RICARDO RUIZ DE LA SERNA/EL IMPARCIAL
El jueves 19 de abril de 2011, día 27 del mes de Nisan en el calendario judío, se ha celebrado el día de Yom Ha Shoah, el Día de la Shoah en el que todas las comunidades judías y el Estado de Israel conmemoran el exterminio de los judíos a manos de los nazis y sus colaboradores. Muchas ciudades -como Madrid- se suman a esta conmemoración y renuevan sus votos de no olvidar y de impedir que algo así vuelva a repetirse. En Israel, las banderas ondean a media asta, los edificios públicos cierran y las sirenas suenan durante dos minutos por todo el país a las diez de la mañana. Las oraciones se unen al recuerdo en una memoria que impone un compromiso: nunca más.
Joseph Roth escribió que los primeros caídos en defensa de Alemania- es decir, del proyecto europeo de razón, derecho, libertad, democracia y todo lo que Occidente representa- fueron los escritores judíos en lengua alemana. Él no llegó a ver la invasión de Polonia y el horror posterior pero, como Kafka, como Celan, como Gebirtig, él de algún modo supo la terrible sombra que se cernía sobre Europa y amenazaba con ahogarla. Hoy sabemos que el camino de los nazis conducía a Auschwitz y que allí murió Europa. Su certificado de defunción se firmó en Treblinka, en Majdanek, en Jasenovac, en Vichy, en los guetos y las fosas.
La sombra de la Shoah aún se alza sobre Europa. Todavía existen quienes propagan el odio a los judíos. En España se vende literatura negacionista del Holocausto y hay grupos musicales que celebran la memoria de las SS como guardianas de Europa. Por todo nuestro continente, el odio a los judíos adquiere nuevas formas como el odio a Israel, cuya legitimidad atacan muchos que se conmueven al recordar la destrucción de los judíos de Europa.
Los nazis y sus colaboradores han encontrado ya sus herederos, que han aceptado el legado y lo propagan. Desde Escandinavia hasta el sur de Europa, los herederos de los totalitarismos del siglo XX vuelven a sembrar su odio contra los extranjeros, los gitanos, los homosexuales, los musulmanes, los judíos. Incluso muchos que dicen admirar a Israel, odian en realidad la democracia, la libertad, los derechos humanos, la razón y todo lo que Israel representa. Ellos han adaptado la estructura del antisemitismo a otros grupos humanos. Han sustituido al judío por otro, pero su odio sigue incólume. Los diputados musulmanes del parlamento de Israel, la fabulosa diversidad de su sociedad, los árabes israelíes -20% de la población del país- son la mejor refutación de su discurso del odio envuelto de admiración interesada.
Hace apenas un mes, Mohamed Merah irrumpió a tiros en un colegio judío de Toulouse y mató al profesor Yonathan Sandler, de 30 años, a sus dos hijos, de seis y tres años, Aryeh y Gavriel, y a la niña de ocho, Miriam Monsonego.
Antes había asesinado a tres soldados franceses de origen argelino.
Esta semana ha comenzado el juicio al terrorista noruego Anders Breivik, que hizo estallar una bomba en Oslo y después abrió fuego contra un grupo de jóvenes socialistas durante una convención de su partido en el islote de Utoya. Breivik, que estudió el terrorismo de ETA, ha expresado en el juicio su deseo de crear una Al Qaeda cristiana.
Millones de europeos murieron luchando contra lo que Merah y Breivik representan, que sólo es diferente en la superficie. Contra ellos lucharon Jean Moulin y Emmanuel Rigelblum, Ava Kovner y Sava Kovacevic, los soldados senegaleses y los argelinos, los afroamericanos, los marroquíes y los indios que pelearon para liberar a Europa del yugo nazi. La dignidad y la memoria de Europa la salvaron aquellos a quienes Merah y Breivik quieren asesinar.
Ni Breivik ni Merah son hechos aislados. Al contrario, no son anécdotas sino síntomas de lo que está ocurriendo en nuestro continente. He aquí el desafío que se nos presenta. Nuestro problema no es sólo económico sino mucho más profundo. La crisis económica esconde una crisis de valores y de compromiso que es la que nos está matando poco a poco pero sin pausa. Los predicadores del odio han encontrado un público callado y pasivo que confunde la libertad de expresión con la invitación al asesinato. Algunos lamentan el exterminio de los judíos pero creen que hay un problema con los extranjeros o con los musulmanes que necesita soluciones expeditivas. Otros dicen defender los derechos humanos, pero callan cuando los ayatollahs iraníes ahorcan homosexuales, lapidan mujeres o amenazan con borrar a Israel del mapa
Estos asesinos y sus amigos traicionan a la democracia, la libertad, los derechos humanos, el Estado de Derecho, la ciudadanía y todo lo que Europa y Occidente han dado al mundo. Si aceptamos callados la propaganda de la exclusión, la discriminación, el racismo, la xenofobia y el odio, los nazis habrán ganado finalmente la batalla.
Es momento de reaccionar. Hay que organizarse y defender a esta Europa que, una vez más, corre el riesgo de traicionarse a sí misma. Tenemos que alzar la voz para denunciar a los Merah, a los Breivik y a todos aquellos que los impulsan, los apoyan, los animan y los defienden sirviéndose del nombre de la libertad para acabar con ella. Hemos de hablar y actuar.
Evitemos dar a los nazis una victoria póstuma.
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