ARNOLDO KRAUS/ EL UNIVERSAL
Hace pocos días los editores de la Enciclopedia Británica anunciaron su muerte. Aunque los libros no mueren, aquellos que se reimprimen con regularidad, cuando dejan de hacerlo, mueren. Es el caso de las enciclopedias, es el caso de la Encyclopaedia Britannica. Tras 244 años desaparece la versión impresa. Los responsables apuestan, a partir de ahora, por la versión digital.
La muerte de las enciclopedias es sui generis. A diferencia de los libros, las grandes enciclopedias, como la Británica, son toda una empresa. No sólo se reimprimía una nueva edición cuando el nuevo conocimiento lo exigía, sino que, año tras año, se publicaba el Book of the Year. De esa forma, los editores ponían al servicio de los lectores el conocimiento al día. El Libro del año compilaba, en orden, con elegancia y sabiduría los sucesos del año previo. Era fácil satisfacer la manía de “estar al día”. Bastaba hojear el Libro del año: en sus páginas se encontraban los sucesos trascendentales del año recién finalizado. Gracias a él la enciclopedia no se avejentaba.
Compré la mía como se deben adquirir las enciclopedias: a plazos. Al comprarla, en abonos, y gracias a unos pagos extras, recibí, como antes sucedía, los extraordinarios y densos 54 tomos de la Britannica Great Books. La enciclopedia fue una gran inversión: abarcaba incontables temas y promovía la búsqueda. Las páginas de la Británica contienen la información suficiente para saciar el hambre más voraz y despejar casi cualquier duda. “Let knowledge grow from more to more and thus be human life enriched” (“Deja que el conocimiento crezca de más a más y así la vida humana se enriquecerá”) es la oración que da la bienvenida a la obra. La Británica cumple con creces esa función. Sus páginas, escritas con elegancia, acompañadas de fotografías en blanco y negro, de mapas y cuadros, de tablas y recuadros, así como la extensa bibliografía conforman un saber enciclopédico. “El vocablo enciclopedia significa ‘ciclo educativo’, es decir, sistema completo de educación que abarca todas las disciplinas y los fundamentos de éstas” (J. Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía). Ese ciclo educativo se encuentra y se agradece en la Británica.
Mientras me pregunto, ¿puede sustituir la versión digital al papel?, hojeo algunos tomos de mí Británica. Su papel delgado, sólo interrumpido por las páginas lustrosas indispensables para las fotografías y cuadros a color, permite acomodar muchas páginas en cada tomo. La inteligencia y buen gusto de los editores –no en balde en ella escribieron Sigmund Freud, Marie Curie o Albert Einstein-, las referencias cruzadas, y las dos almas de la enciclopedia, la Micropaedia (referencias “rápidas o fáciles”) y la Macropaedia (conocimiento profundo) han sido abrevadero durante muchos años. La Británica es ideal para quienes necesitan hurgar en alguna rama del conocimiento o satisfacer inquietudes propias de la sabiduría o de la ignorancia. Los tomos ordenados en casas o bibliotecas no son una suerte de alma mater, son un alma mater.
Se acabó la Británica de papel fino, tan fino como el que se usa para liar cigarros. Ese papel y las pastas duras, elegantes, eran parte del buen tino de los diseñadores. Mientras me acerco al final de este artículo admiro la Británica. En su lomo, el número en romano para la Micro, y en arábigo para la Macro, permite ordenar los libros, incluso para los más desordenados. Debajo del número el alfabeto en la Micro y la entrada con el nombre completo en la Macro. Más abajo el origen: 1768. Imposible perderse, imposible no encontrar lo que se busca. Desde la A hasta la Z en la Micropaedia; desde Aalto hasta Zwingli en la Macropaedia (la mía es de 1981).
Cuando miro mi Británica ella me devuelve la mirada. Los tomos más usados tienen las páginas un poco dobladas. Los Great Books lucen bastante sanos. Ya dije que su contenido es denso. Las enciclopedias son compañeras. Regresar y sumergirse en el pasado a través de sus libros fomenta el hedonismo del tiempo libro, del tiempo uno, esa rara avis a punto de ser sepultada en el marasmo de la cotidianeidad, en el movimiento de la vida moderna, cada vez más rápida, cada vez más vacua.
¿Las versiones digitales cumplirán las mismas funciones? No para quienes vivimos con la Británica y otras enciclopedias. Sí (creo) para las nuevas generaciones. No para quienes pensamos que los libros acomodados en los estantes hablan de noche y conocen las manos y las angustias de sus dueños. Coger los libros viejos, los libros leídos, alimenta. Cambias las páginas, hacia adelante o hacia atrás, en busca de una frase o de un rincón olvidado, hojearlas y volver a hacerlo con la mano o la memoria es privilegio de los libros de papel.
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