MARIA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ/ESEFARAD
En la primera mitad del siglo XX, resultaron relativamente frecuentes los estudios académicos que concibieron a los judíos como raza. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta hace unos años, los estudios científicos realizados de toda índole, raramente se han referido a los judíos en tanto raza o grupo genético distintivo. Este concepto ha entrado en un creciente desuso por las consecuencias nefastas que tuvo la aplicación de la teoría racista nazi, en la medida que la misma conceptualizó a los judíos como un grupo humano biológicamente patológico y moralmente incurable y, por tanto, deseable de exterminación.
Finalmente, las supuestas diferencias biológicas existentes entre los judíos y otras “razas” humanas han sido abordadas para analizar las posibles propensiones diferentes con que unos y otros grupos han desarrollado procesos biológicos determinados, tales como enfermedades o infecciones. Aun con estos argumentos nos surge en un determinado momento varias preguntas: ¿Qué es lo sefardí? ¿Es tan sólo la referencia a un origen, una cuestión de raíces, de historia o ¿acaso se trata de una identidad de carácter político y cultural que uno puede adoptar?
El término Sefarad, guarda un significado para los cristianos españoles que se refleja en su identidad nacional. Un “gen”, no se sabe si de carácter cultural, existencial o moral, que conserva aquello que dejaron los judíos y musulmanes expulsados de España hace varios siglos. Tratemos de interpretar los componentes de lo que se define como sefardí, término que se aplica a judíos nacidos dentro o fuera de Israel, personas sin relación familiar con España y en los que apenas queda ya rastro alguno de los elementos más folclóricos de lo sefardí.
Según los investigadores de la Universidad británica de Leicester y de la catalana Pompeu Fabra, con el apoyo de la Wellcome Trust, se publicó el estudio efectuado en la American Journal of Human Genetics, titulado “El legado genético de la diversidad e intolerancia religiosa: linajes paternos de cristianos, judíos y musulmanes en la Península Ibérica”. En ese estudio se estima que aproximadamente un 20% de la población de la Península Ibérica tiene ascendencia judía sefardí, según han encontrado los genetistas.
El grupo de científicos llevó a “cabo un análisis del cromosoma Y, únicamente presente en los hombres y que se transmite de padres a hijos”. Según el doctor Calafell de la Universidad Pompeu Fabra, “la investigación se concentró en el análisis del cromosoma Y porque no se recombina en la reproducción, lo que hace que sólo las mutaciones lo modifiquen, por lo que los científicos pueden determinar su orden de aparición”. Posteriormente, las muestras obtenidas se analizaron y se “compararon con las poblaciones de judíos sefarditas y de individuos del norte de África, que tienen la ventaja de ser muy diferentes a las poblaciones receptoras originarias de la Península Ibérica, por lo que su diferenciación es sencilla”. Así mismo, llegaron a la conclusión de “que uno de cada tres españoles tiene ascendencia árabe, morisca o judía ”.
Dado que la mayoría del cromosoma Y no ha cambiado de padre a hijo, la proporción de ascendencia sefardí y árabe detectado en la población actual son probablemente los mismos que poco después de las expulsiones en 1492. Los investigadores encontraron, que cada uno de los grupos judíos considerados (irání, irakí, sirio, italiano, turco, griego y ashkenazi) tiene su propia firma genética, pero están más estrechamente relacionado con otros grupos judíos que con los grupos no-judíos. El estudio probó, que hace aproximadamente 2.500 años, los judíos iraníes e iraquíes se separaron en grupos genéticamente distintos frente a los judíos europeos y sirios.
Aun así, el doctor Calafell advierte que “los marcadores genéticos usados para distinguir a la población con ancestros sefardíes pueden producir distorsiones”. La razón se basa en que los elementos genéticos que tiene la población de origen sefardí, también son “compartidos por otros pueblos de Oriente Medio desde Turquía hasta Líbano, con lo que en realidad, ese 20% de españoles que el estudio señala como descendientes de sefardíes podrían haber heredado ese rasgo de movimientos más antiguos, como el de los fenicios o, incluso, primeros pobladores neolíticos que llegaron a la península hace miles de años”. La historia nos indica la existencia de constantes desplazamientos de la población entre los diferentes países Europeos, Norte Africano y el Oriente Medio, traduciéndose en un patrón único de relaciones genéticas entre la población judía y estos con los no – judíos, entre los que viven.
No es fácil confrontar genética y cultura aunque puede surgir la hipótesis, que lo que más une a los judíos no es el factor genético sino entre otros el cultural. La conservación de sus tradiciones a lo largo de los siglos en la que la religión ha jugado un componente importante, ha sido el factor clave para guardar celosamente su identidad. Si hablásemos de la existencia de cientos de razas en el mundo, podríamos considerar a los judíos como una raza, algo que como ya se ha comentado anteriormente no se considera.
El término mas ajustado, si se quisiera aplicar alguno, seria el de identidad mediterránea, que es la identidad apropiada no sólo para Israel sino para toda la zona, y que constituye una respuesta a la aplastante globalización al estilo de Estados Unidos y dentro de poco de China. Israel no es un país europeo occidental ni tampoco de Oriente Medio, sino un país claramente mediterráneo. Desde luego, así es desde el punto de vista geográfico. En ese sentido, los vecinos de Israel son: Egipto, Líbano, Siria, Turquía, Grecia, el sur de Italia, los países del Magreb y también España, que constituye la entrada al Mediterráneo desde Occidente. Ése es el corazón de la identidad israelí, y ahí es donde se integra como miembro de pleno derecho en la cuna de las grandes civilizaciones griega, romana, judía, cristiana y musulmana. Por otra parte, la mitad de la población israelí procede de judíos originarios de países del Mediterráneo.
Lo que sí parece cierto, es la involuntaria disposición que existe entre los judíos de origen sefardí, a padecer ciertas enfermedades de origen genético. Según explica Melina Klurfan, consultora genética en la Universidad Hebrea de Jerusalén, “el término sefardí, se refiere a judíos descendientes de España y Portugal. Sin embargo hoy incluye a judíos descendientes de Irán, Irak, Siria, Líbano, Marruecos, entre otros. Los judíos sefarditas tienen riesgos diferentes a los de la población ashkenazi, y las enfermedades específicas para las que tienen un mayor riesgo que la población general, dependen del país de origen. Muchos de estos desórdenes son leves y tratables. Esto no quiere decir que no puedan portar una mutación para las enfermedades de los ashkenazi sino que la probabilidad de portarla es igual a la población no judía”.
Los judíos ashkenazis, aquellos cuyos antepasados procedían de Europa Central y Oriental (es decir, Polonia, Rusia, Alemania, Lituania, etc.) tienen un mayor riesgo que la población general para algunas enfermedades genéticas hereditarias. Esto se debe principalmente al hecho de que las comunidades judías en Europa eran pequeñas y aisladas, y los miembros tendían a casarse dentro de esas comunidades.
Se estima que todos los individuos tienen un pequeño número de cambios genéticos (llamados mutaciones), las presentes en los pequeños grupos de judíos europeos se hicieron más frecuentes en las generaciones futuras.
Los científicos creen que ciertas enfermedades se hicieron más habituales entre los judíos de Europa Oriental a través de al menos dos procesos: el “efecto fundador” y la “tendencia genética”. El primero hace alusión a la probabilidad de que estos genes estuvieran presentes en los precursores o ancestros que emigraron a Europa del Este a comienzos de la Diáspora. Previo a este tiempo se conjetura, que estos desórdenes no eran más frecuentes entre los judíos que en los otros pueblos que residían en Medio Oriente. El segundo, por su parte, apunta al incremento en la frecuencia de estos genes dentro de este grupo como resultado de la probabilidad.
A pesar de que no se halla una lista oficial de estas enfermedades, hay al menos 15 escenarios (más cuatro que afectan casi exclusivamente a los sefardíes) que son reconocidas como “Enfermedades Genéticas Judías”. De estas, 13 son la consecuencia directa de las mutaciones de genes, lo que se conoce como “Enfermedades Mendelianas”, y otras dos se generan a partir de una composición concreta de ciertos factores genéticos. Todas estas “Enfermedades Genéticas Judías” salvo la “Distonia de Torsión” son el resultado de la Herencia Autosómica Recesiva. Esto significa que el individuo, para ser afectado por el mal, debe portar dos copias del gen mutado o alterado, heredando el alelo dañado de ambos padres.
Por lo general, los padres portadores no manifiestan síntomas de la enfermedad y, por lo tanto, no perciben que cargan con el alelo mutado hasta que dan a luz a un niño enfermo.
La “Triculturalidad” de la península ibérica como hecho histórico nos muestra que ha existido durante siglos un silencio sepulcral sobre todas las huellas existentes con el pasado, sobre todo con aquellas que hacen referencia al Sefarad. Hoy en día se nos invita a un cambio de enfoque que nos haga reconocer la riqueza cultural existente en un mundo cada vez más globalizado. Por lo tanto, es hacia nuestro propio pasado hacia donde debemos dirigir la búsqueda de nuestra identidad más genuina y luego plasmarla en todos los campos posibles. Si fuéramos capaces de aceptar nuestra identidad histórico – cultural y el potencial que en ella se esconde, podríamos acometer ambiciosos proyectos colectivos. En vez de seguir negando psicológicamente estos hechos, necesitamos hacer un cambio importante que transforme las preconcepciones mentales imperantes en la sociedad, para que un país deje de ser solo un “territorio salvaje de caza” donde el endogrupo dominante somete o expulsa a los demás. Un cambio que nos enseñe a vivir en equilibrio, aceptando con naturalidad la incertidumbre que se produce en los encuentros y desencuentros con personas distintas, sabiendo que ello aporta avances, innovación y progreso.
“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”
L. Nebbia
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