SHMUEL TRIGANO/JFORUM
La reacción a la masacre de Toulouse es un laboratorio a cielo abierto que nos proporciona la posibilidad de contemplar el síndrome patológico que Francia, y más largamente Europa, sufre desde hace ya más de 10 años y en que se enmarca el “nuevo antisemitismo”. Hablando de síndrome hacemos referencia a procesos que escapan a la conciencia.
Haré 4 observaciones:
1.- Un escenario automático y consensual se ha impuesto de manera inmediata para explicar la presencia de los hechos antisemitas: el antisemitismo no vendría más que de la extrema derecha y no de los medios musulmanes. Como un regreso brutal de lo reprimido, hemos vistos surgir durante los primeros días, antes de hacerse efectiva la pista islamista, en los platos de televisión a los protagonistas de ese discurso propio de los años 2.000 que solo culpabiliza a la extrema derecha: Vaillant, Jospin, SOS-Racisme y el antiguo presidente de la UEJF (una organización judía francesa) y, al diapasón, una manifestación espontánea con a la cabeza todas las figuras del Partido Socialista Francés. Todo este dispositivo propio de los años socialistas se ha montado en tromba para quedar totalmente ridiculizado al día siguiente cuando se ha conocido que la pista a seguir era la islamista.
El velo ideológico que imposibilitó la confrontación con la realidad y la puesta en funcionamiento de un verdadero combate contra el antisemitismo durante esos años se desgarró ante las nuevas noticias como por encantamiento. Como si nada hubiera pasado en los últimos 10 años, como si finalmente no se quisiera abandonar esa idea hecha y falsa.
2.- Los símbolos religiosos siguen siendo muy solicitados y especialmente una alianza simbólica judeo-musulmán.
Nos debemos preguntar por qué el Eliseo ha invitado a una reunión, en alusión a las víctimas, a los representantes judíos y musulmanes, y no a los católicos, puesto que uno de los paracaidistas asesinados era católico. Es, reparemos en ello, cuando los niños judíos han sido asesinados cuando los medios comienzan a hablar de una manera extraña para lo habitual de la religión de los paracaidistas, pero olvidando al católico. Lo que nos muestra hasta que punto el elemento musulmán era importante en la gestión simbólica por parte del poder y de los medías de ese acto antisemita motivado, según el asesino, por su apego al Islam.
Sin duda el presidente Sarkozy estuvo muy pronto al corriente de la pista islámica. Era pues necesario preparar a la opinión para una reacción equilibrada puesto que entre las víctimas también había musulmanes – algo incontestable -. ¿Pero entonces, por qué ocultar al católico? Es necesario participar, sin lugar a dudas, de la ideología bienpensante, es decir, del sistema de las “dos comunidades” enemigas en una Francia espectadora (Mitterand dixit), en otros términos potenciar la explicación de las “tensiones intercomunitarias” y no hablar de mero antisemitismo (lo que implica que hay una víctima y un culpable).
Nos perderíamos en conjeturas si quisiéramos conocer a qué venía la apelación en el Eliseo al Gran Rabino de Francia para que no se hicieran amalgamas. Se podría pensar que estaba destinada a los judíos en general, supuestamente susceptibles de querer vengarse, pero… ¿Cuándo se ha visto un acto de venganza por parte de los judíos desde hace más de 12 años? Todo eso no hace más que acreditar de facto la tesis puesta a la venta de las “las tensiones intercomunitarias”. Esa apelación no provendría más que del papel ejercido por el presidente.
¿Y por qué nuestro presidente y el resto de poderes de la República no piden jamás a las autoridades musulmanes francesas que denuncien expresamente el antisemitismo religioso que impera en las tierras del Islam, así como las fatuas que condenan a los judíos? Desde ese punto de vista, podemos juzgar la determinación anunciada por el gobierno a la luz de la invitación de la UOIF (organismo mayoritario musulmán), la sucursal de los Hermanos Musulmanes en Francia, para la asistencia a su congreso del 6 de abril al imam Qaradawi, por otro lado presidente del Consejo de la Fatwa para Europa, y que hace varias semanas llamó ante casi un millón de personas en la plaza Tahrir a matar a los judíos como un deber religioso.
A lo que parece el ministerio le ha acordado su visa al igual que a otras dos personalidades musulmanes similares. ¿Determinación gubernamental de fachada? – [N.P.: finalmente Sarko ha comentado que su presencia no sería oportuna]
3.- La exculpación por parte de los poderes del Estado y mediática del Islam me ha recordado que al día siguiente del atentado de las torres gemelas el diario Le Monde, y otros órganos mediáticos, habían consagrado dos grandes páginas a “El Islam religión de paz”. No dudo ni por un momento que son numerosos los musulmanes franceses que rechazan el odio al judío, y lo celebro, pero también deber asumir la responsabilidad – y por qué no disociarse – de lo que las altas autoridades institucionales del Islam (y entre ellas la más alta, la universidad de El Azhar) apelen sin cesar, y de manera interpuesta por la TV por satélite – a la muerte de los judíos. Los franceses no saben apenas nada de esto porque sus medios de comunicación guardan un silencio total sobre estas informaciones que son moneda corriente e omnipresente en el mundo árabe-musulmán, mientras que por el contrario Israel es escrutado con lupa. Nuestros medios de comunicación parecen querer recrearse en el mito de la “primavera” incluso cuando ésta abre la vía a los islamistas.
Esas apelaciones, fatwas y sermones repercuten en todas las mezquitas. Así, el primer ministro palestino Fayyad ha tenido a bien condenar la masacre mientras el mufti oficial de la Autoridad Palestina apelaba recientemente, en enero del 2012, en Jerusalén y bajo la misma nariz de los israelíes – apreciemos su liberalismo -, a matar a los judíos en nombre de un Hadith con fuerza de ley,
No se trata pues de realizar amalgamas, sino de confrontarse con la realidad. En cuanto a la amalgama, observo que es corrientemente practicada en los medias y en los discursos políticos desde hace al menos 10 años en lo que concierne a Israel y los judíos. Y nuestros esfuerzos para contrarrestar esta tendencia no han tenido éxito.
La confesión de un amigo del terrorista para explicar su gesta es a este propósito muy significativa: “Él los odiaba. Los judíos matan a los niños en nuestras casas”. Es una muy viva ilustración del impacto en esta situación del escenario acusatorio infundado (y que retoma la propaganda de guerra palestina) que propagan los medios franceses desde al menos hace 11 años. La acusación vacía de pruebas lanzada por el canal France 2 contra el ejército israelí de haber matado a sangre fría al niño Al-Dura, ha convertido esa escena en la bandera de las violencias islámicas desde hace 12 años, reavivando el mito antisemita de la muerte ritual. Después de esto, ya se sabe, los “judíos matan a sangre fría a los niños”.
4.- El carácter de tabú o la sacralización de los judíos (cuya formula ritual parece ser: “Cuando se toca a un judío, se toca a la República”) acompaña dialécticamente esta amalgama. El que se les coloque a ellos solos en la balanza ante toda la República resulta muy inquietante, ya que provoca, bajo la apariencia de dotarles de una suerte de excelencia, que los judíos parezcan estar fuera de toda norma y así les expone a una adversidad radical que escapa a toda ley. ¿Por qué los judíos y no el resto, los ciudadanos?
Puede resultar incluso fascinante contemplar ese salto abrupto desde la atmósfera deletérea y venenosa de estos últimos tiempos, con respecto a los judíos, al reciente unanimismo compasivo de toda Francia con respecto a los niños asesinados. Suspensión de la campaña electoral, minuto de silencio y funerales casi oficiales han puesto de manifiesto esta especie de “comunión”. Sobre el plano de la conciencia resulta ciertamente loable, pero también nos recuerda que después de los affaires antisemitas de Copernic y de Carpentras, durante el mismo 60 aniversario de Auschwitz en 2004, se ha llegado a lo más alto del antisionismo europeo. No podemos pues separar estas recientes comuniones paroxísticas de esos otros peligrosos procesos que tienen como blanco a los judíos de Francia.
Este contraste constituye de hecho un fenómeno eminentemente inquietante. Atrae la atención sobre el carácter ambiguo – pero totalmente inconsciente – de esas manifestaciones de comunión emocional. Nos hallamos aquí dentro del engranaje de un sistema arcaico de tótem y tabú: de la mañana a la noche, el tótem exaltado y deseado puede convertirse, a los ojos de sus adoradores, en algo monstruoso y execrable, por ejemplo, con la “supuesta ejecución” del niño Al-Dura, el “supuesto genocidio” acontecido en Jenin, el “genocidio” que se lleva a cabo en Gaza, el “apartheid” de Israel y mañana mismo con cualquier otro hecho “odioso” adicional, y que van a la par con el “deber de memoria y la condena del antisemitismo”.
Es todo esto lo que podemos encontrar detrás de la compasión mostrada en Toulouse. Las palabras de la ministra de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton, comparando a los niños de Toulouse con los de Gaza, es una señal más que evidente de la patología que padece una Europa confrontada a los problemas de la inmigración.
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