CARLOS GARCÍA VALDÉS/CUARTO PODER
El escritor alemán Ralf Georg Reuth (Alta Franconia, 1952) acaba de volver a ser traducido en España, publicándose ahora su excepcional trabajo, de hace nueve años, Hitler. Una biografía política (La Esfera de los Libros, 2012).
Especialista en los jerarcas nazis, su inmediata anterior aproximación a Goebbels, también vertida a nuestra lengua, es digna de encomio. El autor se suma a las importantes y recientes investigaciones sobre este personaje, entre las que no dudo en destacar las debidas a las plumas de Ian Kershaw (Hitler. 2 vols. 6ª ed. Península, 1999-2000), Hedwig Gusto (Adolf Hitler. Globus, 2007) y, desde luego, Joachim Fest (Hitler. Una biografía. 2 vols. Planeta/Agostini, 2006), este último, creador de uno de los textos más inquietantes y sobresalientes sobre los días finales del dictador: El hundimiento (Galaxia, 2004) y ello completando “los cerca de cien mil estudios” y sesenta concretos ensayos acerca de su vida y obra (pág. 9).
El presente libro se divide en un prólogo, doce capítulos y un epílogo sobre la peripecia de Adolf Hitler (1889-1945), contada a lo largo de setecientas noventa páginas, densas y muy bien escritas, recogiendo el devenir alemán y la trayectoria del biografiado. Todo parte, esencialmente, de su actuación durante la primera guerra mundial como correo entre las líneas del frente, tarea esforzada en la que ciertamente Hitler cosechó condecoraciones y reconocimiento. A partir de aquí, la obra de Reuth se esfuerza en desarrollar una tesis: que toda actuación posterior del antiguo cabo se debe a un antibolchevismo visceral y un subsiguiente antisemitismo. Si lo segundo se mantuvo a lo largo del tiempo de su mandato, lo primero -que es la base “política” de la biografía, según su autor- tuvo sus estrategias, pues no puede olvidarse el pacto de no agresión con la Unión Soviética de 1939, roto posteriormente a su conveniencia. En este tema, en no cumplir la palabra empeñada, como en otras deslealtades, el austriaco era especialista: también había firmado un acuerdo de amistad con Polonia, en 1934, y cómo, cínicamente, no lo respetó después no merece mayor explicación ni detenimiento.
La obra trata del ambiente de decepción y frustración que el tratado de Versalles siembra en Alemania, limitando sus fuerzas armadas e imponiéndola graves sanciones, y del ascenso al poder del partido nazi y del canciller, recogiendo y canalizando, de la peor manera posible, este sentimiento de humillación.
Con anterioridad, con extrema precisión, se nos ha narrado el proceso en Munich por traición y la suave condena de Hitler, en 1924, a cinco años de prisión en Landsberg, reducida a ocho meses efectivos al producirse una revisión positiva de la misma (pág. 189 y sigs.). Un año después, en 1925, apareció “Mi lucha”, ideario programático del autor.
Los apartados dedicados a la segunda guerra mundial son, lógicamente, extensos y en ellos no se olvida el tema de la denominada “solución final” al asunto judío, es decir su holocausto en los campos de concentración, ni el exterminio sistemático de los ejércitos y las poblaciones invadidas, tanto por la Wehrmacht como por las SS, deteniéndose en aspectos relevantes de la resistencia como el asesinato de Heydrich en Praga. En cuanto a la pareja represión llevada a cabo por ambos colectivos armados, el prof. de Friburgo Wolfram Wette (“La Wehrmatch. Los crímenes del ejército alemán”. Crítica, 2006) ha demostrado ampliamente su paralela y siniestra implicación, desmontando el mito de que la milicia profesional alemana no se había manchado las manos de sangre en tales menesteres.
Dentro de este misma materia, la de resaltar episodios determinantes del nazismo, son relevantes los renglones dedicados a la relación de Hitler con el papa Pío XI y la actuación de la Luftwaffe de Göring en el bombardeo de Guernica en la guerra civil española, “primera prueba de fuego” para la joven aviación alemana, como nos dice el autor de la presente monografía (pág. 441). En cuanto a la actuación del Sumo Pontífice, el libro de Reuth nos cuenta con equilibrio su primera inclinación por el nuevo régimen, por lo que tenía de oposición frontal al comunismo, y su postrera evolución, a través de la gran encíclica “Con honda preocupación” (“Mit brennender sorge”) de 1937, en el momento del repudio del vigente concordato y la proclamación de la bondad de las esterilizaciones forzosas, instalado ya el canciller en un paso más de la espiral de su locura.
Del mismo modo, el autor trata con rigor de la conversación de Hendaya entre Hitler y Franco, de las pretensiones desbocadas de éste respecto a posesiones francesas, imposibles de conceder en la estrategia alemana, pactista con Vichy, y del enfado monumental de aquél, pues “abandonó furioso” (pág. 563) la localidad fronteriza. En la misma línea argumentativa, añadiendo las extremas dificultades de entrar España en guerra al lado de Alemania por la falta de armamento moderno, el peligro para Canarias y la escasez de alimentos, acaba de escribir, con buena documentación, Martínez Roda (“Varela. El general antifascista de Franco”. La Esfera de los Libros, 2012, págs. 230 y sigs.)
El acuerdo con los rusos, el “pacto con el diablo”, lo llamó Sebastian Haffner, titulando así su libro (Destino, 1988), se mantuvo hasta 1941. La “operación Barbar roja” es la invasión de la Unión Soviética con un ejército de potencial desconocido hasta la fecha: 160 divisiones con tres millones de soldados, tres mil carros de combate y dos mil aviones (pág. 594). Fue, como es sabido, el principio del fin, compaginado además con la guerra en el norte de África. Concretamente, Stalingrado marca el punto de definitiva inflexión de la contienda en el este. Tremendamente diezmada la fuerza invasora, Von Paulus capitula en enero de 1943.
La narración de William Craig sobre la misma (RBA, 2005), sigue siendo determinante. Desde entonces, el final berlinés no es más que la lógica consecuencia. Rusia, que no puede olvidar las atrocidades cometidas en su tierra, se reserva la toma y entrada en Berlín. Al mando del mariscal Zúkov, el máximo potencial militar disponible conquista la capital y el distrito gubernamental donde se halla el bunker de Hitler, que se suicida el 30 de abril de 1945. Weidling, el leal general de blindados, último responsable de la defensa de la capital, ordena detener la infructuosa lucha. Este episodio épico no está muy bien contado en el libro de Reuth pues, en mi opinión, carece de la adecuada extensión y del detalle.
Sobre el mismo han escrito con precisión, además de Fest, por ejemplo, David Solar (“El último día de Adolf Hitler” Planeta/Agostini 2006), Bernd Freytagvon Loringhoven (“En el bunker con Hitler”. Crítica, 2007) y Rochus Misch (“Yo fui guardaespaldas de Hitler, 1940-1945”. Taurus, 2007).
La muerte del Führer no acaba con todo. Resta Núremberg y la condena a la horca o a penas de prisión de los jerarcas nazis, la división mundial en dos bloques significativos y el muro de Berlín, consecuencias político-territoriales de la guerra que perduraron hasta 1994, cuando los postreros soldados rusos abandonan la República Federal (pág. 742), como recoge en los renglones finales de su texto Ralf Georg Reuth.
Las referencias a pié de página, recopiladas por capítulos al finalizar el libro son, al momento de su escritura, completas y actualizadas. Tal vez se echa en falta un posterior repertorio bibliográfico, ordenado alfabéticamente, siempre procedente para lograr la mejor información o, en su caso, la búsqueda especializada sobre el tema. Pequeñas lagunas, en fin, las últimas mencionadas que, como no podía ser de otra manera, no deterioran la incuestionable valía del presente libro, pleno de interés y de conocimientos.
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