LEON OPALIN PARA ENLACE JUDÍO
Cuando cursaba el tercer año de secundaria, mi gran amigo de la infancia, Jacobo, mencionó que él estaba asistiendo los fines de semana a una Tnua(organización juvenil judía) donde daban pláticas “muy interesantes” y además concurrían muchachas de nuestra edad. Fue entonces cuando yo también empecé a ir a la Tnua; los viernes recibíamos con cantos, el encendido de velas, el Shabat. Los sábados tenía en la Tnua una Kbutza (grupo) de niños a los que les daba pláticas de judaísmo y procesos sociales. También realizábamos actividades recreativas: juegos de niños exploradores y otras que generalmente implicaban actuar en grupo. El juego se utilizaba como instrumento de enseñanza, de solidaridad y convivencia humana. Aun conservo un cuaderno ilustrado en forma rudimentaria en el que se explica la mecánica de diversos juegos.
Simultáneamente, concurría a pláticas de la Tnua que nos daban los miembros de mayor edad; nos adoctrinaban con el socialismo y el judaísmo para tratar de que nos fuéramos a vivir a un Kibutz en Israel. Los domingos frecuentemente íbamos en grupo al cine o hacíamos un Tiyul (paseo) fuera de la ciudad. La Tnua que se denominaba Ijud Hanoar Hajalutzi, representó mi primer gran cambio en la vida; comencé a tener ideales sociales y a establecer profundas raíces con el judaísmo, además de tener una intensa vida social. Fue una verdadera etapa de felicidad y maduración, incluso por influencia del Ijud cambie mi vocación profesional; originalmente quería estudiar para ingeniero civil, empero, posteriormente escogí la carrera de Economía, hecho que disgustó a mis padres, que no tenían idea de qué se trataba esa carrera. Quizá yo tampoco tenía claro qué significaba la Economía, No obstante, sí estaba consciente que tenía relación con temas sociales. Mis padres estaban obsesionados por que yo estudiara Medicina, carrera a la que por generaciones no tuvieron libre acceso los judíos en Europa.
Durante mis estudios secundarios fui preparado para mi Bar Mitzvah, ceremonia religiosa a través de la cual los jóvenes se hacen responsables de sus actos, en virtud que de acuerdo a la tradición judía, previo al Bar Mitzvah, los padres son los responsables de los mismos. Mi preparación para el Bar Mitzvah la hice con un judío ortodoxo que tenía un pequeño taller de confección de ropa y a la vez era casa habitación, en la calle de Jesús María, en el corazón del Centro Histórico. Mi maestro era un hombre mayor, o al menos así me parecía a mí, al que le apestaba la boca y la barba, olores que yo percibía profundamente por que me sentaba a su lado para la enseñanza de los versículos que yo tendría que recitar en hebreo en el templo el día de mi Bar Mitzvah. El aspecto de mi maestro parecía sacado de una pintura religiosa judía del medioevo.
Después de varios meses de preparación y tormento, llegó el gran día del Bar Mitzvah, que se realizó en el templo de Álamos; mis padres se sintieron muy orgullosos de mi presentación y después del acto religioso se sirvió un sencillo desayuno, buffet de platillos Kosher. Al término del ágape, regresamos a la fábrica de mis padres, en virtud de que era sábado y que había que pagar la raya a los obreros. Recuerdo con mucho cariño el regalo que me dieron los señores Kaplan: un par de portalibros, con figura de venados, que todavía conserva mi hija mayor, Regina.
La consolidación de mi ideología socialista- sionista me hizo candidato natural el Ijud para asistir en Israel al Majon Le Madrijim (Instituto para preparar líderes juveniles judíos). Pocos jóvenes judíos de México asistían a este curso que duraba un año, por que sus padres no los dejaban participar en el mismo por temor a que se quedaran a vivir en Israel, que en aquel entonces, como hoy en día, era un Estado en alerta de guerra y con marcadas dificultades económicas. Sin embargo, para los cursos del Majon de 1958, habíamos seis candidatos de México de diferentes organizaciones y solo había cinco lugares disponibles; así que se realizó un concurso para elegir a los jóvenes que viajarían a estudiar a Israel. Me pase meses estudiando historia y tradiciones judía y sionismo, principalmente. El día del examen fue muy emotivo, cada candidato estuvo apoyado por sus compañeros de la Tnua, se percibía un espíritu de comunión.
El primer lugar en el concurso lo obtuvimos Jaime y yo, que pertenecíamos al Ijud. El júbilo se desbordó entre los asistentes cuando anunciaron quienes eran los elegidos; de alguna forma éramos percibidos por nuestros compañeros como ídolos, ya que en esos años poca gente de México viajaba a Israel.
El permiso de mis padres para asistir al Majon no fue automático, me enfrente a ellos diciéndoles que viajaría a Israel con o sin su autorización; inventé que me había puesto en contacto con un abogado que me arreglaría “por debajo del agua” el permiso para viajar al exterior. Ante mi actitud, no les quedó otra alternativa más que darme de buena gana la autorización.
El viaje a Israel fue toda una odisea; primero volé a Nueva York, era la primera ocasión que abordaba un avión; era de la línea Air France, en la que el servicio a los pasajeros a final de los cincuentas era extraordinario. Era tan grande mi excitación por el vuelo, que cuando las azafatas aparecieron durante el mismo con un flotador, explicando en inglés como usarlo en caso de emergencia, no entendí claramente el idioma y creí que estábamos realmente en peligro; no obstante, me tranquilizó ver a los demás pasajeros que no estaban angustiados y sólo entonces comprendí la situación del simulacro. Mi llegada a Nueva York, donde vivía mi hermana mayor, Julieta, coincidió con el parto de su primera hija. Mi mamá nos alcanzó en esa ciudad para auxiliarla. Mi estancia en Nueva York, alrededor de 15 días, fue una gran experiencia, en virtud del crudo invierno que se registró. En Nueva York conocí a mi tío David, hermano de mi papá, quien en los años treinta había viajado desde Polonia con su madre, mi abuela, a Nueva York con su esposo, el padrastro de mi tío, que lo había adoptado. Mi tío David fue el único familiar que pudo escapar del Holocausto.
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