Juntos venceremos
jueves 21 de noviembre de 2024

Hamás digas Hamás…

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

Las coyunturas en el conflicto Israel-Palestina nunca son sencillas. Son tantos los actores involucrados, y tantos los intereses implícitos, que resulta difícil interpretar con exactitud qué es lo que está sucediendo realmente sobre el terreno. Por eso, nuestra urgencia y necesidad de mantener un ejercicio de reflexión permanente, y en esa línea quiero compartir una serie de inquietudes que me surgen en relación al grupo terrorista Hamás, uno de los protagonistas de este conflicto, y que -me parece- no lo está pasando nada bien.

I. La ruptura con Irán

Hamás es un grupo de orientación sunita. Irán es un gobierno promotor del chiísmo más agresivo y expansivo. Son, por lo tanto, enemigos por naturaleza. Si durante mucho tiempo han operado como cómplices, ha sido sólo por la filosofía de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Naturalmente, el enemigo en común es Israel. A Irán le conviene tener un agente anti-israelí en el sur, para completar el cerco que Hizbolá encabeza al norte. Y a Hamás le conviene el financiamiento iraní. Sin eso, hace mucho que habría sucumbido.

Sin embargo, la relación no parece buena en los últimos meses. Después de los cambios que vinieron tras la caída de Hosni Mubárak en Egipto, el ascenso de un nuevo poder a manos de los Hermanos Musulmanes -de orientación suní- fue un aliciente para que Hamás empezase a reconsiderar el asunto de las lealtades, y hoy está claro que el grupo terrorista está acercándose más a Egipto, al tiempo que se aleja de Irán.

Hay varios factores que parecen evidentes al respecto: el primero es que Irán no sólo financia a Hamás, sino también a otros grupos menores en la franja de Gaza, de línea islamista más extrema, y que se han convertido en una amenaza para el propio Hamás. En la última serie de hostilidades entre Israel y Gaza, se notó la profunda división que hay en las militancias islámicas, y es un hecho que el grupo que más incómodo quedó fue Hamás. Ni modo: es el riesgo de estar en el poder.

Un segundo factor es la inevitable, aunque aún lejana, caída de Bashar el Assad en Siria. Este país, y este régimen, han sido el intermediario indispensable para que grupos como Hezbolá o Hamás puedan recibir los apoyos iraníes. Por eso, todos saben que si Assad cae (o más, bien, que cuando Assad caiga) los equilibrios geo-políticos en la zona se van a alterar. Y lo más factible es que Irán pierda a un aliado fundamental. Por ello, Hamás está -diríamos a la mexicana- curándose en salud, y reforzando sus vínculos con un gobierno sunita egipcio que está muy lejos de consolidarse, pero que en la realidad se ve con mejores probabilidades de sobrevivir que el Irán de los Ayatolas.

Hamás, como todo grupo de su misma naturaleza, se mueve sólo por conveniencias. Si empieza a alejarse de Irán, es porque está consciente que esa relación ya no promete un futuro seguro. Los primeros pasos han sido claros: aparte del acercamiento a Egipto, la ya abierta condena de lo que Assad está haciendo en su propio país. Está claro que Hamás ha dejado de comportarse con la otrora incondicionalidad hacia Irán.

II. La metamorfosis institucional

Hamás es un grupo terrorista por vocación. Nació para destruir a Israel, y va a conservar ese perfil hasta que se colapse. Desde un inicio, esa actitud beligerante fue lo que más atractivamente usó como propaganda para conseguir el apoyo de los sectores más anti-israelíes de la sociedad palestina en particular, y árabe en general.

Pero hoy se encuentra en un molesto punto intermedio entre su actitud, vocación y naturaleza “revolucionaria”, y la responsabilidad de ser gobierno en un territorio, con todo lo que eso implica.

A Hamás le cayó la maldición de los revolucionarios imbéciles: surgen como oposición, crecen en ese perfil, se desarrollan y expanden con esa vocación, pero si repentinamente llegan a una posición de poder, no saben qué hacer. Y es que no es lo mismo ser siempre el que ataca al sistema, que en un momento transformarse en el sistema mismo.

El revolucionario idiota cree que, una vez logrado ese poder, entonces podrá implementar todos los cambios deseados. Le pasó a los revolucionarios franceses. Le pasó a Fidel Castro. Le pasó a Hugo Chávez, Evo Morales o Eduardo Correa. Le pasó, a menor escala, a Cuauhtémoc Cárdenas y al PRD en el Distrito Federal. Y le pasó a Hamás en Gaza: luego de ser la oposición, repentinamente se convirtieron en el poder.

En contra de todas sus expectativas (un revolucionario idiota jamás contempla esa posibilidad), la oposición empezó a oponerse a ellos.

Es la ley del caos político. Proponer una revolución -política, religiosa, o ambas a la vez- obliga a promover el caos. Una revolución no puede suceder de manera ordenada y pacífica. Pero pretender que una vez que triunfe la revolución el caos va a desaparecer, o -por lo menos- se va a lograr mantener el control del caos, es absurdo. De hecho, es una idiotez.

Si todos los movimientos revolucionarios de la historia -sí, todos- han fracasado, es por no contemplar ese panorama. Y han fracasado en lo más esencial: después de varios años en el poder, la situación sigue, simplemente, igual. Y empieza a florecer una nueva oposición; empiezan a surgir nuevos aires de revolución; empiezan a aparecer nuevos brotes de violencia anti-institucional.

En el último de los casos, una revolución exitosa sólo es aquella que logra perpetuar a un grupo en el poder, como Cuba o Irán. Sin embargo, eso nunca se traduce en mejoras sociales. Los ayatolas iraníes promovieron una revolución para derrocar a un tirano, y sólo lograron mantener su triunfo convirtiéndose a su vez en tiranos. Peores, de hecho, que el tirano anterior.

Ésa es la crisis de Hamás: cuando tomó el poder de Gaza tras la evacuación israelí, muchos de sus líderes, militantes y simpatizantes realmente creyeron que el fin del Estado Judío era inminente (los revolucionarios son apocalipticistas por naturaleza: buscan señales del Fin del Mundo en todos lados; mientras más le crean a sus “señales”, peor será su fracaso). Cerca de una década después, la situación es radicalmente diferente: ahora Hamás tiene que administrar un territorio cuya economía está patas arriba, y además tiene que controlar o someter a los grupos que ya están abiertamente en su contra, ya sea por promover un islamismo tipo iraní más radical, o por su vinculación con Al-Qaeda.

Por eso, Hamás ha llegado al extremo que jamás creyó posible: dejar de luchar de manera abierta con Israel. Su beligerancia es verbal y es subterránea, apoyándose en el radicalismo de los otros grupos, pero intentando manejar la veleidosa opinión pública por medio de la poco creíble estrategia del “yo no fui”. En contra de sus más “sagrados” principios, ahora tiene que presentarse como grupo político, controlado, retraído del conflicto bélico.

Y, justamente, es lo que acusan sus detractores en Gaza: han dejado de combatir a Israel.

Ése es el precio de sólo llegar al poder por impulso, pero sin tener bien pensado de qué se trata eso de “llegar al poder”. Creyeron que tenían la victoria al alcance de la mano, y sólo se han topado con lo mismo de siempre: ataques a un Israel que cada vez se defiende mejor, y la pérdida de sus principales líderes a manos de los disparos sionistas. Mientras, el esfuerzo casi imposible de mantener tranquila a una población que no ve resultados claros en absolutamente nada, y que cada vez es más difícil de mantener engañada.

III. El futuro incierto
Hamás no sabe que va a pasar en el futuro. Nadie, en realidad. Lo único que resulta claro es que Israel va a mantener el control de la situación, por complicada que sea. Es obvio: Israel no puede ceder ese control, porque su existencia misma estaría en riesgo. Además, en este momento tiene con qué conservar ese control. Y, más todavía, sigue invirtiendo un esfuerzo enorme en desarrollar los elementos necesarios para conservar ese control en los plazos mediano y largo.

El apoyo iraní ya no es una garantía. De entrada, el gobierno persa tiene una fuerte división interna. La mayoría de los ayatolas ya está en un enfrentamiento abierto con Ahmadinejad, un gobernante patético, imbécil e improductivo, cuya herencia a Irán sólo va a ser un empobrecimiento general, y un aislamiento político contraproducente por todos lados. Como si esto no fuera poco, el norte -la zona industrial verdaderamente productiva- se empieza a distanciar cada vez más de la política de los islamistas persas. A fin de cuentas, es en donde se concentra la población kurda y la población zoroastrista, que no se siente afín en lo mínimo al gobierno centralizado en Teherán.

El factor clave en la debacle es la crisis en Siria, porque el apoyo iraní a sus satélites terroristas -Hamás y Hizballá- dependen en muchas cosas del apoyo de Assad como intermediario. Se ve en la práctica: Hizballá amenaza con su retórica a Israel tantas veces como puede, pero está claro que por su propia iniciativa no se va a arriesgar a un conflicto abierto. Es obvio: Israel ha perfeccionado sus mecanismos de defensa, pero también sus mecanismos de ataque. Entonces, aunque Hizbolá tenga un arsenal bélico de consideración, los posibles efectos negativos en Israel empiezan a reducirse, mientras que cada vez es más seguro que la respuesta israelí sería brutal.

Si Siria mantuviera la estabilidad, Hizbolá podría arriesgarse, tal y como lo hizo en 2006, confiando con que, pasara lo que pasara, terminaría por imponerse un alto al fuego con la factible y ridícula resolución de la ONU que prohibiese que Hizballá volviese a adquirir armamento. Hizbolá ya sabe que, en esas cosas, la ONU es tan irrelevante como inofensiva.

Pero sin el apoyo de Assad, la posibilidad de que Hizballá se rearme queda en duda. Y sus líderes lo saben bien. Y saben que Israel también lo sabe. Mientras en Siria no se vislumbre la posibilidad de que Assad logre mantenerse en el poder, y -más aún- logre mantener exactamente el mismo tipo de gobierno, Hizballá sabe que el tiempo juega a favor de Israel, cuya economía sólida le permite seguir invirtiendo en el perfeccionamiento de sus sistemas de defensa y de ataque.

Hamás lo entiende también, y por eso busca aprovechar la ventaja que ahora Hizbolá no tiene: la cercanía con el mundo suní (Hizbolá, en otro clásico ejemplo de estupidez política, se ha dedicado a masacrar sunitas en Siria, con el consecuente enojo de la abrumadora mayoría de la población árabe de la zona).

Evidentemente, la política de Hamás será mantenerse lo más lejos posible de un conflicto abierto contra Israel. No se puede dar el lujo de chocar contra el Estado Hebreo. Si en otros años la posibilidad de rearmarse era algo que se daba por hecho, está claro que en caso de un enfrentamiento de gran envergadura (como la operación Plomo Fundido), Hamás perdería mucha infraestructura militar, y se quedaría con posibilidades muy limitadas de recuperarla en el corto plazo.

Por eso, no le queda más remedio que hacer lo que nunca quiso hacer: girar hacia el modelo institucional, político. Exactamente lo que tuvo que hacer Al Fatah a partir de 1993, y que tanto criticaron los líderes de Hamás.

A juzgar por la capacidad política de los cuadros directivos de este grupo terrorista, el resultado va a ser muy similar al de los herederos de Yasser Arafat: Hamás va caminando a convertirse en una burocracia inútil, terrorista de clóset, e incapaz de ofrecer soluciones reales a la población palestina.

En su momento, Hamás pudo desplazar a Al Fatah del control político en Gaza. Digamos que sucedió lo lógico: dos grupos de poder, cada uno en un territorio, porque hay dos territorios. Pero ¿qué va a pasar cuando Hamás se convierta en la misma monserga que Al Fatah, y lleguen otros grupos de poder con el empuje que brinda la irracionalidad ciega, nutrida por la suicida idea de que todo se soluciona siguiendo la guerra contra Israel?

Ya no hay más territorios que repartir.

Cuando Hamás llegue al punto donde no dé para más y se vea convertido en una burocracia inútil, entonces pasara lo que siempre pasa con ese extraño pueblo recientemente inventado y al que llaman “palestino”: la sangre correrá a raudales en las calles.

Lamentablemente, nadie se va a molestar por eso. Si no hay un israelí involucrado, los palestinos se pueden matar cuantas veces quieran y tanto como gusten.

He allí el camino de las revoluciones imbéciles. La guillotina en Francia lo demostró. Es el turno de Hamás de demostrar que los palestinos se siguen equivocando en todo.

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