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miércoles 18 de diciembre de 2024

Qué es lo que nos molesta del poema de Gunter Grass

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

En los últimos días, a raíz del escándalo desatado por el poema que Gunter Grass publicó en varios diarios alemanes, han vuelto a aparecer varias quejas contra la postura que hemos asumido la mayoría de los judíos, compartida por no pocos políticos alemanes.

La queja, en esencia, es que no toleramos ningún tipo de crítica, y que de inmediato tachamos de “antisemita” a cualquiera que critique a Israel. Contra los políticos alemanes, se dice que su “complejo” de culpa derivado de la II Guerra Mundial, los hace sentir obligados a apoyar a Israel en todo, por “irracional” o “inmoral” que sea.

Se trata, nuevamente, de una perspectiva frívola y que peca de simplismo al reducir la discusión a una etiqueta. Si se trata de sólo etiquetar conceptos, la discusión es simple: acusa a Israel, yo lo acuso de antisemita, sus defensores me acusan de acusar de antisemita a todo el que no me guste, yo los acuso de frívolos y simplistas por acusarme de acusar, ellos me acusan de intolerante por acusarlos de acusarme de acusar, yo los acuso de intolerantes por acusarme de acusarlos de acusarme de acusar, ellos me acusan de intolerante por acusarlos de acusarme de acusarlos de acusarme de acusar, y así sucesivamente.

Al final, no tenemos un diálogo más inteligente que aquella memorable frase del Pato Lucas (Pato Daffy, para los puristas) dicha en un verdadero momento de apremio: “usted pensó que yo pensé que usted panzón…”

Vamos al meollo, entonces. ¿Qué es lo que no nos gusta de la postura de Grass? ¿Acaso que tome una línea anti-israelí?

Como le he mostrado a varios interlocutores con los que he discutido el asunto, eso -en realidad- nos resulta irrelevante. Es molesto, pero irrelevante. Grass no es el único anti-israelí, ni será el último. Tenemos que lidiar con eso todos los días. Naturalmente, eso no nos obliga a quedarnos callados. Por el contrario: justamente porque estamos hartos de “algo” en relación a esa postura, es que aquí andamos, repelando y explicando.

Y por ese “algo” me refiero al uso incompleto de la información. Sean anti-israelíes si gustan, pero usen la información completa. De lo contrario, caemos en un nivel verdaderamente banal de discusión.

Un primer síntoma de esta banalidad en Grass es que evidencia que ya no lee. O ya no entiende lo que lee. Y ni siquiera hablo de leer historia, sino de -simplemente- leer el periódico.

Grass afirma que Israel es una amenaza para la paz en Medio Oriente, ya de por sí inestable. Es una afirmación sorprendente, porque el conflicto israelí-palestino o israelí-iraní no ha cambiado demasiado en los últimos años. Y, sin embargo, la situación se mantiene crítica, pero estable.

En cambio, lo que vino a transformarse radicalmente -y con muy malos augurios para la paz- fue la situación política de Libia, Túnez, Egipto, Yemen, y -principalmente- Siria. Y ni qué decir del conflicto interminable en Afganistán o Irak.

La situación en Libia y en Egipto es delicada. Al derrocar a Kadaffi, los libios no midieron las consecuencias de eliminar al único que, en los últimos 40 años, había sabido como controlar a las anárquicas tribus locales, que ahora empiezan a combatirse unas a otras. Y es un problema que apenas empieza. Sucede algo similar en Egipto: Mubarak podía ser lo nefasto que quisieran, pero los egipcios se arriesgaron a deponerlo sin tener en el panorama a alguien con la misma capacidad para controlarlos a todos. El resultado es el desastre.

Tanta inestabilidad en ambos países es grave, porque juegan un rol destacado en el mundo árabe. Inestables ellos, hay riesgos de que los conflictos inter-tribales o inter-religiosos se incrementen.

Pero el problema más delicado en este momento es Siria. Si no se ha organizado una coalición internacional para detener los crímenes de Assad -algo que, en realidad, desean tanto Occidente como la Liga Árabe-, es porque saben que ante cualquier intervención externa en Siria, Irán ordenaría un ataque suicida, especialmente contra Israel, y seguramente por parte de Hizballá.

Por eso, la ONU ha sido absurdamente displicente, y ha dejado que las masacres del ejército sirio se extiendan por más de un año.

¿Qué tiene que ver Israel en el conflicto sirio? Nada, en realidad, salvo que Assad ha amenazado que si otro país se involucra, bombardeará Israel. ¿Por qué? Porque es Israel.

Bien: es obvio que ante una amenaza de esa naturaleza, Israel no se queda callado, y también ya se tomó la molestia de dejar en claro que si un misil sirio cae en su territorio, Assad y su grupo pueden darse por muertos.

Revisen ahora la lógica de Grass: todo esto significa que Israel es la amenaza para la paz.

Es absurdo. Siendo honestos, incluso hay que decir que es imbécil. No es posible encontrar una explicación medianamente racional para justificar que se pase por alto la compleja realidad del Medio Oriente, derivada del desastre -verdadero y absoluto desastre- que han sido los gobiernos de los países árabes, y pretender que la culpa de todo reside siempre en Israel.

Y aclaro: no estoy diciendo que, forzosamente, todos tengan que estar de acuerdo con Israel. Si Grass no simpatiza con el gobierno de Netanyahu, está en todo su derecho. Pero lo que no tiene justificación es el cinismo con el que se olvida y se deja de lado información importante. Y ni siquiera la mitad de la misma, sino la abrumadora mayoría.

Encadenado a ello va el segundo problema implícito en el texto de Grass: la tergiversación de la historia. Suponer que Israel es el meollo de los problemas, es suponer que se trata de la “potencia invasora, ocupadora y opresora del pueblo palestino”.

Y volvemos a los problemas clásicos: ¿existe, realmente, un “pueblo palestino”? La evidencia histórica demuestra que, por lo menos hasta antes de los años 60’s, no. Nunca se habló de un pueblo palestino. ¿Existe, realmente, una ocupación territorial? El hecho de NO EXISTAN fronteras oficiales entre Israel y Palestina nos indica, claramente, que no. Existe un litigio, cuyo primer resultado debe ser la definición de fronteras. Mientras eso no se resuelva, no existe un “territorio palestino” en términos reales, y -por lo tanto- resulta inexacto hablar de “ocupación”.

Las únicas bases pseudo-razonables que usan los anti-israelíes para justificar su punto, son las fronteras sugeridas en el Plan de Partición de 1947, o las líneas de armisticio que estuvieron funcionando como fronteras DE FACTO entre 1949 y 1967. Pero, en realidad, ninguno de esos trazos tuvo el valor jurídico de “frontera”. Las del Plan de Partición NUNCA fueron reconocidas por los países árabes. Y las que funcionaron entre 1949 y 1967 fueron líneas de armisticio, y los mismos documentos de la ONU señalaron, desde entonces, que las fronteras reales y definitivas tenían todavía que negociarse.

Hay dos pueblos en conflicto, y es cierto que uno acumula derrota tras derrota. Pero eso no hace de Israel una “potencia ocupadora”. Hasta que no haya una definición formal de fronteras aceptada por ambos grupos, el término es inexacto. Y no lo deja de ser sólo por repetirse mucho.

El tercer problema implícito se deriva de allí: la relativización de la realidad.

Intercambiando opiniones en diversos espacios de internet, estoy sorprendido de cómo la realidad se distorsiona de un modo casi lisérgico. Por ejemplo, una persona me reclamaba que el asunto sirio no debe ser tan grave: no se han encontrado los diez mil cadáveres, así que debe haber mucho de sensacionalismo por parte de los medios de comunicación. Lo mismo en el caso de Irán: las amenazas son una cuestión retórica, pero Irán es inofensivo, toda vez que en términos reales todavía no tiene armas nucleares.

Lo primero que le señalé es que me sorprende que tratándose de Siria e Irán, él -y muchos más- se puedan dar el lujo de conceder el privilegio de la duda. ¿Qué tal si no son tan malos como la prensa o los medios quieren presentarlos? Hay que concederles la posibilidad de que su versión también tenga algo de razón.

Y le señalé: curiosamente, esa postura JAMÁS se le concede a Israel. ¿Qué tal si no es tan malo? ¿Qué tal si sólo son exageraciones de los medios de comunicación y, en realidad, hay que considerar como más verosímil la versión israelí de los hechos?

Y, naturalmente, viene la reacción instantánea de rechazo: eso se le puede conceder a cualquiera, pero nunca a Israel. Bueno: entonces nos queda claro que el análisis de los datos se debe hacer bajo criterios viscerales (si acaso se les puede llamar “criterios”), y no apegados a una neutralidad.

La obsesión por reinterpretar la realidad cunde como epidemia. Por ejemplo, en un artículo recientemente publicado en el periódico La Crónica, el destacado escritor René Avilés Fabila nos regala un ejemplo sensacional de cómo esta tendencia contagia, incluso, a personas a las que no se les debería acusar de tontas o frívolas. Nos dice: “… los palestinos acusan a Israel de ser neonazi: exterminadores, al mostrar cadáveres de niños y mujeres, de hombres armados de forma rudimentaria, que pelean por su derecho a vivir como un Estado, en su propia casa” (Günter Grass, un escándalo magnificado, publicado en La Crónica el pasado 11 de abril).

Es sorprendente que alguien brillante y destacado como Avilés Fabila pueda reducir la realidad del terrorismo palestino de ese modo.

Olvidemos el epíteto de “neonazis”, toda vez que Avilés sólo menciona que son los palestinos quienes lo aplican a los israelíes. Lo que molesta es que pasa por alto que esas fotos donde se muestran “cadáveres de niños y mujeres” muchas veces han sido, simplemente, falsas. La cantidad de fraudes que se han descubierto en ese rubro es escandalosa. Lamentablemente, hemos llegado al punto donde una persona bien enterada del asunto debe DUDAR de la veracidad de las imágenes, porque -comprobado está- en muchas ocasiones no corresponden al conflicto israelí-palestino, o incluso llegan a ser rudimentarios y descarados fotomontajes.

Pero vale: algunas mujeres y algunos niños han muerto. Avilés pasa por alto el hecho de que muchos mueren porque -comprobado está- son usados como escudos humanos por los combatientes de Hamás. Pasa por alto también el hecho de que los dirigentes de este grupo, vez tras vez, han declarado en público, sin ningún recato, que los niños y las mujeres deben morir para que, de este modo, Israel se gane más enemigos. Y, de paso, es un hecho que a los dirigentes de Hamás no les interesa inculcar en su población una cultura de la protección. Guardan sus cohetes en zonas densamente pobladas, y los disparan desde lugares donde la gente va y viene. Y la gente, sorprendemente, no se quita. Al contrario: se acerca, acepta la coexistencia con el terrorismo, y por eso no es extraño que cuando un depósito de armas o una célula terrorista son atacados por Israel, haya víctimas civiles. Pero eso es culpa, única y exclusivamente, del modo en que Hamás hace las cosas, y de la misma cultura suicida que se le inculca a los palestinos de Gaza (y, en muchos casos, a los de Cisjordania también).

Pero lo que no tiene perdón es hablar de “hombres armados de forma rudimentaria”. Se trata de la banalización descarada, inmoral. Es un hecho sobradamente demostrado que el armamento de Hamás cada vez es más sofisticado. En la última tanda de disparos de cohetes, uno llegó a 40 km. de Tel Aviv. Querer presentar a sus combatientes como personas que apenas si tienen armamento y que aún así se enfrentan al temible ejército de Israel, es -simple y llanamente- antisemitismo.

Más aún, cuando toda su lucha se reduce a que “quieren vivir en su propio Estado”. René Avilés Fabila pasa por alto los largos, numerosos y descarados discursos de los líderes de Hamás donde, vez tras vez, han refrendado que su objetivo no es construir un Estado propio, sino destruir el Estado judío. Que no combaten para mejorar la vida de su población, sino para aniquilar a la población del Estado vecino. Que no buscan la renuncia de Israel a controlarlos o dominarlos, sino la renuncia de Israel a existir.

Eso sólo lo puede decir una persona que no lee, o que ya perdió la capacidad de entender lo que lee. O que tiene la molesta, pero frecuente, actitud de concederle el privilegio de la duda a todos, menos a Israel. Porque es Israel.

Eso es lo que nos molesta de Grass. Y, detrás de él, de todos los que ahora lo presentan como alguien valiente que se atreve a decir las cosas (sigo sin entender qué cosas, porque lo que ha dicho Grass en su pseudo-poema, es algo que se escucha todos los días en la prensa iraní o en los panfletos antisemitas europeos, vengan de la extrema izquierda o de la extrema derecha): la inmoral capacidad que tienen para callar todo aquello que no le sirve a un discurso anti-israelí.

No importa que Siria amenace a Israel sin motivos razonables. No importa que Irán amenace a Israel porque se siente “predestinado” para aniquilar al Estado Judío. No importa que todos los documentos y discursos oficiales de Hamás digan que hay que destruir Israel, matar a los judíos y sacrificar a las mujeres y a los niños. No importa que los psuedo-historiadores palestinos lleguen al exceso de decir que hasta Jesús y Pedro fueron palestinos, y que nunca hubo un Templo judío en Jerusalén. No importa. Sólo es retórica, y hay que concederles el privilegio de la duda razonable: tal vez todo sea un asunto inventado por los medios, y la verdad esté en su versión de las cosas.

Por supuesto, concederle eso mismo a Israel, imposible. Dice Günter Grass, en un evidente síntoma que puede ser un antisemitismo ya incontrolable, o pura demencia senil, que todo lo anterior no importa. Tan no importa, que no lo menciona, e Israel es la amenaza para la paz.

Y eso es molesto. Francamente molesto. Parodiando a Grass, hay que decirlo.

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