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28 de marzo 2012 – 12 iPods, 11 teléfonos móviles BlackBerry Curve, tres ordenadores MacBook, seis discos duros externos de 500 gigabytes, tres teléfonos vía satélite BGAN, tres routers, 18 puntos de acceso inalámbrico y 13 ‘pen drive’ llevaba Gross en sus maletas al arribar a Cuba.
Desde el 12 de marzo de 2011, Alan Gross languidece en un hospital militar de La Habana. Aquel día, este empresario de Maryland (EEUU) fue condenado por el régimen cubano a 15 años de prisión por “participar en una misión encubierta del Gobierno estadounidense que planeaba destruir la revolución a través del uso de sistemas de comunicación fuera del control de las autoridades”.
Las autoridades cubanas le habían detenido dos años antes, en 2009, en el aeropuerto de la capital cuanto estaba a punto de embarcar en un vuelo para salir del país. Según sus captores, Gross llevaba consigo un microchip de alta tecnología que permite ocultar las llamadas vía satélite en un radio de 400 kilómetros.
Este tipo de chips no se vende en tiendas de electrónica y, teóricamente, sólo tienen acceso a él la CIA, el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado de EEUU, al que pertenece la Agencia de Desarrollo Internacional estadounidense (USAID), de la que Alan Gross y su compañía, el Joint Business Development Center, son miembros.
El empresario, especializado en “acercar la conexión a internet con acceso limitado o nulo”, ha basado su defensa en demostrar que no es un espía sino un experto subcontratado por USAID para mejorar las infraestructuras de comunicación de la comunidad judía de Cuba.
Sin embargo, lo que no explica es por qué tras cuatro visitas a la isla en 2009 amparado bajo un visado expedido por la agencia gubernamental de EEUU, decidió volver al país como turista y con la maleta llena de aparatos electrónicos.
El Gobierno de La Habana acusa a Gross de haber utilizado sus recurrentes viajes para nutrir a la disidencia con 12 iPods, 11 teléfonos móviles BlackBerry Curve, tres ordenadores MacBook, seis discos duros externos de 500 gigabytes, tres teléfonos vía satélite BGAN, tres routers, 18 puntos de acceso inalámbrico y 13 ‘pen drive’, entre otros objetos, algunos de ellos prohibidos por el régimen de los hermanos Castro.
La justicia cubana ha basado su sentencia de 15 años en que Gross es un agente de la CIA que ha introducido en el país material no autorizado que ha permitido “establecer redes de acceso a internet en tres comunidades distintas que dan acceso a 325 usuarios”.
Consciente del riesgo
Un informe publicado hace sólo unas semanas por la agencia de noticias estadounidense Associated Press confirma que Alan Gross era consciente del riesgo que asumía al entrar en Cuba como visitante, aunque eso no le frenó.
Los peores augurios se convirtieron en realidad el 3 de diciembre de 2009. Tras ser detenido en el Aeropuerto Internacional de La Habana, fue encarcelado en la prisión Villa Marista. Allí permaneció incomunicado durante tres días, hasta que pudo avisar a su esposa de su arresto. Pasaron 25 días hasta que recibió la primera visita de un diplomático estadounidense, según reveló WikiLeaks en una de sus filtraciones.
Su situación empeoró en enero de 2010, cuando Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana y ministro de Exteriores, acusó públicamente a Gross de “pertenecer a los servicios de inteligencia estadounidenses”.
Moneda de cambio
Tras casi dos años y medio encarcelado, Alan Gross ha perdido su oronda figura de abuelito bonachón y, 40 kilogramos más delgado, su familia teme por su vida. Su mujer y sus abogados han solicitado el indulto al Gobierno cubano aduciendo, de momento sin éxito, razones de salud.
Estados Unidos también lleva meses negociando la libertad del empresario con la administración liderada por los hermanos Castro. Incluso se ha hablado en alguna ocasión de un posible intercambio de Gross por los ‘Cinco Cubanos’, un grupo de hombres detenidos en Florida por espiar a exiliados anticastristas.
Sin embargo, las mayores esperanzas de la familia están puestas en la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba. El sumo pontífice podría haber pedido personalmente a Fidel Castro que hiciese de la liberación de Alan Gross “un gesto humanitario”.
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