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domingo 22 de diciembre de 2024

Yehohanan, el crucificado

MATTI FRIEDMAN – TIMES OF ISRAEL

En Jerusalén, alrededor de hace 2.000 años, un judío de unos veintitantos años llamado Yehohanan cometió un delito contra la autoridad romana. La naturaleza de dicho delito se ha perdido en el tiempo, pero su castigo se conoce, fue crucificado.

Los convictos ejecutados mediante la crucifixión eran algo habitual en el Imperio Romano, y las historias de la época describen regularmente dicha práctica, la cual fue diseñada para que el suplicio fuera prolongado, doloroso y público.

Por ejemplo, después de la famosa rebelión de los esclavos dirigida por Espartaco y que fue finalmente aplastada en el 71 a. C., se estima que unos 6.000 de sus seguidores fueron crucificados a lo largo de la carretera que conducía a la capital como una clara advertencia del poder de Roma.

Por lo tanto, resulta un hecho extraño que evidencias arqueológicas de este castigo, las cruces, por ejemplo, o los esqueletos perforados, nunca hayan sido halladas en cualquier parte del mundo dominado por Roma, con una excepción: el osario que contiene los restos de Yehohanan.

Después de que el cuerpo de Yehohanan fuera bajado de la cruz, se le introdujo en una cueva funeraria. Después de que la carne se hubiera descompuesto, más o menos un año más tarde, permaneciendo únicamente el esqueleto, los huesos fueron depositados en un pequeño osario, en consonancia con las práctica judías de la época. Hoy en día, dicho osario se muestra en una galería del Museo de Israel, junto con otros artefactos propios de la época de la dominación romana de Judea.

El nombre del crucificado está inscrito con unas simples letras en uno de los lados: “Yehohanan, hijo de Hagakol” (Algunos estudiosos interpretan esas últimas letras de otra manera y consideran que el segundo nombre es Hezkil).

Dentro del pequeño osario los arqueólogos encontraron un hueso del talón con un clavo de hierro que lo atravesaba, lo que indica que el ocupante del osario había sido clavado a una cruz.

La posición del clavo es una prueba de que la técnica de la crucifixión no era conocida previamente, según nos comenta el curador del museo, David Mevorah. En la imagen icónica de la crucifixión hecha famosa por la iconografía cristiana, Jesús era representado con los dos pies clavados en la parte frontal del madero vertical de la cruz. Pero los pies de Yehohanan habían sido colocados a los lados del madero y les habían insertado clavos por separado a través de cada talón.

Sus manos no presentan ningún signo de heridas, lo que indica que había sido atado, en lugar de clavado al madero horizontal de la cruz.

La sorprendente falta de evidencias físicas similares de otras crucifixiones en otros lugares, nos comenta Mevorah, puede ser debido a la creencia de que los clavos utilizados en la crucifixión tenían propiedades mágicas. “La gente en el mundo antiguo”, nos dice, “podría haberlos coleccionado como amuletos”.

Yehohanan no estaba solo en su osario: en su interior, los arqueólogos han encontrado huesos de otro esqueleto, éste perteneciente a un niño de tres o cuatro años. También observaron que en otro de los lados del osario había una segunda inscripción, más débil, y cercana a la primera. Curiosamente, allí también se lee “Yehohanan”.

Tras el descubrimiento del osario en la década de 1970, el famoso arqueólogo israelí Yigael Yadin sugirió que la inscripción más débil hacía referencia al hombre crucificado y la otra, “Yehohanan, hijo de Hagakol”, a su hijo.

“Hagakol” no es un nombre familiar para los estudiosos, y esta teoría sugiere que no era un nombre realmente. En su lugar, Yadin creía, después de haber observado expresiones similares utilizadas en aquellos momentos, que podría significar “crucificado”. La inscripción, por lo tanto, debería interpretarse de la siguiente manera: “Yehohanan, hijo del crucificado”.

El niño Yehohanan, según esta versión de los hechos, murió poco después de la ejecución de su padre, el Yehohanan crucificado, y sus huesos se añadieron a los de su padre en el osario de piedra y sin adornos guardado en la cueva funeraria familiar situada al norte de la ciudad amurallada.

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