Mis pasos por un panteón

JACOBO CONTENTE

Reciente y lamentablemente en un corto tiempo, acompañé a sus últimas moradas a dos muy queridos amigos y colegas periodistas.

En mi ya no tan corta existencia, la vida comunitaria judía me ha llevado a todo tipo de situaciones y actividades voluntarias, como por ejemplo: la “Jevrá Kadishá” (término arameo), actividad considerada por todos muy loable y respetable; una hermandad que se ocupa de realizar los últimos ritos y supervisar los arreglos para la sepultura, de acuerdo a las costumbres y legislaciones judías. En México, prácticamente en todos los sectores comunitarios existen estas hermandades, formadas por voluntarios y voluntarias, que prestan respectivamente sus servicios, de acuerdo al sexo de la persona desaparecida.

Si hablamos materialmente del acto de enterrar un cuerpo de acuerdo a formas y costumbres, notamos que a lo largo de la historia estas han variado según las épocas. En sus inicios, los judíos utilizaron desde cuevas o catacumbas, pasando por el período talmúdico en que depositaban los restos en sarcófagos de piedra; siglos más tarde se hicieron en terrenos especiales o panteones (en hebreo “bet olam”), utilizando para ello las más rudimentarias cajas de madera que se puedan conseguir en el mercado, pues legalmente y como principio religioso, se establece que un entierro judío siempre debe ser lo más austero posible.

Ahora bien, si tomamos en cuenta estrictamente la parte legislativa, debemos consultar el “Shulján Aruj”, que en español significa literalmente mesa preparada, y es el nombre del título del código rabínico de Iosef Caro, que está aceptado por el judaísmo religioso como de autoridad. La codificación de Caro, al no tomar en cuenta más que el uso sefaradí, su aceptación no fue inmediata en países de Europa Central y Oriental; se hicieron adiciones, y al final, fue aceptado por el rabinismo en todas partes. La primera aparición del Shulján Aruj en Europa, fue en la ciudad de Venecia en 1565. La obra se divide en 4 partes:

1.- Oraj Jayim (reglas sobre tzitzit, filacterias, oraciones, la Sinagoga, bendiciones, estudio de la Torá, la observancia del sábado, festividades, higiene ritual, etc.);
2.- Yoré Dea (sobre matanza ritual, leyes sobre alimentos, idolatría, incesto, pureza, votos, respeto a padres y maestros, caridad, circuncisión, preparación de los Rollos de la Ley, enfermos, moribundos, muerte, luto, etc.);
3.- Even Ha-ézer (sobre matrimonio y divorcio);
4.- Joshen Ha-mishpat (sobre legislación civil y criminal).

En el caso que nos ocupa, esta legislación aclara a plenitud y puntualmente lo que se puede y lo que no se puede hacer. Dentro de los rituales y formas descritas para los entierros, establece que se pueden llevar a cabo en cajas, siempre y cuando estas sean de madera; forma acostumbrada por muchos años en la mayoría de los sectores judíos mexicanos, cumpliéndose además a plenitud con las legislaciones locales en la materia.

Sin entrar en detalles, para no causar fuertes impresiones o indiscreciones, resulta que ya desde algún tiempo, para los dirigentes espirituales y directivas de algunos sectores judíos que se consideran más que ortodoxos, la práctica de esta penosa necesidad ha cambiado, incluso surgiendo prohibiciones de asistencia a un sepelio de acuerdo al sexo, edad o condición religiosa, no importando el grado de familiaridad que se tenga con el desaparecido. Dicen que las costumbres se transforman en leyes y si la tendencia por tiempo, silencio o convencimiento es dejada, pues ya no hay ni que hablar.

Lo que sí hay que recordar, señalar y advertir, a esos sectores y dirigencias que últimamente -por acuerdo (al parecer no consensuado) y en busca de un tratamiento igualitario de tipo Tzadik- han determinado que todas sus anteriores generaciones al parecer, vivieron en el error; recuerden que toda la legislación judía se ha establecido con una clara tendencia a favor de las personas vivas, para tratar de evitarles males, así como penas físicas y morales; sobre todo, cuando estas tienen un carácter innecesario. Hay que señalar, pues muchos lo han expresado al que suscribe, que la mayoría de los asistentes a esos sepelios cuyas formas han cambiado (Llámense estos deudos, familiares cercanos o lejanos, amigos correligionarios o que no lo sean) les ha causado impresiones desagradables y que por varias noches los han dejado sin conciliar el sueño.

Por regla general, aunque también existen excepciones, para personas acostumbradas a estos rituales como los grupos de la Jevrá Kadishá, lo que llegan a ver o hacer no les impacta tanto como a un eventual público presencial, al que en ocasiones incluso se les pide ayuda física para terminar el ritual. A estas impresiones totalmente innecesarias que se suman a la pena por la pérdida de un ser querido o conocido, habría que agregar el aspecto visual que se presenta en los últimos momentos del rito, y que acusa una falta de dignidad en el manejo y respeto al cuerpo inerte del desaparecido, demeritando en buena parte, y también otra vez innecesariamente, la muy buena labor y cuidados de la Jevrá.

En resumen este artículo periodístico, no busca una confrontación con los diferentes grados o costumbres actuales de la ortodoxia judía mexicana; tampoco pretende señalar quienes están en lo correcto o en el error; simplemente por los hechos y consecuencias aquí descritos, invita a una meditación de las instancias comunitarias, para que evalúen los pros y contras de las formas de operación, sobre un tema legal, espiritual y social con varias aristas trascendentes.

Infortunadamente ya llevamos tiempo de constatar, que no todos los cambios tendientes -supuestamente- a una mayor ortodoxia han sido positivos, pues muchos de ellos -por su radicalismo e intolerancia- literalmente han causado rompimientos -o en el mejor de los casos- distanciamientos familiares y sociales; el afán sistemático de seguir marcando nuestro judaísmo a través de las diferencias o grados de religiosidad que hacen algunos grupos (marcaje incluso hasta en las vestimentas), nunca ha sido sano interna o externamente, y ya han afectado sin duda alguna a muchas instituciones otrora ejemplares por su tolerancia, modernidad, dinamismo y participación
intercomunitaria.

¿Acaso somos los únicos en notarlo?…

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