Una vez tomada la medida de iniciar el ataque, aparecerá siempre una razón. Y si no se encontrare, y si no fuere suficiente, no tiene ninguna importancia.
Ya se creará. Ya se proclamará. Ya se repetirá. Y no faltarán enemigos que la crean, y más de algún “amigo” poco convencido de sus lealtades y poco animado por esforzarse en encontrar la verdad, darán crédito a las mentiras, o buscarán ser neutrales frente a la vida, o frente a la muerte. En ese modelo de pasividades cómplices y criminales.
Actitudes valientes de resistencia al sometimiento, crearon circunstancias de liberación, que no tardaron en llegar. Estilos de renuncia y disimulo, de oír y esconderse, de meter la cabeza bajo la arena, sólo lograron más sometimiento y más de una vez, muerte y desastre.
El respeto del otro se logra a través de la capacidad de respetarnos a nosotros mismos. Por medio de la conciencia de nuestros derechos irrenunciables. Por la decisión de ser. De aceptar al otro también si es distinto, para que nos acepten igualitariamente en nuestra distinción.
La historia no se repite cuando la recordamos y sabemos actuar en consonancia con sus conclusiones.
Por ello tenemos el imperativo de festejar Purim, al que llegamos después de un ayuno que permite meditar.
“Porque en tales días los judíos obtuvieron paz contra sus enemigos, y en este mes la aflicción se trocó en alegría y el llanto en festividad, que los convirtieran en días de alegres festines y mutuos regalos, y de obsequios a los pobres.” (Ester, 9:22).
“Así estos días de Purim, conmemorados y celebrados de generación en generación, en todas las familias, en todas las provincias y en todas las ciudades, no desaparecerán de entre los judíos y su remembranza no se perderá entre sus descendientes” (9:28).
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