MOISÉS NAIM/ EL PAÍS
En estos días Forbes publicó, como todos los años, su lista de las personas más ricas del mundo. Por casualidad, esto coincidió con otro evento anual que tenía lugar en las antípodas de la sede de Forbes en Nueva York. Se trata de la reunión de la Asamblea Popular Nacional de China, que es formalmente el órgano supremo del Estado chino y representa el poder legislativo. Sorprendentemente, estos dos hechos están conectados. La lista de los delegados a la Asamblea china incluye a casi todas las personas más ricas de ese país. Y algunas de ellas figuran también en la lista de Forbes.
Con sus 2.987 representantes, la Asamblea china constituye el Parlamento más numeroso del mundo, y sus reuniones en el Gran Palacio del Pueblo, en la legendaria plaza de Tiananmen de Pekín, son siempre noticia. No por las decisiones que allí se toman: este organismo no tiene, en la práctica, poder alguno. Es un ente simbólico. Y su reunión coincide con la de otra institución que también tiene mucho nombre y poco poder: la Conferencia Consultiva Política del Pueblo.
La importancia de estos congresos anuales se debe a que los verdaderos líderes del país utilizan sus discursos para dar a conocer a su pueblo y al mundo sus prioridades y preocupaciones. En esta última reunión, por ejemplo, el primer ministro, Wen Jiabao, señaló que China tiene que emprender reformas urgentes. Reconoció que la desigualdad y la corrupción son problemas críticos y que el crecimiento económico de su país será en adelante más lento que hasta ahora.
La reunión de la Asamblea Popular también ha sido noticia por la elegancia de los representantes. La periodista Louisa Lim destacó, por ejemplo, el traje de la delegada Li Xialin —un Emilio Pucci que cuesta 2.000 dólares— o el bolso Louis Vuitton modelo Alma de 2.500 dólares que llevaba la delegada Cheng Ming Ming. Me parece pertinente informarles que la señora Li es la hija del ex primer ministro Li Peng y que la señora Cheng, quien completaba su cartera de Vuitton con un vistoso abrigo de pieles, es la dueña de uno de las mayores empresas de cosméticos de China.
No faltaron incluso representantes de ciertas minorías étnicas que combinaban sus atuendos tradicionales con carteras de Burberry de 800 dólares. Inevitablemente, la vibrante y cada vez más audaz comunidad de blogueros chinos ha comenzado a referirse a las reuniones de la Asamblea como “la Semana de la Moda de Pekín”.
La probabilidad de que estos bolsos, trajes o cinturones sean falsificaciones no es muy alta: los delegados a la Asamblea se pueden dar el lujo de comprar los originales. Su opulenta elegancia es la manifestación de su inmensa riqueza. El patrimonio personal de los 70 delegados más ricos de la Asamblea Popular Nacional de China alcanzó en 2011, según Bloomberg, los 90.000 millones de dólares, 11.500 millones de dólares más que en 2010.
Los delegados a la Conferencia Consultiva Política del Pueblo son aún más ricos: el patrimonio personal de cada uno de ellos supera los 1.500 millones de dólares (un 14% más que el año pasado). Para tener idea de las proporciones, basta saber que el ingreso promedio por habitante en China es de tan solo 4.200 dólares al año. A pesar de que el ingreso per cápita es hoy el doble de lo que era en 2000, sigue siendo inferior al de países muy pobres como Sudáfrica o Perú.
La presencia de los súperricos chinos en estos órganos del Estado comenzó con una decisión deliciosamente irónica: hace una década, el secretario del Partido Comunista, Jiang Zemin, abrió a “los capitalistas” de su país la afiliación al partido. Si bien muchos de los ricos se afiliaron, también es cierto que muchos de los miembros del partido se han hecho ricos. “Esta es una situación como la del huevo y la gallina ¿Son políticamente poderosos porque son ricos o son ricos debido a su influencia política?”, se pregunta Rupert Hoogewerf, que publica Hurun, una lista anual de los 1.000 chinos más acaudalados.
La revista Forbes y su lista de ricos puede auxiliar al señor Hoogewerf en la búsqueda de la respuesta: al examinar los orígenes de las fortunas más grandes del mundo, se hace evidente que muchas de ellas crecieron al amparo (o más que eso) de los gobiernos. El Estado, y no el mercado, es en muchos países la ruta para obtener riquezas inimaginables. Y, en eso, China no es diferente.
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