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sábado 23 de noviembre de 2024

Los refugiados de la Hacienda de Santa Rosa

REBECA CIMET PARA ENLACE JUDÍO

Empiezo este relato con la historia de mi familia, pues fueron ellos los que tuvieron contacto directo con éstos refugiados que llegaron a México durante la Segunda Guerra Mundial.

Mi mamá, Estela Vlodaver, hija de Félix Vlodaver y de Rosa Shein, llegó a México por el año 1927.

Mi abuelo Faivl, salió de Polonia un año antes con la clara idea de llegar a México; no como tantos otros emigrantes que se quedaban por aquí de paso a los Estados Unidos, tierra de leche y miel para tantos europeos que se vivían sin futuro en sus lugares de origen.

Él salió de alguna Yeshiva de Varsovia, sin ningún oficio; se casó con Rosa y tuvieron primero a Moisés, aquí todos lo conocieron como Moñec y a Estela. Al no poder encontrar medios de mantenerlos decidió embarcarse a éste exótico y tropical país, en donde nunca hacía frío.

Al desembarcar, compró un burro y se fue por la república hasta llegar a León Guanajuato en donde se instaló. Puso un puesto fuera de un mercado de ferretería y fue asi como empezó lo que aún hoy, es un negocio boyante en el DF, manejado por su nieto y bisnieto.

Ya estando en León tuvieron otro hijo, Salomón. La familia poco a poco fue haciéndose a la vida mexicana siendo la única judía en este estado tan católico de la República Mexicana.

Por los años 40’s (1943) llegaron a un espacio cercano a León, la Hacienda de Santa Rosa, varios refugiados polacos que fueron recibidos en nuestro país, entre 1453 y 1478 hombres mujeres y niños.

Inmediatamente, mi bobe Rosa, juntó camisas viejas, jabones, cigarros y lo que pudo recolectar para repartirlos entre los refugiados entre los que esperaba encontrar algunos judíos. Dado que los judíos no eran bienvenidos en esa época en México, había que irlos a conocer y obtener la información de manera directa, oficialmente todos eran Polacos y así habían obtenido las visas de entrada.

Fue muy emocionante para mi abuela ir conociendo uno a uno a los refugiados judíos que ahí se encontraban; muchos de ellos venían de rutas diferentes. La familia que yo mejor recuerdo es la familia Foguel, el Sr (no recuerdo su nombre) la Sra y su hija Finie, una chica muy atractiva de la edad de mi mamá . Ambas familias estuvieron por siempre unidas.

La familia Foguel había salido de Polonia hacia la India y ahí de una u otra manera logró sobrevivir tramitando su viaje hacia México.

Después de esa primera visita, mi abuelo se involucró tramitando con la Kehilá en el D.F. su integración a la comunidad, logrando sacarlos junto con todos los judíos de la Hacienda de Santa Rosa, ya que la idea era regresarlos a Polonia cuando la guerra terminara.

Aquí quisiera introducir información que en su momento y por muchos años no creo que mi familia tuviera tan clara, pero a raíz de la publicación del libro: “El exilio incómodo”, escrito por Daniela Gleizer, se volvió sumamente relevante para que yo, con más cuidado, escribiera este artículo, pues lo que había considerado una anécdota familiar, recobra un sentido de rescate en momentos de gran angustia para los judíos en el mundo.

En el libro de Daniela Gleizer, descubrí que a pesar de pensar que México había sido siempre un país que le dio la bienvenida a los judíos del mundo, eso se revirtió de manera radical en los años en los que los judíos más necesitaban asilo en nuestro país: 1933-1945

Revisando entre los libros de mis padres, que ya no están presentes, encontré otro que escribieron Gloria Carreño y Celia Zack de Zukerman: “El Convenio Ilusorio”, en el que hablan específicamente de éste evento y lo ponen en una perspectiva política de mayor claridad. Relatan las vicisitudes que pasaron varios líderes norteamericanos que abogaron por liberar a judíos polacos logrando que en esta recepción de refugiados se filtraran algunos judíos pues la política del momento y los innumerables prejuicios antisemitas, no permitían la entrada a judíos en México, solo a polacos

Este episodio en la vida de mis abuelos y padres hoy recobra una relevancia diferente en la que ellos se involucraron por apoyar a estos judíos al menos como una pequeña forma de resarcir las muertes de tantos familiares que estaba sucediendo en sus lugares de origen.

Yo guardo el recuerdo, maravilloso en mi mente; de mi abuela llevándole a esta gente trapos viejos, preguntando en Idish para ver quién era judío sin que se volviera evidente que ella, siendo polaca, solo estaba interesada por la gente de su comunidad, pero repartiendo todo el amor que solo mi adorada bobe podía darles, estando casi milagrosamente tan cerca de esa apartada Hacienda que a su vez estaba tan lejos de cualquier vestigio judío.

Y de mi abuelo, que movió cuanto pudo por alejarlos del “paquete de polacos”, al que pertenecieron, para poder salvarse del exterminio nazi.

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