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Salen a la luz los estudios psiquiátricos de Hess.
“La primera impresión es que se trata, sin duda, de un psicópata esquizoide”, anotó en un cuaderno el doctor Henry Dicks, prestigioso psicoanalista del ejército británico, sobre Rudolf Hess, el segundo de Hitler, cuando acababa de ser capturado por los británicos.
Era el 2 de junio de 1941. Estaba en una casa-prisión habilitada por los servicios secretos en el condado de Surrey. Hess era el prisionero de guerra más valioso entonces. Con el examen de su mente, los británicos pretendían entender el nazismo, para así poder derrotarlo.
“Su rostro es el de un animal atormentado —continuó escribiendo sobre Hess, cuya imagen se asocia a la de un hombre fuerte, con la mandíbula cuadrada, dando grandes y poderosas zancadas al lado de Hitler—. “La cara es bestial, de mono o de lobo, pero también deja entrever a un hombre que en algún momento de su juventud fue encantador”. Para después escribir: “[Hess] es patético y miserable en vez de amenazante y desagradable”. No entendía cómo podía haber llegado a albergar tanto poder.
Las notas inéditas del doctor Dicks salen a la luz por primera vez gracias al libro ‘The Pursuit of the Nazi Mind: Hitler, Hess and the Analysts’, escrito por Daniel Pick, psicoanalista e historiador de la Universidad de Birkbeck, en Londres, y que publicará Oxford University Press el 14 de junio.
Para realizar la investigación, Pick contactó con los hijos de Dicks, que le entregaron los cuadernos inéditos de su padre. “Antes de empezar la investigación me planteé la cuestión de cómo los aliados británicos y estadounidenses utilizaron el psicoanálisis durante la guerra para entender el nazismo”, explica a ELMUNDO,es Daniel Pick.
Capturado en Reino Unido
Rudolf Hess penetró en cielo británico pilotando él solo una avioneta bimotor el 10 de mayo de 1941, con la identidad falsa de Alfred Horn, y sin el consentimiento de Hitler, en una misión para lograr un acuerdo de paz con los británicos semanas antes de iniciar la invasión de la URSS. El Gobierno británico no tenía constancia de su visita.
El plan de Hess era reunirse con el duque de Hamilton, al que conoció durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, en su mansión del sur de Escocia. El duque era un héroe de la aviación, fue el primero en sobrevolar el Himalaya, y Hess le admiraba. En su finca había una pista de aterrizaje que aquella noche no se iluminó. Hess estuvo volando en círculos a ciegas hasta que se quedó sin combustible y se lanzó en paracaídas.
Fue apresado y, tras pasar unos días en un hospital, fue llevado en ambulancia clandestinamente a la Torre de Londres. Después lo trasladaron a aquella casa apartada de Surrey donde fue encerrado en una habitación del primer piso, en la que se combinaron los interrogatorios de los servicios secretos (encabezados por el mayor Frank Foley) con su examen psicológico. En 1942 sería transferido a un hospital militar de Abergavenny, en Gales.
El análisis de Hess fue profundo y extenso, y en él se aplicaron los métodos del psicoanálisis de Freud. “Lo más interesante para mí de este material [los cuadernos de Dicks] es la extraordinaria mezcla de ideas sobre Hess y métodos utilizados —razona Daniel Pick—. En algunos momentos los doctores estaban interesados en su mente, su subconsciente, su superego, su masoquismo, su sadismo, su paranoia. En otros en la historia familiar, las enfermedades, el historial de suicidios. En otros estudiaron su cociente intelectual o la asociación de ideas de dibujos a tinta.
Y, en 1944, Dicks le administró una ‘droga de la verdad’ llamada Evipan [con efectos hipnóticos y sedativos] para que recordara su pasado, pues había declarado que padecía amnesia. Se la administraron aparentemente con su consentimiento (iban con mucho cuidado de no ser acusados de tortura, lo que podría ser utilizado por los alemanes como propaganda). Tampoco así descubrieron demasiado. En el juicio de Nüremberg, Hess reconoció que la amnesia era fingida. Todo esto demuestra que los doctores no sólo quisieron tratarle, sino estudiarle”.
“Por un lado, el doctor Dicks estaba interesado en entender su excéntrica personalidad, y por otro, pretendía extrapolar el estudio a grupos para comprender el nazismo, una especie de laboratorio de estudio de la mente”, cuenta Pick.
Complejo de inferioridad
Aquellos primeros días, Hess se mostró furioso por ser tratado como prisionero de guerra y no como un enviado del Führer para negociar la paz. Exigió una reunión con altos cargos del Gobierno de Churchill. Éste entró en su juego y arregló una reunión con Lord Simon, el ministro de Justicia. En sus notas, Dicks alertó de la ansiedad de Hess ante aquella reunión.
“Tenía la idea de que Hess, así como Hitler, admiraban secretamente a los británicos —explica Pick—, y parece que al principio creía que Hess tenía un problema psiquiátrico y que podía curarlo del nazismo y hacerle entender que Inglaterra era mejor y preferible a Alemania, por esto le entregaban cada mañana la prensa británica”, explica Pick. “Antes de la reunión con Lord Simon, Dicks identificó en Hess una clara ansiedad, creía que no estaba a la altura de una figura tan poderosa, lo que denotaba un complejo de inferioridad, y lo enlazó con la idea de que los alemanes se sentían inferiores y terriblemente humillados porque perdieron la Primera Guerra Mundial. Pero más adelante abandonaría esta idea”.
Lord Simon rechazó la oferta de Hess. En realidad los británicos nunca se lo tomaron en serio. Entonces, Dicks temió que Hess entrara en una espiral de descontrol, algo que se acabó produciendo. Ofuscado, Hess se lanzó por el hueco de la escalera del primer piso, rompiéndose una pierna. En 1944 trató de suicidarse otra vez clavándose un cuchillo, aunque sin consecuencias graves. Al hacerse pública la captura de Hess, el Partido Nazi, a través de un comunicado de radio, lo declaró “persona insana”.
Dicks se sumergía cada vez más en la mente de Hess. “Hess tenía un padre autoritario y muy severo y una madre anulada, y los psiquiatras pensaron que la estructura familiar de Hess era común en Alemania, que estaba en su cultura y sociedad, padres disciplinantes y tiránicos y madres apocadas, con un superego muy fuerte, y esto desarrolla un tipo enormemente severo y sádico, que busca un líder como salvador”, dice Pick.
En el informe de 1947 sobre el ‘caso de Rudolf Hess’, Henry Dick apuntó: “Muchos observadores psicológicos están de acuerdo en que la cultura alemana favorece esta dualidad o división sadomasoquista y dominante-sumisa. La incapacidad para resistir con éxito el poder del padre, y la sensación de debilidad o inferioridad que esto les crea, les genera fantasías heroicas adolescentes. En el núcleo de ese romanticismo está la necesidad de superar al padre y entregar a la propia madre”.
Rudolf Hess (1894-1987) nació en la ciudad egipcia de Alejandría, donde su padre tenía negocios. Creció en un ambiente muy estricto y espartano, como un niño solitario y retraído. A los 14 años, su familia regresó a Alemania y estudió comercio en Suiza de cara a regentar el negocio familiar.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, se alistó en el Ejército. Fue herido dos veces y de regreso condecorado con la Cruz de Hierro por su valentía en combate. Tras la guerra, estudió Políticas en la Universidad de Múnich. Allí integró el Partido Nazi que lideraba Hitler y en 1923 fue encarcelado por organizar un frustrado golpe de estado. Compartió celda con el futuro dictador. Tras el ascenso al poder de Hitler en 1933, se convirtió en vice Führer, su ‘mano derecha’.
‘Curar’ nazis
El carácter errático de Hess, su devoción por Hitler, siguieron fascinando a sus captores y al equipo psiquiátrico de Dicks. El doctor y su equipo crearon una estrategia para ‘desnazificar’ a la población alemana mediante su reeducación en los valores democráticos. Con esta intención crearon centros de internamiento de ciudadanos alemanes tanto en territorio aliado dentro de Alemania como en Reino Unido, con la intención de recuperarlos socialmente y, reinsertados, asignarles cargos importantes en la nueva administración alemana postnazi.
La opinión generalizada entre los especialistas de la época era que había pocas esperanzas de poder reeducar a los nazis porque su mente era inalterable, autoritaria, paranoica y militarista. Los médicinconsciente adoración de la autoridad”, dice el profesor Daniel Pick. “Usaron a Hess con la idea de que era un tipo extremo, un fanático nazi que adora a Hitler por razones que tiene que ver con factores inconscientes muy personales, incluyendo la búsqueda de una figura de autoridad que va a sustituir a una figura de padre autoritario”.
Dicks y su equipo iban a estos campos y observaban a grupos de prisioneros durante una semana. Estaban interesados no tanto en sus creencias (pues podían decir que eran nazis o demócratas sin serlo), sino en la forma como interactuaban los unos con los otros, con gente con opiniones distintas. Les hacían reflexionar sobre la historia de Alemania. Los hacían razonar. Y luego evaluaban si podían reintegrarse en la sociedad.
Además del estudio de Hess, el libro de Daniel Pick profundiza en la obsesión de los servicios secretos estadounidenses para comprender como funcionaba la mente de Hitler. En 1941 Roosevelt creó la OSS, la Agencia de Estudios Estratégicos, antecesora de la CIA. Contaba con una unidad psicológica. Y encargó dos estudios psicológicos de Hitler, uno al psiquiatra de Harvard Walter Langer y otro al psicólogo Henry Murray. “Esto es un claro ejemplo de cómo las ideas del psicoanálisis fueron utilizadas para entender el autoritarismo durante la guerra”, asegura Pick. “[Los servicios secretos] querían entender qué tipo de persona era Hitler y que haría al final de la contienda, cómo reaccionaría al saber que había perdido la guerra, si lucharía hasta el final. Querían prever sus reacciones”.
“Murray y Langer previeron el curso suicida que tomaría Hitler cuando se enfrentara a la derrota. Langer tenía varias teorías sobre los orígenes de la familia de Hitler, su identificación inconsciente con su padre y su madre, su carácter y su supuesta perversión sexual”, cuenta Pick. “Puso bastante énfasis en la relación de Hitler con su sobrina, Geli, que murió en extrañas circunstancias en su apartamento de Munich en 1931”.
¿Apto para ser juzgado?
En 1945 fue llevado ante el Tribunal de Nüremberg. Muchos pensaron que las condiciones psiquiátricas de Hess no le hacían apto para ser juzgado. Entre ellos, el primer ministro británico, Winston Churchill, quien reconoció más tarde que Hess debió haber sido tratado como caso médico en lugar de una causa penal. “Se generó un debate [psiquiátrico] sobre si Rudolf Hess estaba cuerdo para ser juzgado, un debate parecido al de estos días con Anders Breivik, el noruego que mató a 77 personas y que está siendo juzgado en Oslo”.
El equipo psiquiátrico de Dicks concluyó que había muchos síntomas psiquiátricos en Hess, pero que era apto para ser juzgado. A la misma conclusión llegaron los informes médicos generados por Francia, EEUU y la URSS.
Hess fue condenado a cadena perpetua por crímenes contra la paz y conspiración para matar, y encerrado en la prisión de Spandau, en Berlín, donde se suicidó en 1987, a los 93 años de edad. En una entrevista para la BBC en 1970, Henry Dicks confesó que “todos los que lo tratamos concluimos que era un hombre muy inseguro que había sufrido mucho en su infancia y, si no hubiera sido un prisionero de Estado tan importante, podríamos haber hecho mucho más por él”.
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