ESTHER CHARABATI PARA ENLACE JUDÍO
Esther Charabati, escritora y doctora en pedagogía, realizó, durante cinco años, una investigación acerca de cómo se transmite el judaísmo en México, titulada “La transmisión del legado de los judeo alepinos en México”,(UNAM 2012). Esto la vuelve una experta en identidad judía y es un honor para Enlace Judío publicar este basado en dicha tesis.
¿Qué clase de judaísmo hemos construido en México?
Durante años se ha discutido, especialmente en las escuelas, sobre la doble identidad y la tarea impostergable de transmitir identidad judía a los jóvenes.
Sin duda, la asimilación cultural es una amenaza para toda minoría étnica, pues cada generación va apropiándose un poco más de las formas de vida, de las ideas y los valores de la sociedad en la que está inmersa.
El caso de México constituye una excepción en ese sentido, pues la gran mayoría de los judíos mexicanos (97%) pertenecen a una comunidad o institución judía, y el 85% de los niños estudian en alguna escuela de la red.
¿Cuáles son los factores que han jugado a favor de esta conservación de la identidad?
En primer lugar, México es un país con una población extranjera muy reducida ―en el año 2000 había únicamente alrededor de 500, 000 personas nacidas en el extranjero viviendo en México―, la gran mayoría son mexicanos desde hace muchas generaciones. A esto se suma el proyecto hegemónico adoptado a partir de la Revolución que pretendió crear la identidad mexicana a partir de la negación de los rasgos culturales –lengua, religión, costumbres- específicos de cada grupo minoritario.
Los judíos quedaron así, excluidos del modelo y ellos, por su parte, trazaron fronteras que los definieran y protegieran de diluirse en la sociedad mayoritaria.
Para nosotros, la pregunta más interesante es: ¿cómo se ha logrado transmitir la identidad de manera que la abrumadora mayoría de los judíos en México se reconozcan como tales?
Desde nuestro punto de vista, son cinco los aspectos a considerar: la religión, la historia, la pertenencia comunitaria, la integración a México y la conducta ante la mayoría.
1. La religión.
Los judíos de México cubren todo el abanico de opciones, desde aquellos que regulan sus prácticas cotidianas de acuerdo con los textos sagrados hasta aquellos que sólo asisten a la sinagoga en Yom Kipur o en las bodas. Aún estos últimos muestran una vinculación con el judaísmo a través de la religión, que también se expresa en la mezuzá que colocan en su puerta y en la decisión de celebrar el bar-mitzvá de sus hijos. Tanto en las escuelas como en las instituciones hay numerosas expresiones de lo religioso: en el calendario laboral, en las normas alimenticias, en los símbolos, en las festividades… Todas estas son formas de transmitir judaísmo.
2. La historia.
Aunque se pueda pensar que lo bíblico no es estrictamente histórico, la memoria judía lo ha rescatado como parte de su historia y es difícil trazar una línea divisoria clara entre religión e historia. No todos los judíos mexicanos recitan en el Séder de Pésaj la salida de Egipto como una historia propia, pero es común que en el relato de los grandes sucesos se inscriban en la historia utilizando la primera persona del plural: “Los nazis querían acabar con nosotros”, “Cuando llegamos a México, los judíos vivíamos…”. Muchos sólo conocen los grandes hitos de la historia judía y su relación con ella en ciertos sectores es más afectiva que intelectual. La presente generación la aprende en la escuela, y aunque los alumnos olviden fechas y lugares, la reconocen como una historia propia. De la misma manera, todos tienen una relación personal con Israel ―patria espiritual, estado judío, cuna del pueblo― más allá de su postura política.
3. La pertenencia comunitaria.
La comunidad judía de México se ha caracterizado por la creación de instituciones, que van desde el Comité Central hasta las organizaciones comunitarias, las religiosas, las educativas, las culturales, las deportivas y las sociales. Es el país con el mayor número de escuelas judías en proporción a su población, y probablemente sea el único país que cuente con el 97% de afiliados a las instituciones. Esto hace que la vida de sus miembros esté atravesada por el judaísmo. Desde la escuela, los alumnos se acostumbran a verse como parte de estas organizaciones ―las que representan a Israel, las religiosas, las comunitarias, las asistenciales― y aprenden a ser solidarios, a valorar el trabajo voluntario ―en tnuot, patronatos, comités y diversas organizaciones― y a aceptar los límites derivados de la vida en comunidad. En otras palabras, la mayoría de los judíos mexicanos se suman al pacto por la continuidad del judaísmo.
4. La integración a México.
Si bien los esfuerzos educativos han tendido hacia la conservación de la identidad judía para evitar la asimilación de todo tipo, no podemos ignorar que el pertenecer a una religión distinta a la mayoritaria ha favorecido la endogamia, pues el número de matrimonios mixtos es muy reducido. La integración al país no se da por esa vía, sino por otras que han ido descubriendo las sucesivas generaciones: los judíos son mexicanos porque aquí nacieron y aquí piensan quedarse, porque se reconocen en la comida, en las canciones y en las noticias mexicanas, porque pasaron de ser un grupo dedicado a los textiles y la construcción a ser artistas, médicos, comunicadores, abogados, escritores… en una palabra, se han integrado a diversos ámbitos y contribuyen a la construcción del país sin separarse de sus comunidades. Entre la gran variedad de formas de ser mexicanos, han optado por una que no exige la ruptura con sus raíces.
5. El código de conducta.
Para los miembros de los grupos minoritarios, los contactos con la mayoría suelen ir cargados de tensión, por la conciencia de no ser aceptados como son, sino de ser encasillados en un grupo. Esto desarrolla ciertas conductas grupales que podemos reconocer en los judíos, por ejemplo, concentrarse geográficamente, sentirse orgullosos de pertenecer al grupo y no ocultar su condición de judíos; más bien se asumen como representantes del grupo: cuando en una conversación aparece la palabra “judío”, suelen sentirse aludidos. Además, hacen suya la tarea de “educar” a los que muestran actitudes antisemitas, pues asumen que éstas derivan de la ignorancia respecto a la verdadera naturaleza del pueblo judío. También se ve una tendencia a proteger la intimidad del grupo, a no mostrar aspectos que probablemente los extraños no entiendan y pueden malinterpretar. Esto no implica que no establezcan relaciones más o menos cercanas con gente exterior a la comunidad, pero en ese caso no los consideran “extraños”.
En suma, los judíos mexicanos han logrado transmitir una identidad que integra los orígenes de sus antepasados y la cultura del país en el que viven. Es importante tener presente que la transmisión no es un acto mecánico, ni puede ser nítida: cada generación se apropia de los relatos, los valores y las creencias de sus padres, pero los interpreta y los transforma a partir de su subjetividad y su contexto: los judíos mexicanos de hoy no son los mismos que los que nacieron en la década de los ’40. La comunidad ha logrado que el judaísmo sea significativo para una buena parte de su población, ahora le toca enfrentar los desafíos que plantea el modelo creado.
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