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domingo 24 de noviembre de 2024

Jazz, la Música prohibida

JOSÉ KAMINER TAUBER PARA ENLACE JUDÍO

El crítico y estudioso alemán Joachim-Ernst Berendt, define al jazz como: “Una forma de arte musical que se originó en los Estados Unidos mediante la confrontación de los negros con la música europea. La instrumentación, melodía y armonía del jazz se derivan principalmente de la tradición musical de Occidente. El ritmo, el fraseo y la producción de sonido, y los elementos de armonía de blues se derivan de la música africana y del concepto musical de los afroamericanos.”
Se ha dicho que la causa de su desarrollo ha sido la innovación junto a una rama más tradicionalista. Paralelamente a esta división entre la innovación y la tradición que ha sido caracterizada por la obra de sus artistas más sobresalientes.

El jazz es un género musical nacido a finales del siglo XIX en Estados Unidos que se expandió de forma global a lo largo de todo el siglo XX. Ha sido valorado desde las primeras décadas del siglo veinte, especialmente por ingleses y franceses, quienes reconocieron su importancia mientras que algunos norteamericanos como Henry Ford (Nació en Dearborn, un suburbio de Detroit, el 30 de julio de 1863.

Es el fundador de la Ford Motor Company) que publicó el 6 de agosto de 1921 en su periódico Dearborn Independent como podemos verlo en la página frontal de la edición de dicho periódico para desahogar todas sus sospechas y suspicacias en contra de los judíos: “El Jazz Judío -Música Imbécil- se Convierte en Nuestra Música Nacional” A lo largo de un año, el editor del Dearborn Independent, Charles Pipp, se estuvo oponiendo a la publicación de las diatribas anti-semíticas.

Si el injustificado odio de Henry Ford se hubiera generalizado tal vez el Jazz no existiría en nuestros tiempos, ya que habría sido proscrito al igual que las bebidas alcohólicas en los tiempos de la prohibición. Al Jazz, a casi un siglo de distancia, se le reconoce ahora como la música clásica norteamericana en la que grandes intérpretes afroamericanos y judíos americanos crearon singulares creaciones.
No es fácil comprender que esta nueva música tuviera más aprobación en Europa que en los Estados Unidos del sur donde surge del contacto entre los esclavos africanos y el estilo clásico.
En Berlín, entre los años veinte y treinta, había gran cantidad de bares y clubes, además de los famosos cabarets, en los que se podía escuchar jazz. El gran Sidney Bechet, pionero de la nueva música de New Orleans junto a Louis Armstrong entre la primera y la segunda década del siglo, y primer saxofonista de importancia en la historia del jazz, estuvo entre 1929 y 1931 precisamente en la capital alemana, tocando por las noches en el Wild-West-Bar de Berlín donde seis bandas de jazz se turnaban compartiendo el cartel del lugar, lo cual brinda una idea aproximada de la intensa actividad jazzística de la ciudad cuando las grandes masas populares comenzaban a disfrutar de los nuevos ritmos y las posibilidades más libres y revolucionarias que ofrecía a la hora de bailar.
Cuando platicamos de jazz en los años treinta, tanto en Estados Unidos como en Europa, nos refrimos a los dos estilos preponderantes en ese entonces: la música “hot” de Louis Armstrong, por ejemplo, y los continuadores de las escuelas de New Orleans y del “Dixieland” y el Swing, representado generalmente por las “Big bands”(Grandes bandas) más famosas de la época como las de Duke Ellington, Count Basie y Benny Goodman que eran más populares, con melodías pegadizas y fáciles de cantar y más bailables.
El Swing, en los años treinta, se convirtió en sinónimo de jazz, era casi con exclusividad la música que más se tocaba en los salones de baile. Era la música que bailaba la juventud, tanto en Estados Unidos como en Europa, con un “desenfreno” tal que el totalitarismo nazi no estaría dispuesto a permitir.
No es de extrañar, entonces, que una vez en el poder esta ideología se caracterizara por un rápido proceso de supresión y coordinación de todas las fuerzas e instituciones políticas, sociales y culturales. Consecuentemente, para imponer el nazismo como la doctrina oficial por medio del terror, el movimiento nazi se valió de un monopolio absoluto de la dirección de todos los medios de comunicación masiva como la prensa, el cine y, fundamentalmente, la radio, alcanzando a través de ellos a todas las expresiones culturales y artísticas, incluida la música.
Es claro que la escueta y enfermiza visión nazi de lo que podía ser considerada música válida para la formación de la “comunidad del pueblo”, se diferenciaba irreconciliablemente con la música atonal y con los compositores clásicos que se sumaban los estandartes del modernismo como: Arnold Schoenberg, Alban Berg, Paul Hindemith, y entre otros, Kurt Weill, que comenzaba a incorporar a sus obras elementos jazzísticos. Sin embargo, luego de la subida al poder de Hitler, la creciente y siempre productiva cultura musical alemana quedó totalmente paralizada: todo lo que tuviera siquiera un toque “moderno” o innovador era manifiestamente contrario a la nueva ideología imperante, y debía ser erradicado. Así fue prohibida la música atonal, estigmatizada como símbolo manifiesto del desorden, y todo aquello que no se ajustara a los rígidos cánones de lo clásico y lo romántico.
Si compositores de la talla y el nombre de Stravinsky, Hindemith, Schoenberg y Berg fueron prohibidos, muchos de ellos tuvieron que emigrar de la Alemania nazi, no es difícil imaginar el destino del jazz en tales condiciones: su origen negro y la simpatía que desde el inicio había despertado entre los judíos, lo convirtieron en un blanco fácil de atacar para los encomendados de la limpieza y purificación cultural del Tercer Reich.
Fueron varios los factores y elementos que hicieron que el jazz no quedara libre de los opresores. En primer lugar, el aire de rebeldía y libertad que había marcado al jazz desde su inicio, en virtud de sus antecedentes musicales que provenía en sus formas más rudimentarias y básicas, era la música de los esclavos o sus hijos.
Por otro lado, los nazis veían al baile como una cuestión verdaderamente seria y problemática, tanto musical como socialmente, que no podía ser descuidada. Desde el aspecto musical, el estilo Swing era una agresión al ideal de la supremacía aria, desde el momento en que lo consideraban una atroz mezcla de elaboraciones judías con el depravado y selvático colorido de la música negra. De hecho, el jazz era denominado por los nazis como “música Negra”, y no podía tolerarse que la juventud bailara al ritmo de una música que era considerada tan degradante y carente de todo valor estético.
Desde el punto de vista social, tenía dos ángulos. Por un lado el Swing había alcanzado en Europa un nivel de popularidad asombroso, muchos eran los jóvenes que acudían a los salones de baile y que bailaban fox-trot, jitterbugg, shimmys, charlestón, como también las letras en inglés de las canciones que escuchaban, ellos pertenecían a la clase media y media-alta. Esto último se tropezaba con la idea de una “comunidad del pueblo”, totalmente uniforme y controlada.
El baile de por si mismo era censurable en cuanto se le consideraba un peligroso medio para la “depravación sexual”. El reporte oficial sobre un festival en Hamburgo en febrero de 1940 nos ilustra con claridad:”…los bailarines daban un espectáculo desagradable.

Ninguna de las parejas bailaban normalmente; había sólo swing, y del peor. En ocasiones dos muchachos bailaban con una chica sola; en otras varias parejas formaban un círculo abrazándose, saltando, batiendo las palmas, incluso refregándose las partes posteriores de la cabeza unos con otros… Cuando la banda tocaba una rumba, los bailarines entraban en éxtasis salvaje. Todos se juntaban alrededor y cantaban los coros en inglés. La banda tocaba números cada vez más violentos; ninguno de los músicos se encontraba ya sentado, todos se movían en el escenario compulsivamente, como animales salvajes…”.

Las organizaciones de las Juventudes de Hitler se dedicaron de los salones de baile en los que reinaba el swing, fueran gradualmente fueran sustituidos por bailes de carácter netamente folclórico, en armonía con la ideología de la “comunidad nacional”. La radio, tan vital para la enorme difusión que había tenido el jazz en los años anteriores, por orden expresa de Josef Goebbels (Ministro de Propaganda de Hitler) se prohibió por completo transmitir “esa música judeo-negroide del capitalismo norteamericano, tan desagradable al alma germana” (palabras del propio Goebbels).

Inevitablemente entonces, el jazz fue desapareciendo de la vida pública y oficial de Alemania, pasando, como al comienzo de su historia, a la clandestinidad, y a ser uno de los símbolos culturales de la resistencia, sobre todo en la Francia ocupada.

A través de la historia, el jazz ha pasado de una simple música popular de baile a una compleja manera de arte reconocida y afamada en todo el mundo. Durante su paso han cambiado las actitudes hacia esta música desde unas aceptaciones a rechazos y viceversa, en diferentes tiempos y entornos.

En 1924 un periodista del New York Times se refería a ella como “el retorno de la música de los salvajes”, mientras que en 1987 el Congreso de los Estados Unidos de América declaraba al jazz como un “destacado modelo de expresión individual” y como un “excepcional tesoro nacional”.

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