Palabras de Angelina Muñiz-Huberman al recibir la condecoración de la Orden de Isabel la Católica

ANGELINA MUÑIZ HUBERMAN

Es un honor recibir la Orden de Isabel de Castilla en grado de encomienda. Me pregunto por qué la recibo. A lo largo de mis libros y de mis clases he procurado mantener un equilibrio entre mis antecedentes sefardíes, el exilio de la guerra civil española y mi vida entera en México desde la infancia. Equilibrio difícil, pero que supe mantener. Ahora, otro acto de equilibrio es recibir esta honrosa condecoración.

Me vuelvo a preguntar, ¿por qué a alguien descendiente de los sefardíes expulsados por esta reina se le otorga su medalla? Y recuerdo la historia de Sefarad en la Edad Media con su esmerada cultura judía, y el amor por la lengua española. Los poetas, los filósofos, los médicos, los astrónomos, los traductores, todos ellos se elevaron a un punto cimero difícil de igualar. Recuerdo también el dolor de la expulsión o de la doble vida de aquellos pensadores que tuvieron que desarrollarse fuera de su querida patria y que enriquecieron la cultura de otros países: Juan Luis Vives, Antonio Enríquez Gómez, Baruj Spinoza, León Hebreo. Porque para los sefardíes, luego de catorce siglos de permanencia en ella, España fue y siguió siendo su verdadera tierra. Prueba de ello es haber conservado hasta nuestros días la lengua de 1492, en la que Fernando de Rojas, converso, escribió La Celestina o tragicomedia de Calixto y Melibea.

La lengua que se multiplicó en jarchas, romances, canciones, refranes, cantos de boda, cantos de muerte, tratados de ética y, según avanzaba el tiempo, novelas, obras de teatro, enciclopedias y todo género literario.

Así, la lengua se convirtió en otra patria, ideal, cadenciosa, sin maldades ni persecuciones. Lengua que heredé y quise unir la historia de los pueblos cuando mi familia salió al exilio no en 1492, sino en 1939 por la guerra civil. Una familia milenaria bajo la sombra de los exilios.

Como ciclo que se cierra hoy, en la tierra mexicana, es un acto conciliatorio recibir esta condecoración. Sólo me queda repetir un poema anónimo de los sefardíes en el destierro, en la que he llamado lengua florida:

A ti lingua santa,
a ti te adoro,
más que toda plata,
más que todo oro.

Tú sos la más linda
de todo lenguaje,
a ti dan las ciencias
todo el avantage.

Con ti nos rogamos
al Dio de la altura,
Padrón del universo
y de la natura.

Si mi pueblo santo
él fue captivado
con ti mi querida
él fue consolado.

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