La moda durante el Tercer Reich: vestidos para matar

20 MINUTOS.ES

La escena del búnker berlinés es simbólica: aún humean los restos chamuscados de Hitler y Eva Braun, pero un grupo de rusas hambrientas se pelea por los lujosos vestidos de la compañera muerta del Führer. Sedas, zapatos y pieles cambian con violencia de manos mientras la capital destruida certifica el fin del imperio.

El III Reich: 12 años (1933-1945) que cambiaron la historia. Doce años que identificamos con botas y gorras con calaveras, chaquetas llenas de esvásticas y negros abrigos de cuero. Pero había más, como demuestra La gloria y el horror. Moda en el Tercer Reich, exposición que se prolongará hasta 2013 en el Museo de la Industria de Ratingen, Alemania.

A través de un centenar de vestidos se nos explica que, más allá de sombríos uniformes, en las calles alemanas también hubo lugar para vestidos de fiesta, uniformes de trabajo y tradicionales ropajes. “Además de lo que muestran las estereotipadas imágenes de época”, dice la responsable de la muestra, Claudia God-frey, “había más ropa que los uniformes de las juventudes hitlerianas”. Así lo certifican los vestidos y los cientos de sombreros, zapatos y bolsos de mano donados, en su mayoría, por vecinos de la ciudad.

Un país enloquecido

Durante tres años, personal del museo recopiló esos objetos, se entrevistó con sus propietarios y, a través de lo obtenido, radiografió al país. Con la llegada de Hitler al poder, Alemania vivió un brutal descenso del desempleo (de los 6 millones de parados de 1933 se pasó al millón de 1938), y los alemanes nazis, o al menos cómplices (es decir, la inmensa mayoría), disfrutaron de una mejor calidad de vida. Como dice Richard Grunberger en Historia Social del Tercer Reich, “durante los años de paz creció el consumo de cerveza, se duplicó el de vino y, sobre todo, se multiplicó por cinco el de champán”.

Cerveza, vino y champán: pasiones mundanas que, con otras, traicionaron pronto las fantasías idealistas del Führer, que soñaba con que sus ciudadanos y, en especial, las mujeres, transmitieran la grandeza del país. Como explica Nazi Chic?, un libro de Irene Guenther, el nazismo original fantaseaba con alejar a sus féminas de cosméticos y maquillajes (sustituidos por una alimentación modélica y deporte). El look vamp, que arrasaba entonces en Hollywood, también fue calificado de “antialemán” y “enemigo de la natural belleza de la mujer aria”.

Todo el país vivía tales proclamas con reservas. El semanario Koralle, por ejemplo, publicó en uno de sus números fotografías de Joan Crawford, Mae West o Jean Harlow demonizándolas, pero las alemanas se lanzaron a comprar el ejemplar para copiar su belleza. Hitler vomitaba odio hacia EE UU, pero permitía a Eva Braun importar toneladas de productos de Elizabeth Arden. Y, mientras que el régimen era cada vez más horrible, dos diosas huidas, la sueca Greta Garbo y la alemana Marlene Dietrich, se coronaban en Hollywood.

Con la llegada de la guerra, la situación fue todavía más extrema. Según algunos testigos, tras la caída de Francia había tanto perfume galo en Berlín que “la capital olía como una gigantesca peluquería”.

Algo parecido pasó con las toneladas de pieles incautadas en Escandinavia o, por supuesto, con las joyas y lujosos vestidos arrebatados a la población judía. Pero las primeras derrotas en el frente oriental y los reveses en África empezaron a torpedear la economía alemana, y buena parte de sus ciudadanos vieron cómo no solo escaseaban los lujos, sino también los productos básicos.

“La elegancia desaparecerá con los judíos de Berlín”, dicen que dijo Magda Goebbels, esposa del ministro de Propaganda nazi. Algo de eso hubo: según se derrumbaba el régimen, también lo hacían sus excesos. Las cortinas se transformaron en vestidos, y los harapos sustituyeron a los uniformes brillantes. Y, finalmente, en un búnker berlinés las sedas de la primera dama del III Reich fueron rasgadas y repartidas por un grupo de hambrientas soviéticas.

Locos por el cine

Para Hitler, los tres grandes aliados del nazismo fueron “el cine, la radio y el automóvil”. La asistencia al cine, que ya era una de las grandes pasiones alemanas durante los años veinte, se multiplicó con la llegada del III Reich. Si en 1933 había 250 millones de espectadores anuales, la cifra subió a 1.000 millones en 1942. Durante el poder nazi, Alemania produjo más de 1.100 películas. También el cine posterior, como refleja la magistral La caída de los dioses (en la foto), de Luchino Visconti, supo mostrar la decadencia y desplome de las altas y corruptas esferas nazis.

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