Eva Braun en la patética opereta del mal

EL PAÍS

Todo alrededor del genocida Adolf Hitler y su amante era insulso, mísero, lleno de mediocres ambiciones, lastimosamente pequeño y humano a ojos de la formidable biógrafa Heike B. Görtemaker

Que nadie busque en Eva Braun, una vida con Hitler la típica biografía ligera y personalizada, casi dramatizada, que se pega estrechamente a los avatares del individuo y reconstruye o más bien inventa su infancia, su adolescencia, los supuestos vaivenes de su corazón. Nada de eso. En realidad, para Heike B. Görtemaker, la autora del libro, Eva Braun no es más que una perspectiva inusual para poder volver a mirar con ojos nuevos un tema tan trillado como el nazismo.

Eva es un misterio: el de su propia identidad, desde luego, pero también, o sobre todo, el misterio de la intimidad de Hitler, de los entresijos del poder nazi e incluso de los sentimientos más básicos y profundos de esa sociedad alemana que se entregó rendida a la locura. Görtemaker se pregunta cómo fue de verdad aquello y por qué fue, para intentar entender el angustioso enigma de cómo el ser humano puede construir un infierno semejante. Para ello, viene a decirnos, es necesario conocer los grandes datos económicos, políticos y sociales, desde luego, pero además conviene indagar en lo privado. Hay que iluminar correctamente la escena general añadiendo las sombras de lo cotidiano.

Görtemaker es una historiadora formidable. En primer lugar, por su rigor: desmenuza y contrasta cada dato con una obsesiva tenacidad a lo Sherlock Holmes, y al igual que el famoso detective utiliza un vigoroso sentido común y una originalidad de pensamiento que le hacen replantearse hasta los tópicos más arraigados. Avanza Görtemaker por el tema de su libro como un tanque, férrea, implacable y sólida, y del enorme trabajo que hay detrás da cuenta el hecho de que las notas y la bibliografía llegan a ocupar casi un tercio del volumen. Por fortuna, y como es práctica habitual en este tipo de publicaciones para un lector no especializado, todo ese material está agrupado al final, de manera que no entorpece en absoluto la lectura del libro, que resulta absorbente, casi hipnótica. En realidad la anterior referencia a Sherlock Holmes no es casual; Eva Braun, una vida con Hitler tiene algo desde luego detectivesco, algo de novela de misterio, el análisis de un oscuro enigma que hay que resolver clave a clave, paso a paso. Es como un cuento gótico lleno de dolor, de ofuscación y sangre, solo que en este caso todo ese horror fue real.

Además, la autora también es formidable por su capacidad de síntesis. Por lo profunda, reveladora y luminosa que puede llegar a ser en un corto espacio. En realidad, el texto de Görtemaker apenas si tiene 287 páginas, si descontamos las notas. Lo cual no es nada para un libro de historia que habla de los antecedentes, nacimiento, desarrollo y fin del nazismo; de la personalidad del Führer, de Eva Braun y de un puñado de jerarcas nazis; de la guerra y los últimos días en el búnker; de la sociedad alemana, del conocimiento del Holocausto y la responsabilidad personal. En fin, lo alumbra casi todo en una visión que es a la vez microscópica y panorámica. Una intensidad de contenido que me recuerda a ese clásico de la historiografía que es la breve y vigorosa Historia de España de Pierre Vilar.

Austera y controlada, Görtemaker maneja con eficaz frialdad un material abrasador. Yo, que no soy una experta en el tema, he aprendido muchas cosas leyendo este libro: por ejemplo, que la Gran Depresión de 1929 influyó mucho más en el triunfo del nazismo de lo que creía (miedo da pensar en la vasta crisis actual). O que tras conquistar el poder en 1933, y hasta el estallido de la guerra, Hitler se pasaba gran parte del año en su refugio de las montañas bávaras, llevando una plácida vida de veraneante, levantándose a la una o las dos de la tarde, paseando, manteniendo amenas veladas de charla insustancial con su círculo de íntimos, hasta el punto de que a veces sus ministros tardaban mes y medio en poder hablar con él o en conseguir que aprobara una medida política urgente. Pero esta suerte de desenfrenado absentismo laboral no le impedía seguir tejiendo el hilo de sus ideas alucinadas, porque al salir de la casa en la montaña siempre traía bien preparado alguno de sus megalomaníacos proyectos que llevaron al mundo al borde del abismo.

El libro va dibujando poco a poco un retrato espeluznante de todo aquello. De un Hitler incapaz de la más mínima empatía que juega con los países y con la muerte de millones de personas como quien juega al Risk, ese juego de mesa de estrategia; de la pequeña corte, como llamaba el arquitecto Speer al círculo privado, que alabó y fomentó y aplaudió el delirio de Hitler y que vivió durante años en esa realidad ficticia del refugio bávaro, en esa especie de anti-Camelot en donde Eva Braun era una suerte de secreta y vergonzante reina Ginebra. Todo era tan insulso, tan mísero, tan lleno de mediocres ambiciones, tan lastimosamente pequeño y humano. Pero originó un maremoto de sangre.

Al final esto es lo más aterrador: la falta de dimensión demoniaca de los seres que causaron un daño tan enorme. La banalidad del Mal, como decía la gran Hannah Arendt. Hitler, pésimo estudiante, pintor de baratillo y arquitecto frustrado, se consideraba a sí mismo sobre todo un artista. Ni siquiera “las operaciones militares” le hubieran salido bien si no fuera por su condición de “artista antes que nada”, dijo en mitad de la guerra. Y dentro de sus delirios de grandeza, su sueño mayor fue convertir la localidad de Linz, en Austria, que él consideraba su ciudad de origen (aunque solo residió allí dos años en su juventud), en el mayor centro mundial de las artes, en la ciudad más bella (“una especie de Roma alemana”), a la que se retiraría a vivir tras culminar todas sus conquistas. Así que una serie de arquitectos se pusieron a hacer el proyecto y las maquetas del nuevo Linz, y Görtemaker nos cuenta con estupendo pulso dramático cómo a medida que se iba desarrollando la tragedia de la guerra, mientras Europa ardía, los campos se llenaban de cadáveres y Alemania se hundía, lo único que sostenía y encandilaba al Führer y a su cómplice Eva era el ensueño de esa ciudad perfecta, de su Avalon privado, hasta el punto de que siguieron jugando con las maquetas de Linz incluso en los días finales, ya en el búnker. Eso también me gusta de Görtemaker: que, por lo general, el relato del ocaso de Hitler y Eva Braun se narra en tonos operísticos, wagnerianos, grandiosos; pero en este libro queda despojado de toda épica y resulta simplemente patético y absurdo, un estremecedor ejemplo de la miseria humana.

Eva Braun, una vida con Hitler. Heike B. Görtemaker. Traducción de Guillem Sans Mora. Debate. Barcelona, 2012. 390 páginas

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