La mentira como propaganda política: respuesta a la Embajadora de Palestina en México

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

La reciente conferencia de la Embajadora de Palestina en México, Randa Alnabulsi, en la Facultad de Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, es uno de tantos ejemplos de cómo los grupos pro-palestinos (empezando por la representación diplomática), usan la mentira sistemática para promover su agenda política anti-israelí. La estrategia es fácil de resumir: repetir hasta el cansancio una serie de ambigüedades, abiertamente falsas en algunos puntos, o basadas en discretas verdades a medias. El objetivo: imponer una perspectiva vaga y sentimentaloide del tema, y definitivamente anti-israelí.

Veamos las evidentes falacias en las afirmaciones de la representante palestina.

 

El conflicto israelí como la “principal clave en la inestabilidad de Oriente Medio”.

 

Así es como la embajadora lo ha expresado: la médula de todos los problemas en Medio Oriente -que son muchos- es el conflicto israelí. Es decir: los miles de sirios muertos a manos de las fuerzas del régimen de Bashar el Asad, la violenta guerra civil que sacudió a Libia el año pasado, los disturbios sin control que siguen haciendo de Egipto un país ingobernable (con masacres incluidas en estadios de fútbol), la caída del dictador de Túnez y la reciente caída del presidente de Yemen, son aspectos colaterales al conflicto entre Israel y Palestina.

 

Seamos honestos: es una tontería. La problemática del Oriente Medio se deriva, fundamentalmente, de que los gobiernos árabes han seguido patrones (estructurales y de conducta) básicamente feudales. Desde que la mayoría de estos países se independizó a partir de mediados del siglo XX, nunca lograron establecer sistemas de gobierno incluyentes (nótese que no uso la palabra “democrático”, toda vez que los valores políticos de esta índole son propios de occidente, ajenos todavía a la idiosincrasia árabe), que se hayan preocupado por mejorar las condiciones de vida de las distintas poblaciones. En vez de ello, se han establecido gobiernos donde los dirigentes se han comportado como verdaderos sátrapas. Corruptos, injustos, criminales. Pero todo eso es irrelevante para la representación diplomática palestina y sus seguidores: Israel es “la médula de todos los conflictos en Oriente Medio”.

 

Extrañamente, en las múltiples manifestaciones populares que derrocaron a Mubarak, Kadafi o Saleh, así como en las que tienen como objetivo la caída de Asad, no se ha visto ninguna pancarta anti-israelí. Los árabes saben que su verdadero enemigo estaba o está en palacio de gobierno, no en Israel.

En consecuencia, si se pretende abordar con seriedad el tema, tenemos que empezar por señalar que el conflicto Israel-Palestina es el conflicto Israel-Palestina (suena bobo, pero así de específicos hay que ser a veces), no el conflicto de Oriente Medio. De lo contrario, se llega a la frivolización ingenua, e incluso criminal: ¿se debe esperar a que se resuelva el conflicto entre Israel y Palestina para esperar que con ello deje de haber sirios muertos? Idea peligrosa, porque en ese lapso, miles de sirios van a morir. Y de una cosa podemos estar seguros: si Israel y Palestina llegan a un acuerdo, de todos modos los sirios van a seguir en la calle exigiendo la salida de Asad, y de todos modos seguirán muriendo a manos del criminal ejército de su país.

Sigamos con los errores de apreciación.

 

Palestina en 1917

 

Dice la embajadora que en 1917 Palestina estaba en manos del Imperio Británico. Falso. En 1917 Palestina fue conquistada por el Imperio Británico. Hasta ese momento, Palestina había sido gobernada por el Imperio Otomano.

 

¿Por qué es importante la aclaración? Porque la representante palestina ofrece datos demográficos que pretende relacionar con el Protectorado Británico de Palestina, cuando la realidad es que corresponden a la Provincia de Siria Palestina del Imperio Otomano. Y la diferencia importante es que Siria no fue parte del Protectorado Inglés, por lo que -en consecuencia- sus datos demográficos son cuestionables.

 

La forma ambigua en la que son presentados crea al oyente o lector la sensación de que el territorio estaba poblado de una manera regular, y que podía percibirse una abrumadora mayoría musulmana (63%), con una considerable minoría cristiana (35%), y donde los judíos apenas si eran visibles (2%). Si esta situación cambió, dice la embajadora, fue porque a partir de 1917 empezó una “migración masiva de jóvenes judíos bien armados”.

 

Se trata de crear la impresión de que los judíos somos, en realidad, ajenos a la zona, y que nuestra presencia allí es fruto de un proyecto definitivamente colonialista y de conquista.

Falso. La realidad fácilmente documentable es que ese territorio se mantuvo casi vacío durante más de quince siglos. Ninguno de los imperios musulmanes que controlaron el territorio (los Califatos de La Meca y Bagdad, o los Mamelucos, o los Kurdos de Saladino, o el Imperio Otomano) aplicaron un programa para poblar la zona. ¿La razón? Es fácil. Dejemos que Mark Twain nos la explique: “…estos despoblados desiertos, estos montículos oxidados y estériles que nunca, nunca, nunca sacuden el resplandor de sus duros contornos, y que se desvanecen en una vaga perspectiva. La melancólico ruina de Kefar-najum, la estúpida villa de Tiberias dormitando sobre seis áreas de fúnebres palmeras; aquel declive desolado donde los cerdos del milagro (nota: se refiere a un exorcismo de Jesús narrado por los evangelios) corrieron a ahogarse en el mar, pensando que sin duda era mejor tragar un demonio o dos y seguir con ese trato, a seguir viviendo en semejante lugar…” (Mark Twain, hablando del Mar de Galilea y sus alrededores en The Innocents Abroad, cap. 48).

También está documentado que, por lo menos desde el siglo IX, las migraciones de judíos hacia ese territorio han sido las únicas sistemáticas (y acaso las únicas). Más aún: está sobradamente documentado que siempre hubo una presencia judía en la zona. Es decir: el único grupo en la historia que ha deseado y mantenido una presencia constante allí, es el pueblo judío. Los árabes han ido y venido de acuerdo a sus conveniencias. Los cristianos sólo lograron establecer allí su presencia tras el fracaso de los proyectos de las Cruzadas. Y, curiosamente, siempre que uno lee historias sobre las guerras santas entre cruzados y musulmanes en la zona, el eterno elemento presente son las masacres contra las poblaciones judías. Llegaban los cristianos, y masacraban judíos. Llegaban los árabes, y -en menor medida, hay que decirlo- también masacraban judíos. Luego entonces, los únicos pobladores evidentemente constantes eran, por cierto, los judíos.

Las últimas migraciones “masivas” de jóvenes judíos, enmarcadas en el proyecto sionista promovido gracias a Theodor Herzl, no empezaron en 1917, sino desde antes. Y no se trataba de “jóvenes bien armados”. En realidad, la organización de los grupos de choque judíos -el Irgún y la Haganá, principalmente- fue posterior, y en gran medida consecuencia de la agresiva política de los nacionalistas árabes. Es simple: si Palestina empezó a ser invadida por jóvenes judíos bien armados, ¿por qué el primer evento violento, bélico y sangriento, que marca el inicio del conflicto árabe-israelí tal y como lo conocemos, fue la masacre de los judíos de Hebrón perpetrada por comandos árabes en 1929?

Datos que, naturalmente, la embajadora palestina no menciona. Y no mencionará jamás, porque desmantelan la visión trágica que quiere promover.

El despojo a los palestinos

Nos dice la embajadora que en 1947 sólo se les concedió el 48% del territorio a los palestinos, y el argumento sigue en la lógica de que ellos eran los habitantes mayoritarios del territorio. Y, al no mencionar nada al respecto, pretende además crear la impresión de que eran los habitantes originales de la zona. Hagamos, entonces, dos precisiones concretas:

 

La primera es que los palestinos son descendientes de inmigrantes en su abrumadora mayoría. Visto desde una perspectiva muy simple, no tienen más abolengo o vínculos con el territorio que los inmigrantes judíos rusos (los más frecuentemente señalados por la propaganda palestina como “intrusos”). Por ejemplo, en modernas investigaciones genómicas se detectó que un 70% de los judíos que viven en Rusia es descendiente, por la línea paterna directa, de genuinos israelitas antiguos. El 30% restante tiene ancestros no semitas del Caúcaso. Curiosamente, al aplicarse la misma prueba a los palestinos (según la propaganda pro-palestina, los “habitantes originales” del actual Israel) se detectó que un 38% es descendiente de caucásicos no semitas.

 

La pregunta obligada: ¿Acaso ese tipo de información quita o da derechos sobre la tierra? En realidad, no. Pero lo cierto es que son ellos, los palestinos, los que sistemáticamente juegan a descalificar al judío, insistiendo en señalarlo como un alienígena que no debería estar allí.

 

La segunda precisión que hay que hacer es que la ONU nunca les concedió un porcentaje de tierra a los palestinos. En ningún documento de la ONU relacionado con el Plan de Partición de 1947 se usa el término “palestino”. Se habla de árabes. Se propone la creación de otro Estado Árabe. Pero jamás se usa la expresión “pueblo palestino”, o semejante.

En realidad, pasaron 20 años para que se empezara a hablar del “pueblo palestino”, y esto sólo fue una derivación léxica del nombre que Yasser Arafat escogió para su banda de terroristas: Organización para la Liberación Palestina.

Paradójicamente, si uno consulta los diarios o las fuentes escritas de los años 40’s y 50’s, descubrirá que el término “palestino” era aplicado a los habitantes de esa región… judíos. Incluso, todavía hay judíos por aquí y por allá que se apellidan Palestino o Palestina.

Entonces, la falacia es evidente: la idea de que un pueblo ancestral fue despojado y desplazado por europeos bien armados es, en realidad, una estupidez que se desmorona sólo con estudiar un poco de historia. La realidad es que la zona, debido a sus inhóspitas características, nunca fue del todo atractiva para la migración, y que sólo a finales del siglo XIX empezó a darse un repoblamiento de zonas importantes. Los que iniciaron ese repoblamiento fueron judíos. Con ello, empezó una reactivación de las actividades económicas, y eso fomentó que también se incrementara la migración árabe. Si hacia 1947 había en la zona más árabes que judíos, no es difícil de explicar: siendo vecinos de la zona, les resultaba más fácil establecerse allí.

Pero tan es un hecho la realidad de que, en su abrumadora mayoría, los árabes no eran pobladores ancestrales de allí, que un genuino gesto de anti-israelismo grotesco, la UNRWA (agencia de la ONU que se dedica a trabajar el problema de los refugiados palestinos) define “refugiado palestino” como cualquiera que pueda demostrar que en 1946 YA SE HABÍA ESTABLECIDO EN PALESTINA. Y sus descendientes, por supuesto.

Es decir: ni siquiera hay que comprobar que nació allí. Sólo que en 1946 ya vivía allí. Y la razón es simple: la mayoría de los hoy palestinos no pueden demostrar que sus bisabuelos o tatarabuelos hayan nacido allí. Sólo que en 1946 ya estaban establecidos en el territorio. Pero, en su lógica, eso los convierte en el “milenario pueblo palestino” (ese que no tiene idioma propia, costumbres propias, comida propia o religión propia).

 

Démosle la mayoría del territorio a los judíos

La embajadora se queja de que la población judía -un 20% para entonces- recibió el 50% del territorio. Naturalmente, no menciona que ese territorio incluía la parte desértica y pantanosa del Desierto del Negev, simplemente inhabitable. Apenas en los últimos años es que se están logrando consolidar proyectos exitosos para hacer habitable esa zona de Israel, pero cualquiera que consulte un mapa demográfico podrá corroborar que es la parte del país con menos habitantes. Y es lógico: es la más inhóspita. Eso, en 1947, era todavía más extremo.

La zona del Negev asignada al pueblo judío en el Plan de Partición de 1947 es un poco más de la mitad del territorio que, originalmente, se propuso para convertirse en Estado de Israel. En cambio, las zonas mejor habitadas y con fronteras con otros países árabes se asignaron para crear otro estado árabe.

Palestino como víctima, judío como victimario

Dice la embajadora de Palestina que la nueva distribución del territorio “ocasionó movimientos que terminaron en masacres, que obligaron a dos tercios del pueblo palestino a huir por temor a ser asesinados”.

Es grotesca esta forma de manipular la historia. Los errores:

En primer lugar, no había “palestinos”. Había árabes que no se sentían diferentes a los sirios, trans-jordanos o egipcios de entonces. En segundo lugar, la guerra la iniciaron los árabes, con la abierta amenaza de que iban a exterminar a los judíos. En tercer lugar, los desplazamientos humanos son algo normal en cualquier guerra, por lo que resulta tonto que ahora se presente a los desplazamientos “palestinos” como consecuencia de la asignación de territorio a los judíos. Y eso fue lo que hizo la embajadora Palestina. El asunto, en realidad, debe explicarse de manera honesta.

Hubo tres razones por las cuales un gran contingente de árabes tuvo que desplazarse entre 1948 y 1949. Ya dijimos que, en primer lugar, eso es algo normal en todas las guerras. En segundo lugar, es cierto que muchos ataques por parte de los combatientes judíos obligaron a muchos árabes a abandonar sus hogares (pero es igualmente cierto que muchos judíos también tuvieron que abandonar sus hogares por culpa de los ataques árabes; y de eso nunca quieren hablar). Sin embargo, la razón determinante para el éxodo masivo de árabes fue la propaganda promovida por las naciones árabes circundantes, que invitaron abiertamente a la población a quitarse del lugar para dejar el espacio libre a la artillería árabe, con el fin de poder aniquilar a su antojo a los pobladores judíos.

El asunto es que no les salió. Al final del cuento, perdieron la guerra y se vieron obligados a retirarse hacia unas líneas de armisticio que ni siquiera se parecían a las fronteras sugeridas por el Plan de Partición. En ese momento, Israel ofreció devolver el territorio conquistado a cambio de la firma de un tratado de paz, pero la respuesta árabe fue un rotundo no, y exigieron que Israel devolviera primero el territorio, y luego… nada. O más bien, luego esperar al momento preciso para iniciar otra guerra.

Israel, en una simple actitud de sensatez, se rehusó a aceptar semejante estupidez de condición.

 

La simplificación abyecta de la historia

No sé quién sea más culpable, si la embajadora Palestina o el periodista que escribió la nota publicada (Martín Jiménez), pero el caso es que nos dicen que “desde entonces, los conflictos entre ambas naciones no terminan porque Israel duplicó sus asentamientos en la región y construye un muro de separación”.

Vaya frivolidad. Independientemente de la condensación periodística, lo cierto es que esta es una constante en la propaganda palestina: reducir los datos al mínimo para crear la impresión de que todo el asunto se reduce a una permanente agresión israelí para despojar a los palestinos.

Veamos los datos duros:

En realidad, desde 1948 Israel tuvo que acostumbrarse a vivir bajo la permanente amenaza de que, en cualquier momento, los árabes intentarían destruirlo. No era una amenaza velada. Era un abierto anuncio por parte de los gobernantes árabes, en especial de Gamal Abdel Nasser (presidente egipcio), y luego de Yasser Arafat.

Entendámonos: en el lenguaje árabe de la época, “liberar Palestina” o “recuperar el territorio ocupado” (términos que se siguen utilizando y, por cierto, con el mismo significado) eran SINÓNIMOS de destruir a Israel. No de otra cosa.

Nadie habló de matemáticas. Por ejemplo, nadie dijo “si los judíos son el 20% de la población, dejemos que construyan su Estado en el 20% de territorio”. No. Hablaban de exterminio. Hablaban de una genuina limpieza étnica. Hablaban de un crimen masivo.

¿Cambio algo con los años? La retórica, porque hoy es políticamente incorrecto decirlo de ese modo (pregúntenle a Ahmadinejad). Pero los objetivos no parecen haber cambiado. Si la embajadora Palestina aparece con este mismo discurso que, al final, la única idea que genera es que está mal que Israel exista, entonces está claro que el objetivo es el mismo: que Israel deje de existir.

Naturalmente, para ello hay que seguir obviando los datos: por ejemplo, en 1956 Israel lanzó un operativo para eliminar a los grupos terroristas que operaban desde Sinai, en el marco de la llamada “Crisis de Suez”. Con ello, tomó el control militar de la Península del Sinai. Después de negociar con la ONU, se acordó que el territorio quedaría bajo control de los Cascos Azules, e Israel aceptó. Devolvió territorio.

¿Qué obtuvo a cambio? El intento orquestado por Nasser desde El Cairo, y secundado por Siria, Líbano, Jordania, Libia e Irak, para destruir a Israel.

El resultado fue la Guerra de los Seis Días (1967), que ha sido el único episodio posterior a 1949 en que Israel ha “conquistado” militarmente territorio ajeno a sus “fronteras”. Entonces, estamos muy lejos del panorama que nos presenta la embajadora, según el cual Israel aplica una política continua de expansión.

A los pro-palestinos les encanta hablar de esto como si se tratara de un proyecto colonial y expansivo de Israel. Y es una mentira descarada o un error de lo más tonto: la realidad es que la ocupación del territorio por parte de Israel fue una medida de defensa propia ante una abierta agresión árabe, cuyo objetivo era masacrar a la población judía en su totalidad.

Israel volvió a ofrecer el territorio a cambio de la paz. Y los árabes se volvieron a negar, exigiendo que primero Israel devolviera el territorio capturado, y luego… nada más. Incluso, el Canciller Abba Eban hizo un brillante resumen de esa guerra de este modo: “esta es la primera guerra en la que el vencedor quiere firmar la paz, y los vencidos exigen la rendición incondicional de los vencedores”.

Sólo hasta entonces empezó a hablarse de un pueblo llamado palestino.

 

La identidad palestina

La identidad palestina se basa en la exclusión. Nada más. No son una tribu, no son una nación, no son un pueblo. No tienen ninguna característica histórica, social, cultural o religiosa que les permita identificarse como tales. Son, en el más laxo sentido de la palabra, árabes. Más allá de eso, no se puede decir demasiado de ellos.

¿En qué se diferencian de los libaneses, sirios, jordanos y egipcios (sus vecinos igualmente árabes)? En que están excluidos.

A partir de la derrota de los ejércitos árabes en 1949, los árabes desplazados de la zona del conflicto fueron acomodados en campamentos de refugiados. Salvo por el caso de Jordania, la norma general fue que a ninguno se le concedió la ciudadanía del país receptor. Más aún: ni siquiera se concedió ese derecho a sus descendientes, y es un criterio que sigue vigente en Líbano (el único país árabe donde todavía existen “campamentos de refugiados palestinos”). No tienen derecho a la ciudadanía. Siguen siendo refugiados y apátridas.

Por eso, su sentido de identidad se ha forjado bajo la sombra de la exclusión. Un palestino es alguien que, por definición propia, asume que es parte de un grupo permanentemente excluido, sobre todo en los países árabes. Paradójicamente, los árabes que permanecieron en Israel aún después de la guerra de 1948-1949, tienen la nacionalidad israelí.

Hasta suena tonto: resulta que, además de Jordania, Israel es el único país que le ha dado nacionalidad a los “refugiados palestinos”.

Pero en el discurso palestino la realidad es otra, y su embajadora en México nos lo demuestra: la razón de todos los problemas es Israel. Si todo Oriente Medio se desmorona, es culpa de Israel. Hay, por lo tanto, que eliminar a Israel. Sólo entonces, los palestinos recuperaran lo que es suyo: esas prósperas y modernas ciudades “ocupadas” por los israelíes, esos fértiles y productivos campos “invadidos” por los sionistas.

Desde hace casi 64 años, el discurso ha sido ese. Por lo tanto, todos los palestinos menores de 65 años (casi la totalidad de la población) creen que ese país vecino, próspero y fuerte, era Palestina. Y que se los quitaron. No saben que eso era una zona árida y vacía que a ninguno de los gobernantes árabes le interesó poblar. No saben que si empezó a llegar gente allí fue por la “necedad” judía de vivir allí, y que la gran mayoría de los ancestros de los hoy palestinos también llegaron al lugar porque empezaban a existir mejores posibilidades de vida a principios del siglo XX.

He discutido el tema con pro-palestinos. También con palestinos. También con representantes diplomáticos palestinos. Y al final, la verdad es evidente: cuando son confrontados con todos los datos históricos que suelen omitir, entran en crisis. Hasta me han gritado. Pero ni hablar: si se va buscar una negociación, la base tiene que ser un diálogo honesto. Y para que sea honesto, tiene que incluir todos los datos de la historia, no sólo los que a ellos les gustan.

¿Cuál es la solución? Parece extraño, pero -por lo menos- el primer paso es relativamente fácil: declarar el fin del conflicto, establecer los tratados de mutuo reconocimiento -un Estado Judío junto a un Estado Palestino-, definir las fronteras, y entonces empezar a organizar todo lo demás.

Cierto: “todo lo demás” es algo muy complicado, pero la mejor forma de empezarlo a poner en orden es una base legal en la cual los dos grupos puedan dialogar de tú a tú, con igualdad de derechos y de obligaciones.

Y eso, justamente, es lo que los palestinos no quieren, porque aceptar eso significa aceptar la existencia de Israel, el derecho del pueblo judío a vivir allí. Por eso evitan todo compromiso que implique sentarse a definir fronteras, porque en el momento en que eso se logre, van a perder uno de sus más preciados tesoros: el falaz concepto de “territorio ocupado”. Mientras no haya fronteras negociadas, podrán seguir con su perorata de que hay un “territorio ocupado”, sugiriendo al mundo que es Cisjordania y Gaza, pero recordándole a las futuras generaciones de palestinos que es todo Israel, y que por eso hay que destruir a Israel.

¿No me lo creen? Vayan y hagan una encuesta entre la población palestina, y compruébenlo por ustedes mismos. Esa es la opinión y expectativa mayoritaria.

Ya se lo dije a un embajador palestino, y con gusto se lo diría a la embajadora actual: si esto es lo que ustedes predican por todos lados, me queda claro por qué no hemos podido lograr la paz.

Y voy a repetir lo que siempre he dicho: la culpa es, fundamentalmente, de ellos. Mientras sigan rehuyendo a la negociación, y se dediquen a buscar por todos lados adeptos a su versión mutilada y sentimentaloide de la historia, la posibilidad de que ellos mismos puedan tomar el destino en sus propias manos se irá alejando.

Al final de cuentas, si los palestinos -por alguna peregrina circunstancia- consiguieran su país mañana en la mañana, lo primero que vendría sería un baño de sangre para ver quién se queda con el control. Luego, los sobrevivientes tendrían que enfrentarse a la imposibilidad endémica para construir un país libre. Mientras se sigan aferrando a su identidad de excluidos, lo único que van a poder construir es un reino de excluidos.

Y eso no le sirve a nadie. Y menos a ellos.

Ya se lo dije a un embajador palestino, y con gusto se lo diría a la embajadora actual: si esto es lo que ustedes predican por todos lados, me queda claro por qué no hemos podido lograr la paz.

Si quieren leer la noticia acerca de la conferencia de Randa El Nabulsi en Puebla, haz click aquí

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.