El descuartizador del guetto

LUÍS FERNÁNDEZ/LA RAZÓN.ES

Que la novela policiaca es un género proteico, nadie lo pone en duda. Que cada vez se vuelva más mestiza, tampoco.

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Puede mezclarse con la histórica para llevar las indagaciones policiacas a la prehistoria, al Medievo, como hizo con acierto Umberto Eco con «El nombre de la rosa», y antes Ellis Peters, o a la Roma clásica, como Steven Saylor y John Maddox Roberts y Lindsey Davis, de la que acaba de aparecer la XX novela de su detective Marco Didio Flaco. Más curioso es el caso de Zimler, que ha situado la acción de esta obra en 1941, cuando los nazis encerraron a medio millón de judíos polacos.

Un alumno de Freud

Ni el clima político ni lo angustioso de la situación de los judíos antes del exterminio parece lo más pertinente para una novela policiaca y, sin embargo, la ambientación histórica, la tragedia de los personajes y el drama que viven los judíos se constituyen en el marco de una investigación detectivesca llevada a cabo por un psicoanalista también judío, alumno de Freud, a despecho de la amenaza nazi que se cierne como un cuchillo amenazador. Aquí, lo de novela negra hay que tomarlo en el sentido más oscuro y patético que tiene. Un asesino y mutilador de unos niños es la amenaza menor, pero no menos real, que sufren los judíos del gueto de Varsovia.

En este punto, la novela de Zimler se vuelve simbólica y críptica. La persecución del mal en una situación límite en el que todo es muerte y la justicia ha sido abolida por los nazis, la persecución y condena del asesino y sus cómplices judíos es la única salida que le queda al protagonista para restituir la dignidad. Que su autor derive la novela hacia la denuncia del genocidio, al relato de las tribulaciones de los judíos, le confiere un tono melancólico. La verdad es que esta novela desasosegante resulta un extraño híbrido entre la crónica humana y el thriller metafísico. Una rareza.