La cultura de la memoria

PIERRE-HENRY SALFATI – INFORMATION JUIVE

Pero ¿de dónde viene esta costumbre? El Talmud evoca el principio de no borrar los rollos de la Torah, los mezuzot (párrafos de la Shema Israel escritos sobre el pergamino y fijados en el dintel de las puertas) y los tefilín. Los sabios han extendido la prohibición a todos los textos sagrados judíos en la lengua sagrada, libros, impresos y todos los otros soportes que contengan los nombres sagrados. No borrarlos y por extensión no quemarlo, y mucho menos tirarlos a la basura. No destruirlos, sino conservarlos, depositarlos para la eternidad en lo que la tradición denomina geniza: “escondrijo”. De hecho, la geniza, más que “escondrijo” significa “tesoro”, tal como está escrito en el libro de Ester (3, 9): “Diez mil kikkars de plata a disposición de los agentes reales que se depositarán en los tesoros del Rey (guinzei ha-melekh)”… Así pues, un geniza asume el papel de tumba, de escondrijo donde se oculta de hecho un verdadero tesoro. Más allá del respeto debido a los libros, el principio de la geniza arrastra muchas sorpresas, muchos descubrimientos. La más famosa de las genizas reveladas es la sinagoga Ben Ezra de Fustat, en el viejo el Cairo, a la que todo el mundo llama la “geniza del Cairo”.

Es con el desarrollo de las sinagogas que se propaga la construcción de pequeñas sales habitaciones contiguas para ocultar los viejos rollos de la Torah, los viejos teffilins, etc. Así resulta que algunas genizas se convirtieron con el tiempo en verdaderos tesoros de archivos. Qumrán, esa serie de cuevas donde fueron descubiertos los famosos Manuscritos del Mar Muerto, no era más que una antigua geniza. De la misma forma que los tesoros de Qumrán son esenciales para comprender el judaísmo y (tal vez en buena medida) el cristianismo antiguo, los textos hallados en la geniza de la sinagoga del viejo el Cairo arrojan una luz inesperada sobre la primera época del Talmud.

Fue allí particularmente, y entre otras personalidades, donde Moisés Maimónides vivió hasta su muerte en 1204. En el siglo XIX, el profesor Salomón Schechter descubrió sus tesoros. En 1897 obtuvo el permiso para transferir cerca de ciento cuarenta mil fragmentos a la biblioteca de la Universidad de Cambridge, con independencia de los fragmentos que ya se encontraban en las bibliotecas de San Petersburgo, París, Londres, Oxford y Nueva York.

Pero el mérito del descubrimiento de la geniza recae sobre dos viudas escocesas, las señoras Agnes Smith Lewis y Margaret Dunlop Gibson, hermanas gemelas increíblemente cultivadas, increíblemente originales y totalmente inseparables. Habían hecho tres viajes a lomos de camello desde el Cairo al Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, para allí fotografiar los manuscritos antiguos.

En el Cairo, se les había ofrecido por un muchacho una serie de manuscritos que parecían interesantes. Habiendo reconocido que estaban escritos en hebreo, se los presentaron a Schechter. El 13 de mayo 1896 – fecha retenida por sus biógrafos – Schechter identificó en una de las hojas una parte perdida del original hebreo del Siracida (conocido en la tradición cristiana con el nombre del “Eclesiástico”), escrito en Jerusalén hacia el año 200 a. C. por un sabio llamado Joshua ben Sira, y traducido al griego en Alejandría por su nieto hacia el 140 a. C. También se encontró más tarde otros fragmentos procedentes de Masada, medio siglo después de la muerte de Schechter. Se percatarán entonces que otras hojas del mismo texto estaban entre las recientes adquisiciones de la Bodleian Library de Oxford.

Schechter tenía la convicción de que la fuente común fue la geniza de la sinagoga Ben Ezra del viejo el Cairo. Es allí, en Fustat, donde habían residido Saadia Gaon (en el siglo X), Judah Halevi (a comienzos del siglo XII, de camino a Tierra Santa) y, como ya mencionamos Maimónides (a finales de siglo XII). En diciembre de 1896, Schechter decidió dirigirse a el Cairo. Su amigo y colega Taylor le financió el viaje.

Nadie se había atrevido a buscar en la geniza: se decía que una serpiente custodiaba la entrada y atacaba a los curiosos. En realidad, el polvo acumulado durante diez siglos la protegía mucho mejor que una serpiente.

Algunos audaces, desde 1891, habían sin embargo sustraído algunos fragmentos de manuscritos para vendérselos a los comerciantes de antigüedades que no revelaban su origen. Cuando Schechter le propuso al gran Rabino y a los líderes comunitarios de El Cairo vaciar el geniza, realmente no se puede decir que fuera bien recibido. La perspectiva de ver esos textos preservados en una gran universidad, en lugar de sujetos de saqueos y dispersión, les decidió definitivamente. El gran rabino le dio permiso para coger lo que quisiera. Schechter fue capaz de trabajar durante algunas semanas al precio de graves riesgos para la salud: el polvo se infiltraba en sus ojos, su garganta y en cada poro de su piel. Finalmente lleno treinta bolsas de documentos que navegaron hasta Liverpool, con el apoyo del representante británico en Egipto.

Después de un breve desvío para visitar Palestina – su única visita -, comenzó a estudiar y clasificar los fragmentos trasladados a Cambridge. Él creía que eran unos cien mil, ahora sabemos que hay otros cuarenta mil más en la colección donada en 1898 a la Universidad de Cambridge, y que recibió el nombre de Schechter-Taylor y que sin embargo está aún bastante lejos de haber sido completamente evaluada. Contenía entre otras cartas autógrafas del propio Maimónides.

Los fragmentos de la geniza del Cairo están escritos en hebreo, árabe y arameo, y están escritos sobre pergamino, papel, papiro o tejido o tela. Entre los campos de estudio que han obtenido un gran beneficio del estudio de esta fuente nos encontramos con la gramática hebrea, las traducciones y las interpretaciones de la Biblia. Pero uno de los tesoros más famosos de geniza del Cairo, y que sobre todo nos interesa aquí, son los manuscritos más antiguos conocidos de la Mishná. Se trata de la primera puesta por escrito de la Torah oral, tan pocos son los textos antiguos que han llegado íntegramente hasta nosotros.

Pero enterrar los libros, ¿no representaría eso algo que va más allá del simple respeto debido a este tipo de literatura, una especie de esperanza de su resurrección? En cualquier caso, la cuestión sería si “¿existe un más allá para los libros, un paraíso donde serían infinitamente leídos y releídos?”
El descubrimiento de la geniza del Cairo nos proporciona una evidente respuesta afirmativa.

En el otro extremo de la cadena se encuentra actualmente la página web del Seminario Teológico Judío en Nueva York (Jewish Theological Seminary of New York), una de las mayores bibliotecas judías del mundo y donde algunos de estos fragmentos de la geniza reposan, siendo un buen número de ellos consultables on-line. ¡Qué largo camino recorrido! ¿Qué de camino resta por recorrer para que un bello día los discos duros de la JTS y de otras bibliotecas on-line se conviertan en el tesoro de las futuras genizas?

La cultura talmúdica es la cultura de la memoria. “Acuérdate…”. Leer en los libros de tus padres… La cultura de la memoria en todas las acepciones del término: memoria histórica de un pueblo, memoria intelectual de las personas.

Extracto del libro “Talmud” de Pierre-Henry Salfati

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