EL MUNDO.ES
“Antisemitismo’ se llama la condena”.
Es el verso 22º del poema ‘Lo que hay que decir’ de Günter Grass. Suena a autojustificación pero, en el fondo, encierra el debate más interesante que pueda abrirse a partir de su peliagudo manifiesto de denuncia contra Israel. ¿Qué es una crítica legítima a la política israelí y qué es antisemitismo? ¿Cómo afecta a ese dilema el hecho de que el autor de esa crítica sea, por ejemplo, un antiguo combatiente en la II Guerra Mundial en las filas de las SS (con sus atenuantes -era muy joven- y agravantes -lo mantuvo en secreto durante décadas-)? ¿Hasta qué punto nos manejamos con prejuicios al opinar sobre Israel, Palestina y su región?
Cualquiera que haya escrito o se haya manifestado en público sobre la política de Oriente Próximo sabe que a la larga es casi imposible no herir sensibilidades. Le ocurre así a los escritores y los artistas que dan una conferencia o un concierto en Tel Aviv y que padecen las presiones de los simpatizantes de Palestina, igual que el de los informadores que trabajan en la región y retratan las políticas más difíciles de entender del Gobierno israelí.
“En muchísimas ocasiones, el antisemitismo es el arma arrojadiza más común que utilizan los partidarios de Israel hasta el punto de calificar de ‘autoantisemitas’ a los judíos que se atreven a criticar las actuaciones de Tel Aviv, como por ejemplo a Amira Hass o similares. No hay líneas rojas porque la acusación se utiliza de forma repetitiva y sin ninguna lógica”. Javier Espinosa es el corresponsal de EL MUNDO en Oriente Próximo. Vive en Beirut, después de haber tenido su base en Jerusalén. Y, como casi todos sus colegas en la plaza, se ha encontrado con el desagradable reproche de ‘escribe informaciones antisemitas’: “La sociedad israelí vive bajo el perpetuo trauma del Holocausto; una vez el ex presidente del Parlamento, uno de los personajes más críticos con toda la política israelí, Avraham Burg me dijo que Israel era una sociedad bajo trauma perpetuo y que por ello se comporta como un niño intransigente. Ese trauma es azuzado a diario por las autoridades por aquello de que el factor miedo siempre une. Si has vivido en Israel sabes que allí todo son alertas, hasta la explosión de una rueda supone una alerta. No es una broma nos solían salir cosas así en las alertas informativas que teníamos contratadas en el móvil: ‘¡Atención, explosión en tal calle!’ y claro, todos de los nervios. Minutos después decían: ‘La explosión en tal calle se debió al estallido de una rueda’… [El diario israelí] ‘Haaretz’ no cesa de criticar el uso abusivo del Holocausto por parte especialmente de Netanyahu”.
La visión complementaria la da el escritor, artista, crítico y editor Marcos Ricardo Barnatán, argentino residente en España desde hace 45 años y judío. “En el caso de la carta de Grass, no tiene nada de especial que él publique un poema así porque ya le conocemos todos el veneno antisemita de viejo SS que ha llevado siempre. Lo que es de verdad preocupante es que un periódico tan importante como ‘El País’ publique un texto con argumentos tan pobres y tan sectarios, tan ofensivos para el pueblo judío, que no críticos con el Estado de Israel”. ¿Cuál es la frontera? “Estoy seguro que ‘El País’ no publicaría un texto así si no se refiriera al conflicto árabe-israelí, si no fuera Israel uno de los actores”.
El derecho a existir del Estado de Israel
Busquemos una tercera opinión. Florentino Portero, es el director del Centro Sefarad-Israel, la institución creada por el Gobierno de España junto a la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, para, entre otros fines, fomentar el conocimiento y la comprensión de la cultura judía. “En una democracia criticar a un gobierno, propio o ajeno, es algo normal, expresión de la libertad de opinión. De hecho, la sociedad israelí destaca por la intensidad con que practica este derecho. Nadie critica más a los sucesivos gobiernos israelíes que los propios israelíes. Una crítica puede ser ofensiva cuando su intención es precisamente esa, cuando se trata de deslegitimar el derecho a existir del Estado de Israel o cuando se aplica un doble rasero, no reconociendo a Israel derechos que sí se reconocen a otros estados como, por poner un ejemplo, el de la legítima defensa”. Si esos son los criterios, el poema de Grass, en efecto, está en el límite del lado oscuro. Según Portero, antisemitismo es también “toda actitud negacionista sobre el pasado, la atribución de comportamientos desleales falsos y la merma de sus derechos ciudadanos”.
Pero, ¿es tan grave que un señor ya muy mayor como Grass, que quizá tienda con los años a ponerse obsesivo, componga unos ‘versos de café’ como los de ‘Lo que hay que decir’? “No sé si las afirmaciones hechas por Grass se explican o no por su edad. Si así fuera quizás su familia debería aclarar la situación. En cualquier caso, el poema deslegitima a un estado democrático frente a una dictadura islamista que ha amenazado con hacer desaparecer a Israel del mapa. El negar a Israel el derecho a la legítima defensa y el afirmar que un ataque israelí implicaría el uso del arma nuclear, provocando un holocausto, es un disparate y un insulto merecedor de la reacción que ha provocado en Alemania y fuera de Alemania”, dice Portero.
Alemania, claro, el nombre que enrarece esta polémica. En Alemania vive desde 1985 el novelista donostiarra Fernando Aramburu, que en 2011 recibió el Premio Tusquets de Novela por ‘Los años lentos’: “Creo que Günter Grass no es propiamente antisemita. Ha hecho, sí, en un poema de calidad literaria ínfima, unas afirmaciones que sirven al antisemitismo, visible en organizaciones alemanas de extrema derecha, en los solapados nostálgicos del régimen nazi y en una porción considerable de la sociedad germana que atribuye a las víctimas la mancha histórica que enturbiará durante largo tiempo el prestigio de Alemania. Grass ha cometido, no por primera vez, la torpeza de cuantos presuponen que, digan lo que digan, tienen la razón de su parte. Es un hombre excesivamente afirmativo, habituado a ejercer la opinión tajante como aquellos intelectuales chapados a la antigua, convencidos de ser la voz de incontables conciencias”.
¿España antisemita?
¿Y es cierto que el tabú de Israel es, en Alemania, insoportablemente pesado, como sugiere Grass en su poema? ¿O es lo que tiene que ser? “El pasado de Alemania, y más en el caso de Günter Grass, con su implicación largo tiempo silenciada en las Waffen-SS, obliga a matizar con mucho tacto a la hora de emitir juicios en público sobre Israel y sobre los judíos. El antisemitismo, como se sabe, no empezó la víspera del Holocausto. Venía de lejos. Hubo quienes lo fomentaron como ahora, mal que le pese, lo ha fomentado Günter Grass”, termina Aramburu.
Y por ahí va también la opinión de Marcos Ricardo Barnatán: “Luego, un loco mata a los niños en el Colegio Judío de Toulousse… ¿España antisemita? Claro que sí; llevo aquí 45 años y he oído todos los eructos antisemitas que se pueda imaginar. En los telediarios de Televisión Española, por ejemplo, durante años y años… Hasta a los amigos educados y cultos se les escapan frases… Pero como somos un país sin judíos, parece que no pasa nada”.
Última pregunta: cuando alguien se manifiesta o informa sobre Israel, ¿debe tener en cuenta que existe una cosa llamada antisemitismo? Que, a lo largo de la Historia, a los cristianos, a los musulmanes y hasta a los ateos (en la URSS) les ha dado por matar judíos con cierta regularidad… “El largo legado de violencia contra los judíos es algo muy real, pero no tiene porque influir en informar sobre lo que hace Israel. Cuando uno informa tiene que referir lo que ocurre, hechos, e incluir la percepción de lo que ocurre en ambos lados. De hecho, el conflicto israelí es quizás el único en el que yo he visto cómo se incluye de forma sistemática la opinión de Israel incluso sobre algo obvio. Es decir, si yo veo que un tanque dispara contra un campo de refugiados y mata a dos niños (algo nada raro), no basta con relatar lo ocurrido, sino que hay que incluir la opinión de una parte, Israel, que a veces niega lo acaecido cuando estamos ante un hecho al que hemos asistido en primera persona”, explica Espinosa. “Por ejemplo, en junio de 2006 yo estaba en Gaza y unos proyectiles israelíes disparados por la fuerza naval mataron a ocho palestinos que estaban en una playa de vacaciones, incluida una familia entera. Yo escribí un reportaje sobre lo ocurrido como otros muchos. Israel asumió primero la responsabilidad pero después decidió que no. Días después convocó una rueda de prensa a nivel mundial (a nosotros nos llamó la Embajada como a todos los periódicos de Madrid) y dijeron que la explosión había sido causada por una mina colocada por Hamas en la playa. Eso se publicó así, “Israel dice que tal y tal”, aunque muchos periodista estuvimos allí, vimos los agujeros de las explosiones (no era sólo uno) y recabamos docenas de testimonios sobre lo ocurrido. Eso sólo se permite por el sentimiento de culpa que tiene Europa y Occidente por lo ocurrido en el Holocausto. Es decir, es al revés, la extrema sensibilidad con el pasado del pueblo judío nos lleva a publicar cosas que no se permitirían en otros casos”.
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