IGNACIO CEMBRERO/EL PAÍS
Tres meses después de que iniciara sus trabajos afloran las grandes divergencias en la Asamblea Constituyente de Túnez entre laicos e islamistas de En Nahda que también se pelean en las calles.
Hasta ahora había consenso entre ellos sobre los derechos sociales básicos o la independencia del Tribunal de Cuentas, pero el papel de la religión en la Carta Magna les ha enfrentado resquebrajando, acaso solo por unos días, la coalición gubernamental que reagrupa a islamistas, nacionalistas árabes del Congreso para la República y a los socialistas de Ettakatol.
De todos los países árabes Túnez era hasta ahora, con la excepción de Líbano que cuenta con una poderosa minoría cristiana, el más laico.
“Túnez es un Estado libre, independiente y soberano: su religión es el Islam, su lengua el árabe y su régimen republicano”, estipulaba el primer artículo de la Constitución aprobada tras el acceso a la independencia y parcialmente derogada tras la revolución de 2011.
Para los laicos “la fórmula actual es suficiente”, repite Mouldi Riahi, portavoz del grupo socialista en la Asamblea. “Garantiza la referencia arabo-musulmana del país, pero evita fomentar disensiones inútiles”, añade.
Los islamistas, que disponen en la Asamblea de una mayoría relativa —89 de los 217 escaños—, dieron también, en un principio, la impresión de conformarse con esa breve mención.
“La religión estará ausente de la nueva Constitución tunecina”, declaró a principios de noviembre, tras ganar las elecciones, Rachid Ghanouchi, líder histórico de En Nahda. “Estamos todos de acuerdo en conservar el primer artículo de la actual Ley fundamental (…)”, añadió.
Los islamistas están de acuerdo en conservar ese artículo pero quieren añadir unos cuantos más. “La nueva Constitución debe estar fundamentada en los principios del Islam”, declaró Sahbi Atig, jefe del grupo parlamentario islamista, la semana pasada durante un debate en el hemiciclo.
“Todos aquellos que quieren separar la política del islam atacan los fundamentos del pensamiento islámico”, añadió Atig. “El islam es un elemento esencial de la personalidad del tunecino”. “La Constitución debe reforzar esta identidad islámica”, concluyó.
“Tras meses de comedia, las máscaras caen”, escribe la web informativa tunecina Nawaat. “En Nahda desvela su verdadera esencia y se quita el traje de partido político civil, con una referencia islámica, para sacar adelante su proyecto teocrático”.
Las filtraciones publicadas en la prensa tunecina señalan que En Nahda quiere que en el preámbulo de la Constitución ya se subraye que la sharia (ley islmámica) sea la principal fuente del derecho, una idea que sería desarrollada en el artículo 10.
El artículo 126 redactado por el grupo islamista prevé además la creación de un consejo supremo islámico que emitiría fatúas (edictos islámicos) y se encargaría de velar porque nada en la legislación contradiga los preceptos del islam.
Al margen del papel de la religión laicos e islamistas se enfrentan, con menos vehemencia, sobre el sistema político que debe instaurarse: presidencialista o parlamentario.
Los laicos son proclives al presidencialismo mientras que los islamistas prefieren el parlamentarismo. Alegan que un jefe de Estado fuerte recuerda a los tiempos de la dictadura, pero sobre todo temen que el presidente elegido por sufragio universal, con un sistema a la francesa de dos vueltas, no sea uno de los suyos.
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